lunes, 30 de junio de 2008

En la Grande Aventura...

Cuando nos pasan por el lado las guaguas nuevas Yutong articuladas lo hacen a tal velocidad que no vemos la cara de los que se sientan dentro, choferes incluidos. En Moa los pueblerinos dicen en ese dialecto propio: "¡A río vaya, como va esa bicha!".

Si Ud. no ha viajado nunca allá ni pregunte... Les dicen "cutaras" a las chancletas, "baldes" a los cubos, "berraco" al taburete. Digamos que lo quieren invitar a tomarse un café y la muchacha le dice: "Arrime pacá al berracho pa darle un trancazo". Uno piensa que lo van a matar pero no... eso significa que se siente Ud. en el taburete de piel de chivo y ella con una latica humeante le trae el café serrano más caliente que el infiernito de Dante. En una fiesta Ud. puede sostener un diálogo con la misma muchacha cuando le diga: "Dame un viaje mamayú" (invitándola a bailar) y ella le conteste: "¡Echa pallá toletú que yo tengo mi querendango!". Frase que no necesita traducción alguna porque todo el mundo entiende.

Digo todo esto porque en esa zona está prohibido decir que Ud. quisiera algún día pasar una Grande Aventura en algún lugar del mundo para solaz esparcimiento y felicidad total, porque lo van a confundir con esos personajes que están rejas adentro en los hospitales psiquiátricos. Y sin embargo la Grande Aventura existe como halo rutilante y volátil, ese que se nos queda alumbrando encima de la cabeza cuando se nos ocurre alguna cosa que quisiéramos hacer para romper la rutina. Con el permiso de la concurrencia voy a contar en este relato algo que me ha ocurrido para que puedan comparar si es verdad o no lo que acabo de decir.

Ensartar la carnada para irse a pescar... No hay otra aventura igual según creo. Usted se levanta temprano con el anzuelo y la pita enroscada en el carretel de madera, esa misma pita fuerte y flexible, dorada azúl casi invisible que en la punta tiene la virtud de dejarse tejer el nudo marinero para el anzuelo puntiagudo, una flecha diminuta que tiene la propiedad de penetrar la boca del pez y traerlo fuera del agua cuando Ud. logra atraparlo.

Debe tener un buen pico para abrir la tierra antes y sacar la lombriz suculenta, un anélido ciego que está viviendo en su cueva subterránea esperando a que Ud. venga con las ganas de pescar para que lo invite a servir de engoe para peces. Y sale Ud. con su carrete, su latica de carnada viva, su nylon y su cuchillo a buscar el río turbulento, el que se enrosca debajo de las palmas y pasa en silencio hasta formar aguadas profundas debajo de cuyas lajas se esconden los dajaos y biajacas, camarones y jicoteas y donde los palmiches maduros caen penetrando las aguas tranquilas para que los guajacones salgan de sus cuevas y los desmenucen como pirañas custodiados por güijes inventados en fábulas campesinas.

Y Ud. pasa horas y horas oliendo la hierba mojada, viendo cómo salen de las profundidades los globitos de aire de la respiración de peces y quelonios, cómo las anguilas ciegas se mueven en zigzag presurosas por el fango del río mientras las gallarretas y los zorzales vienen a buscar insectos para poder sobrevivir y las yaguazas revolotean y se bañan tranquilas de que no se las van a comer por ahora.

Y Ud. que ha lanzado su anzuelo siente cuando se hunde el corcho que aprisiona el hilo ensartado que algo ha mordido, que alguna boca ha picado al gusano y de un tirón saca la pita mojada y ve con alegría que viene un pez sin pestañas, un pez lleno de dientes y asombro, de escamas sin dedos, un pez convertido en pescado que le dice en su lenguaje propio: "Mejunje pa' la tarima" queriéndole indicar que esa aventura para él termina cuando alguien lo escame y limpie y se lo lleve para ser frito en aceite vegetal y puesto ante los ojos deseosos de los comensales.

