sábado, 4 de octubre de 2008

ET

José Emeterio Saturnino La Guardia se levantó ese día más temprano que de costumbre porque tenían que hacerle unos análisis en el policlínico según las orientaciones de su médico de familia. En ayunas fue con una jeringuilla desechable para la extracción de sangre que le habían regalado unos amigos mexicanos, una latica de Vic Vatronol con muestras de heces fecales y un pomito con muestras de orine que Emeterio recogió esa madrugada y que se notaba estaba amarillo, denso, como agua estancada. También cargó con un periódico del día anterior que no había podido leer con calma, sus espejuelos de ver de cerca, un termo con café del bueno dentro, un vasito plástico, una sombrilla, su sombrero de guano tejido por haitianos de Camagüey y por si fuera poco un nylon con un regalito para la muchacha del laboratorio que contenía un jabón de olor para el baño y otro para lavar.

La noche anterior había estado mirando la tele y su racimo de películas nocturnas que se anunciaban para la minoría de teleastas con el letrero de la comisión de censura: lenguaje de adultos, violencia y sexo. Era algo curioso y simpático al mismo tiempo, cuando Eme se ponía a verlas para buscar algún entretenimiento erótico al menos, las escenas eran tronchadas como pescados congelados de mar y pasaban a la próxima dejando que la ansiedad no proliferada en un país que tanto necesitaba del crecimiento de la población y sobre todo de la maternidad detenida por los períodos de escaseces o incertidumbres de suministros. Sátur estaba convencido de que el mercado en fronteras era endeble como las casas de los pueblitos del interior que ante el primer aguacero se desmoronaban como castillos de arena y que la palabra abastecimientos se había sustituído hacía rato por la de suministros. La gente no salía ya de compras a las tiendas sino "daba una vuelta a ver qué había" y en las bodegas de productos normados que se anotaban en la libreta se corría siempre la misma broma en boca de los asistentes o del propio bodeguero: Escambray o Camarioca ("Hay pero no te toca, te toca pero no hay"). Y los consumidores se reían diciendo en alta voz casi siempre la misma frase jocosa: "Nohaymásná".

Un pueblo mezclado como el café y el ajiaco hacía colas para cualquier cosa: ponerse o quitarse de la libreta en las oficodas (una denominación que nadie sabía qué significaba propiamente), hacer largas filas para comprar calderitas de cocina con un embarre de esmalte y fondo de teflón que no se podían poner en la candela de gas porque se derretían, llevar el viejo aire acondicionado ruso para cambiarlo por uno nuevo LG de procedencia china barato a pagar a plazos para enfriar todo un almacén habitacional dentro del cual dormían seis o hasta diez personas, para ir a ver las películas del año en los festivales de cine latinoamericanos con el gusto de salir de esos maratones con el cerebro relleno de películas llamadas "abiertas", críticas eróticas violentas y malhabladas exceptuando las argentinas que la gente no acababa de entender por lo rápido parlantes que eran y por el significado de algunas frases y expresiones incomprensibles o las extranjeras subtituladas cuyas escenas transcurrían expeditas a tono con el idioma original propio de sus países y que eran incapaces de ser leídas por los espectadores del patio en esas condiciones y por tener los letreritos pequeños como penes de chino viejo, colas inmensas para los turnos médicos, para los exámenes de ingreso a las facultades universitarias, para comprar el periódico o las revistas en los estanquillos de esquina, para consumir las pizzas de queso y puré de tomate hechas en hornos eléctricos especiales para quemarlas, pizzas tostadas gruesas y aceitosas introducidas en el paladar isleño por italianos conquistadores de negras, provenientes de regiones diferentes y desconocidas para ellos mismos, protagonistas de incomprensiones idiomáticas e históricas que estaban interesados en beber cerveza dispensada local barata, comer desaforadamente a cualquier hora y hacer el amor sin preservativos sabiendo no solo que las negras autóctonas estaban limpias y sanas sino que cuando menos ellos lo soportaran aquellas bellezas de ébano los bañaban y vestían por poco dinero y luego los exhibían como trofeos de guerra diciendo a todo el mundo: "Mira cómo lo dejé y eso que me decía que era un gladiador moderno".