El placer de la sobrevida, de la muerte del otro, de la victoria de la especie sobre el escalón inferior, la perseverancia del más fuerte y más diestro sobre el más débil y menos preparado, del humano sobre el inconsciente, de la razón sobre el instinto, la preponderancia de la cultura sobre la ignorancia, de la vida sobre la muerte y de la guerra sobre la paz, una guerra para evitar el canibalismo, dar de comer a los muchachos, sentir con bondad la felicidad en el rostro de otros, el agradecimiento en la mirada familiar alrededor de la mesa de comidas, el beso del amor diciendo esa noche: "Nos queda mucho que vivir todavía mientras haya peces en el palmar". Un amor sin palabras, con el olor a pez sacado del río en la epidermis de la pareja, interrumpido por el murmullo de los juncos de orilla, de la avalancha de agua que se precipita en la cascada y se convierte en cabello de mujer, sol de madrugada, viento suave de primavera, Grande Aventura que no se repite igual nunca, que siempre trae algo nuevo y que se sabe no solo por el cambio de actividad sino también por el temblor de los dedos y el color de los ojos...

Domar el potro, correr, lanzarse al vacío con el paracaídas, respirar, tomar el sol, nadar, sembrar, escribir, pensar, hablar, oír, todos los verbos terminados en ar, en er y en ir. Ir y regresar, soñar y dormir, bostezar, imitar, disparar, comer, pestañear ("El que pestapierde ñea") y bromear. Debíamos inventar nuevos verbos como aventurar, arabistar, atabalar, caparidacear, cuscurrear, dentirrostrear, dimisoriar, galilear, lectorear, mantisear, pijamer, retrayentir, tinterir, ulaner, para nosotros mismos comprender el mosaico y espectro de las acciones que pudiéramos realizar constitutivas de la pasión por esa Grande Aventura que es la vida misma, la que nos despierta cada mañana con el deseo de hacer algo diferente o igual, de encontrar el lado bueno de las cosas y el malo también, de flotar en el espacio como si fuéramos a navegar o pensar cómo llenarnos la barriga sin mover ninguna de las dos manos, esa locura que nos hace morder el anzuelo encarnado que nos invita a salir de la pasividad del agua para ser comido por otros después y reencarnar en el otro como si estuviéramos diciendo al paso del ómnibus: "Ensila pal ateje a comer ciruela o chupar la guásima". Frase que tampoco tiene traducción alguna porque todo el mundo la entiende. Como el "abur", el deseo infinito de comer "guineos" o tomar "prú"...

Me parece que debemos algún día sentir el escozor de la curiosidad por conocer aquellas comunidades casi indígenas, que en ocasiones no hablan ni se comportan como nosotros. Dicen los paleontólogos que el ser humano debe cada cierto tiempo convivir con extraños para conocerse por dentro, pensar como pez, como león de zoológico, como ave de rapiña, como enredadera de calabaza, como flor de sábila. Hormigas somos y por el monte vamos, allí donde termina la aguada y comienza el baño de las mujeres, en el mismo lugar donde más adelante techan los bohíos con pencas de palmas, dondequiera comienza esta Grande Oportunidad que nos labramos, limpia y atractiva, de colesterol bueno, sin dietas ni aeróbicos, sin violencia, lenguaje de adultos y sexo, preparada para vivirla intensamente, así de simple como echar comida a los patos a la orilla de un río... algo que te convierte en Dios de tí mismo y orula de los demás... Ta que ñancue... ¡Sí Señor!

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jueves, 26 de junio de 2008

¿A qué correo me puedes escribir?

Ni se te ocurra poner mi nombre completo iniciándolo en mayúscula porque ese mensaje no llegará jamás, se perderá en el océano (el ano de océ...) irrescatable, hundido el mensaje en la plataforma submarina eterna que hay allí desde donde salen a superficie los monstruos y las sirenas, los peces ciegos y la lava de los volcanes...

No olvidar el signo de @ (arrobas) y ni intentar sustituirlo por el de quintales, kilogramos, libras o toneladas porque el mensaje se nos pierde en el infinito de las islas, esas agrupaciones que nos separan de los demás y nos sirven para encontrarnos, donde nace la nostalgia y la aventura, la dicha de nacer o de morir... una cárcel psíquica de donde no podremos jamás salir en libertad, amorosamente agradable, lúcida, lúbrica, lúdica, lunática, lunachársquica... Siempre poner @ para no olvidar el orígen del signo puesto allí por algún comerciante español que pesaba sus siembras con la mano de comprar y vender, una prueba irrefutable que el inventor es de nuestra familia y habla nuestro idioma, uno de los nuestros, un fardo pesado que llevamos encima como la gravitación universal sin que nos haga daño...

Debe tener un punto (.) también como tarjeta de identificación, como la cifra en un banco que separa la cantidad inicial de los centavos, algo así como 1.489545 esa cotización del euro frente al usd (dóllar), aquel precio de ese par de zapatos 34.99 cuc que nos dice de la rebaja que ha sufrido algo que costó 70.00. No se te ocurra vida mía cambiar el signo por una coma, poner por ejemplo merolico,com porque no llega, se traba, te lo rebotan como pelota de tenis de mesa, un rebote que no tiene respuesta, que activa el mensaje lineal: "Ud. ha cometido el grave error de poner esta dirección de correo electrónico con la coma (,) y eso no es posible, amigo mío y por tanto hemos decidido rebotarlo". Y Ud. insiste y nada, no pasa, se aplasta el mensaje como si fuera una enorme y pestilente caca de vaca abuela buena para embarrarle las alas a los gorriones que comen arroz sin permiso en el suelo prohibido...

Puede poner un guión pero tenga cuidado porque si pone debajo un guión que va encima tampoco le llega el mensaje y si lo pone encima y va en el medio tampoco. Debe saber exactamente dónde es que va puesto el guión, el guioncito, el dichoso guión cinematográfico del correo porque si no lo pone bien, le sale de nuevo el cartelito: "Ud. ha cometido..."

Recuerde cometer los más garrafales errores ortográficos como poner cámara sin acento, mi nombre usual Inés así como suena ines, porque el nombre no admite acentos, que nos sirven para diferenciar espectáculo de esa otra fea y repelente palabrota, un acento al que estamos acostumbrados cuando te escribo: "Amada mía: hoy se cumplen ciento cuatro días del nacimiento del murciélago Popeye, aquel que colgaba del techo del ático y que mirábamos cuando soñábamos despiertos...". Si Ud. pone el acento en el mamífero volante, el que nació tal día y que colgaba del techo de aquel maderámen amoroso, su mensaje no sale, se pierde, vuela como vampiro, flota como alfombra en los vericuetos de Mrs. Internet, se va del parque como las pelotas de béisbol, suda y no entra como las de fútbol y Ud. se queda con el cartelito del grave error cometido... Nada de acentos aunque le confundan el arma homicida con la paletica de hacer remolinos en la taza de café.

El nombre es importante... Así como cada persona se conoce por los zapatos que calza, también se le puede conocer por el nombre que le pone a su dirección de correo. Evidentemente que roma@ es aquel enamorado de alguien a quien no ha podido declarársele todavía. Como también tejas@ expresa su intención de recordar aquella esquina en que confluyen las calles Infanta, 10 de Octubre y Calzada del Cerro. Aquel que escribe: cocosolo@ o vive en ese barrio o tiene un coco solamente para beber saoco, un coco seco inexistente, ese coco rapado, ríspido, ralo, rolo, enrocado y no tiene otro remedio que ponerlo de nombre para al releerlo acordarse del barrio donde nació o de su mismo coco, ese que lleva clavado encima de la terminación de su columna vertebral y que sostiene sus dos orejas flácidas, los huesos de su closet humano en el que conserva dentro de su hipotálamo el almacén de sus recuerdos.

Si yo tuviera acceso pondría un nombre sencillo a mi dirección de correo electrónico como muestra de mi personalidad genuina... algo así como calabaza@ para gritar a todo viento de dónde provengo y cuánto no me pesan esas 25 libras que llevo encima... o mejor: calandraca@ para informar a todos mi predilección por el cuidado de peces de colores... mejor que mejor: mierdaemono@ para acordarme cada día de los viajes que hice al zoo de 26, ese lugar atractivo en que pernoctan dos ardillas saltarinas, duermen los cocodrilos inofensivamente, come pan el oso negro amaestrado, roncan los leones, vuelan los tomeguines y revolotean los vendedores de maní. ¡Oh, monos querubines, espulgando constantemente el lomo familiar! ¡Cuántos recuerdos me trae este nombre de correo!

Ilusiones, sueños y p m o (propósitos, metas y objetivos)... tenemos tiempo de escoger el nombrecito como si fuéramos a parir un muchacho. Un parto con dolor, pujante, sudoroso, sin fórceps, sin pitusín, un parto sin cesárea, parto de pecadores, algún día saldrá por ese manantial de la vida, un largo y respirante nombre de correo al que habrá que cortar cierta parte del cordón umbilical, mostrar asido por las dos extremidades inferiores como criatura al aire, darle nalgadas si no ha sido capaz de abrir el relay del pulmón para que llore y respire y con el mismo grito de victoria de los indios alfareros y fumadores ancestros anunciar a todos:

Tengo el placer de decirles que ha nacido culitocagao@computer.com y ahí me pueden escribir desde ahora para que lean un blog que he titulado con vuestro permiso: "Batiendo la berenjena", el fruto de esa hortaliza que sirve para todas las patologías que todavía padecemos como ese síndrome de no tener acceso, ni conexión, ni servidor, ni panelito, ni teclado, ni cuenta, ni monitor en casa y que posee una sola ventaja a saber: es la zona de silencio más tranquila que tenemos, un espacio que no nos molesta, una ignorancia que no nos ocupa, una felicidad que no conocemos, una tarea que no realizamos, un trabajo que no nos agota porque no lo usamos, en fin, un vahído que no nos marea y un invento que no nos sorprende, algo que arrastramos como cadena de promesa en Día de San Lázaro y que cuando tengamos se nos irá escapando como agua en la palma de la mano, timbre de teléfono, sal en la ventisca, remolino de río y hoja de laurel anunciando que habrá algo nuevo que extrañaremos que no podamos tocar y que aunque no lo ambicionemos nos hará falta como aquel aguacero que sirve para limpiar el polvo acumulado de las calles.

No obstante no tener tu que me lees sígueme escribiendo, mándame una tarjeta algún día, junta ramitas secas y hazme un túmulo de fuego para que me envíes alguna señal de humo, pon encima de la mesa un pliego de blanco papel y como en el Siglo XIX escríbeme una de aquellas cartas de enamorados por entregas, échala en el buzón que ella llega tenga o no tenga aquí eso que nombran "imeil" un nombre apropiado para decir en el buen idioma peninsular correo electrónico. Yo haré mi crónica para mi blog, la tendré guardada en el cofre del cuarto y cualquier día me pondré una mano en el oído como los cantantes de la vieja trova y te lo enviaré en clave para que nadie lo pueda ni rastrear ni leer, esa es la regla: seguir y seguir echando piedras sin mirar atrás, criando mariposas y ranitas enanas y haciendo estos batidos de berenjenas que sirven para cualquier cosa.

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martes, 17 de junio de 2008

La cajita de Tomás Moro

La tenemos guardada en una caja mayor: la mesita de noche de la cama del cuarto. Como se sabe Moro fue Lord Canciller de Inglaterra y un día de locuras y desvelos se puso a escribir aquella famosa obra que se conocería luego como "Utopía", pero que originalmente tenía un nombre más largo y confuso...

En aquella isla del Atlántico se podía pasear sin necesidad de resguardo porque ni policías se necesitaban, la tierra era de todos y el dinero contante y sonante prácticamente no existía. La idea del intercambio mercantil Moro la veía como aquella actividad en que se cambiaban valores de uso cuya constante igual (el trabajo) se medía por lo que el otro necesitaba.

Esta rareza todavía hoy existe en el intercambio de la bodega de la esquina: cambiar cigarros por café o por chocolate. El que no fuma ofrece cigarros y si el otro no toma café se lo cambia por el paquetico de celofán. Todo está claro si la medida del intercambio la ofrece el dinero que no es otra cosa que la forma en que aparece el valor del trabajo. ¡Miren qué cosa! Moro argumentaba igual: el dinero en tanto valor de uso es igual a cualquier otro valor similar.

En la cajita de Moro que tenemos escondida está dormido el dinero que nos entra desde la calle y traspasa la cerca que custodia el jardín. Si salimos con él desde adentro y cerramos el candado nuestro dinero es esa mercancía especial que sirve como medio de cambio para adquirir cualquier cosa que se oferte en el mercado de las manos de otro.

Digamos que queremos comprar calabazas... vamos a ver: 3 libras. Si la libra de calabaza está a 3 pesos cubanos tenemos que pagar 9 pc por las tres libras del producto. Tenemos en las manos el valor (dinero) y adquirimos el valor de uso (la calabaza) que tiene otro. En ese acto de cambio el dinero no nos interesa como valor de uso sino como valor (a nadie se le ocurriría comerse los 9 pesos cubanos, claro), mientras la calabaza no le interesa al otro para comérsela completa (una calabaza hervida es lo más rico del mundo) sino para cambiarla por aquellos 9 pesos cubanos. Si se realiza la operación la calabaza pasa a nuestras manos y los 9 pesos se quedan en las manos del dueño de la calabaza.