La Guardia era un ciudadano simple y honesto, un graduado de la universidad de la calle, máster en hacer cualquier cosa que hiciera falta, un multioficio que lo mismo chapeaba la hierba del jardín, sembraba calabazas silvestres, ponía y quitaba antenas de televisión en los techos, que limpiaba el portal semanalmente, exprimía ropa lavada en el patio de la casa, cultivaba plátanos hermosos y flores de estación, pintaba cualquier pared, hacía mezclas de conversiones monetarias (de euro para convertible, de convertible para pesos cubanos y viceversa, de dólares para euros, de bolívares para convertibles, de pesos cubanos para euros y otras monedas) o buscaba productos agrícolas e industriales, cambiaba bujías, transportaba clientes en su machacado y anciano auto, hacía cuentos y enviaba mensajes, hacía colas y compraba panes, dejaba que le cortaran el cabello y se afeitaba frente a un espejo diariamente, leía, escribía, comía y respiraba como todos los demás, pero solo cuando leyó aquella noticia en el periódico del día anterior José comprendió que alguna verdad había en la información insólita que se le brindaba: "Un equipo de científicos ha obtenido un nuevo indicio de que algunos ingredientes clave para el desarrollo químico necesario que llevó al surgimiento del ADN en la Tierra pudieron llegar desde el espacio, informó el Imperial College de Londres...".

Por esa razón llevó consigo a la cola del laboratorio de exámenes del policlínico el artículo del periódico en cuestión con el propósito de devorarlo en un santiamén mientras los demás conversaban, fumaban, dormían o perdían su tiempo miserablemente... pero no pudo hacerlo porque la muchacha del laboratorio cuando lo vió y le vio las manos ocupadas con todo lo que traía dijo en voz alta aquel llamado al orden en medio de la gritería de viejos: "Por orden de llegada, a ver..." y él, "Pepe" ostentaba orgulloso el número uno de la cola. Ella lo llevó con cuidados hasta el asiento indicado, tomó la jeringuilla desechable del envoltorio que traía el visitante y comenzó la rutina diaria: poner la cuerda de goma en el brazo, localizar la vena, golpear levemente la piel para introducir la aguja y extraer el líquido precioso que Saturnino le brindaba... Puso luego el algodón con alcohol en el orificio hecho, él encogió el brazo y dejó las otras muestras al cuidado de la muchacha, le entregó los jabones y con un beso de despedida se fue por donde mismo había entrado cinco minutos antes. Todo bien, sin problemas, tomó su cafecito caliente y regresó a sus labores diarias... ante todo leer aquel raro artículo.

Siete días más tarde un equipo multidisciplinario SUM (médicos, paramédicos, enfermera y chofer) parqueó frente al jardín de Emeterio y dos científicos serios se acercaron al viejo que estaba podando unas matas de rosas blancas que crecían al lado de la cerca y le dijeron: "¿Ud. es José Emeterio Saturnino La Guardia, verdad?"... a lo que El Sat dijo: "Este que viste y calza... ¡sí señor!" Y le preguntaron: "¿Y Ud. se siente bien?"... Y Emete respondió como siempre: "Fíjense qué bien me siento que hoy he podado todas las flores del jardín con esta tijera que Ud. ve y ni gota de sudor ni de cansancio, ¡sabe!". Y todo el equipo le solicitó que los dejara pasar por favor para comunicarle la rara noticia: "El tipo de sangre que Ud. tiene según los análisis hechos es desconocida sobre la faz de esta tierra donde todos vivimos, mire qué cosa...".