Este ejemplo me queda claro para decir ahora lo siguiente: si el dinero que tenemos en la cajita de Moro no sale de esta casa por supuesto que ya no es mercancía, porque no se me ocurriría que cuando me hicieran una taza de café por las mañanas mi esposa me dijera: esta taza vale 5 pesos cubanos. Podría hacerlo... pero no se hace. En nuestra casa se brinda café gratuito. ¡Mira qué cosa! Si me cobraran el café de por la mañana yo podría (cuando limpiara con manguera y haragán el polvo del portal) pedir a cambio: esta limpieza vale 10 pesos cubanos o lo que es lo mismo: 2 cafés. La cara que pondría mi esposa en ambos casos sería diferente. Cuando me cobra el café pondría una cara de satisfacción y cuando me paga la limpieza una de disgusto... ¡Dime tú!

Por esa misma razón los servicios caseros no se cobran: ni la limpieza del jardín, ni la siembra de semillas de melón, ni la pintura de la cerca, ni los arreglos en el techo, ni la instalación de un tanque de agua en la azotea, ni el cambio de una luminaria, ni la comida nocturna o el desayuno. El día que cobremos el arroz que hagamos en la olla de presión que tenemos, ese día nuestra casa habrá cambiado de palacio de familia a paladar privado. Así mismo es, ¡si señor!

Para salir del laberinto siempre mentalmente hemos hecho una operación sencilla: el dinero en la cajita de Moro es un valor de uso dentro de la casa pero cuando sale fuera de ella se convierte en una mercancía. Si regalamos algo entre nosotros no lo cobramos y como no lo hacemos más tenemos. Nos sería muy raro cobrar un abrazo o un besito vespertino de esos que nos hace falta recibir después de un baño reconfortante. Un besito de a peso, digamos, o más pequeño aún: de a quilito. ¡Vaya, coge tu beso aquí, vamos!

O cuando hacemos arroz con leche, ese mismo que se quiere casar con una viudita de la capital: Un plato de arroz con leche = 15 pesos cubanos. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén. Sinceramente no se nos ocurriría. Ni cobrar un plato de frijoles negros, ni un atole, ni una ensalada de aguacates, tomates gigantes y habichuelas. Ni un arroz desgranado, ni un plato de garbanzos, ni un batido de mamey, ni uno de mango de la mata ni un jugo de guayabas, ni un masaje corporal, ni una limpieza de pasillos, ni un lavado de ropas, ni un baño de sauna manual, nada que ocurra de la puerta hacia dentro ese candado que custodia el jardín.

Para nosotros está claro que la cajita de Moro tiene dentro un dinero que para nosotros ha perdido su valor, que yace allí dormido y no tiene valor para nada que hagamos dentro de la casa. El dinerito viene caminando desde el banco, pide permiso para entrar al candado del jardín y abre él mismo la compuerta de la mesita de noche, se mete dentro de la cajita de Moro y antes dice: "Ahora voy a dormir".

A soñar que todo el dinero del mundo se ha convertido en el mismo valor de uso que tiene dentro de la casa. Que se ha transformado en una cábala numérica, en una alfombra mágica incluso cuando sale a comprar calabazas y se encuentra con el dueño y este le dice: "Esta calabaza es gratuita porque tiene las semillas redondas como la fruta bomba". El dinerito está dormido en su posición fetal, abrazado a su cajita que le sirve de resguardo, custodiando el sello oficial del Canciller Tomás Moro que a cada rato le dice: "En esta isla de mi cajita tú has perdido el valor y te has quedado con lo más importante: el valor de uso".

Parece una simpleza pero no lo es... "oro parece, plata no es"... la gente sigue su agitada vida, la vida sigue su agitado curso, pero el dinero sigue teniendo valor y mucha gente cayéndole detrás para atraparlo y quedarse con él. Como es el caso de ciertos taxistas que dicen que como los precios del petróleo han subido, han subido también los precios del pasaje y ahora le quieren cobrar al amigo que viene a visitarte desde el aeropuerto hasta la esquina de esta casa nada menos que 60 cuc. ¡Así como les digo...! O aquellos que te quieren cobrar por cobrar una libra de malanga por 4 pesos cubanos o por una calabaza 17, mediana, de semilla picuda amarilla como el sol. Coge tu libra de boniato aquí por 3 pc, ¡vamos! Es una metalización del pensamiento y de la acción, una especie de invasión de la materia metalizada, dineralizada...