Ellos dijeron que habían consultado con todos los laboratorios nacionales y con tres internacionales aprovechando las conexiones del antidoping instalado en 100 y Aldabó para el análisis de los deportistas de alto rendimiento y que ni ahí sabían de qué sangre se trataba y otros labs radicados en México, Brasil y España enviaron correos diciendo que en estos lugares se asombraron de los resultados obtenidos de ese tipo sanguíneo raro e inexistente. Que tanto la composición, textura y otros parámetros eran únicos y que estaban interesados en conocer quién era su portador y cómo se comportaba y estuvieron conversando de eso con Saturni casi una hora exacta y fue entonces que el viejo les preguntó a todo el equipo SUM que permanecía hablando sentado en el pantry de la casa: "Entonces ¿no soy una persona normal?"... Y le dijeron: "Tenemos que comunicarle que Ud. por su sangre es un hombre único diferente a todos los demás...". Y el LaGuard dijo: "Como un extraterrestre, ¿verdad?"... Y le dijeron: "¡Sí, más o menos eso!!. A lo que José Emeterio contestó con aquella voz de truenos que tenía: "Si yo lo único que he comido durante toda mi vida es arroz con frijoles negros, yuca con mojo y algún que otro picadillo con pasas cuando lo hay y me he comportado solamente como Dios manda: ¡con honestidad!".

Pues con todo y eso aquel equipo de especialistas insistió en que se trataba de un terrícola único y especial, un sui géneris extraño para estas latitudes con una sangre llena de vitaminas y minerales que evidenciaban algo relacionado con la galaxia y terminando la entrevista se retiraron sin darle la espalda al viejo y con eso se corrió la información de tal suerte que media hora más tarde la gente poco a poco se iba concentrando frente a la casa de Satu y no le quitó la vigilia de encima hasta que le repitieron por siete veces los mismos análisis de sangre no solo los laboratoristas más destacados del país sino una comisión internacional de ellos en hospitales de todo el mundo que viajaron especialmente para ver el caso y los análisis siempre daban lo mismo: una sangre rara diferente a todas las sangres del mundo y el viejo era como uno más y sin embargo lo más diferente de todos...

Una persona que jamás había ido al médico con anterioridad, que nunca se había hecho análisis de ningún tipo, que lucía bien para los años que aparentaba, que hablaba y se comportaba no como el ser raro y foráneo que decían sino como un viejo del montón, que estaba enamorado de cualquier trabajo que hacía, que no levitaba, ni volaba, que le gustaba el café bien fuerte y con azúcar, que no fumaba, ni ingería alcohol, que no robaba ni desviaba recursos, uno más en las colas de periódicos y revistas y sin embargo algo raro tenía y ya la gente lo cuidaba porque cuando salía de su casa y caminaba los policías le cuidaban el paso porque la gente casi que no lo dejaba caminar al punto que hasta vinieron creyentes de todas partes del país e incluso del exterior a ver a Emeterio Satur pidiendo que le curara los males de que padecían y Pepe M siempre decía lo mismo: "Yo no he hecho otra cosa que comer arroz con frijoles negros y comportarme con honestidad... ¡carajo!". Pero nada, José M era visitado por Presidentes, artistas, científicos, leprosos, mujeres y niños sobre todo niños que le pedían que volara o que echara candela por la boca como los dragones y él, que no permitió jamás que le sacaran ni una sola gota de sangre más de sus venas les decía: "No le hagan caso a esos sabios que ellos no saben nada de nada"...

Pero la gente seguía allí esperando a que el viejo dijera o hiciera algo diferente pero él repetía siempre lo mismo... Ya le habían hecho reportajes radiales y televisivos, películas y documentales, entrevistas para la prensa plana, lo habían invitado a que hablara en la ONU donde querían proponerle el premio mundial a la honestidad probada instituido en su honor pero él no quiso moverse de la casa donde vivía porque decía él no era merecedor de tal galardón, se levantaba temprano, tomaba café y se ponía a hacer cualquier cosa y la gente lo miraba y lo tocaba para ver si se contagiaba con algún poder extraño pero él les decía: "No me toquen tanto que me van a gastar la honestidad, ¡coño!"... y pasaron los años y allí seguía Guardia repitiendo la misma cantaleta año tras año, generación tras generación hasta que un día una periodista le preguntó en medio de un gentío alborotado el mismo día de su cumpleaños: "Don Emeterio ¿y cuántos años lleva Ud. con eso de la honestidad, a ver?". Y Emeterio La Guardia le dijo: "Llevo con eso en la sangre tantos años como los que tengo de vida pero nadie me cree mire Ud. porque dicen que yo soy ¡un ser de otro mundo!".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estaba muy buena la historia...es que la honestidad no es yerba que crezca por alla...