Agiotistas y especuladores, especímenes de esta jungla en que vivimos, esos no tienen en sus casas cajitas de Tomás Moro, tienen en cambio dientes de tiburones, colmillos de cocodrilos, tienen el cartelito de "¡cuidado, muerden!". A ellos pudiéramos decir: "No hay "Moros" en la casa". O fabricamos cajitas para distribuir por núcleos de familia cosa de que en esas casas se vaya perdiendo el sabor del vil metal o buscamos la fórmula clásica para bajar los precios y acabar con los intermediarios que son los que los suben: a más aguacates en el mercado los precios deben bajar. Digo, si no han cambiado las reglas del juego...

¡Oh, Tom More (Moro)! Autor de esa Utopía, Mr. Tomás (Tom is a boy, Mary is a girl) Lord Canciller del Rey Enrique VIII, Ud. que inventó eso de la cajita antes de morir decapitado en 1535 por no reconocer la autoridad espiritual de Henry The King, resucite y venga a ver cómo se mueven los precios en el agro, cuánto cuesta transportar un tanque de fibrocén en un camión de volteo, cuánto le piden por un sobre de caféconchí, cuánto vale sacarse una muela por la izquierda, cuánto un ponche de una cámara de auto por la derecha, cuánto una latica de refresco Tycola en una shop, cuánto una habitación de hotel 4 estrellas, cuánto una libra de carne de res zurda como las calles inglesas o norteamericana como Julia Robert The Pretty Woman... Venga y díganos si estamos en lo cierto o no, si hemos hecho bien en no cobrar el dulce de cascos de guayaba o el besito matutino.

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lunes, 16 de junio de 2008

Este Día de los Padres

Hace más de 60 años me enteré de que no existían "Los Reyes Magos" y que eran los mismos padres quienes nos compraban los regalos el 6 de Enero, sin que tuviéramos el deber de escribir cartas en las que prometíamos portarnos bien, atender a la maestra y hacerle caso a los mayores. Probablemente fui el único que estaba en posesión de aquella verdad sin ilusiones que me hizo apretar con más cariño el manubrio de mi pequeña bicicleta y ahorrar los "mixtos" explosivos en mi revólver de juguete.

Los demás pensaban que Melchor, Gaspar y Baltasar vendrían por la noche el día antes y dejarían sus sacos con regalos mientras el sueño se posaba tranquilo en el aeropuerto de nuestras cabezas, pero yo sabía que eran los besos de mamá los que me hacían refugiarme bien debajo de las sábanas y la sonrisa de papá la que me hacía dormir seguro de que no me iba a pasar nada mientras ellos estuvieran despiertos.

Al otro día los demás abrían sus paquetes mientras la inmensa mayoría no y yo salía victorioso la tarde anterior montando aquel artefacto que un tío me había traído desde La Habana robada de un jardín de un dueño importante. Muchos decían que en mi caso los Reyes Magos se habían adelantado y yo tomaba la iniciativa de decirles que de mago nada y menos de reyes, que eran los padres los que hacían el laboreo de hormigas para buscar el regalito en aquella fecha del año.

Así fui creciendo convencido de que no había fecha de festejos sino de recordaciones porque todo el cariño del mundo había que vivirlo a diario y darlo sin pedir nada a cambio para que creciera poderoso como los cedros y caobas del monte y se mantuviera firme dentro de nosotros. De tal suerte desde pequeño ya nadie creía en casa ni en el día de los enamorados, ni en el de las madres ni en el de los padres, porque esas tres conmemoraciones las hacíamos desde que nos levantábamos hasta que nos dormíamos todos los días del año, sin regalos mediantes, con un desinterés cercano al de los misioneros, orgullosos de querer y ser queridos no por la figura que teníamos sino por la obra y la bondad que respirábamos.

De eso se encargaron mamá y sobre todo papá a los que agradezco tres reglas de conducta que guardo todavía como joyas para ser dadas a quien más lo necesite: Hablar menos y oír mucho, buscar la valía de la persona antes que la del dinero y no creer nunca que hemos sabido todo por aquello que Sócrates decía: "El conocimiento es la virtud y solo si se sabe se puede divisar el bien". Un apotegma que hoy saca a la luz semanalmente una programa de crítica de cine televisiva.

Por eso este "Día de los Padres" es en casa una fecha que observamos en otros pero no en nosotros. En esta familia ya los viejos se han ido muriendo y por esas casualidades necesarias el más canoso y arrugado ahora soy yo, este imperfecto ciudadano del mundo que no hace otra cosa que trabajar, escribirle mensajes a la hija y a los nietos y aspirar a que crezcan las calabazas del jardín para ver qué tienen dentro esta vez de diferente.

Tengo que reconocer que estoy muy satisfecho del cariño que me tienen en casa no solo mi esposa que es la mayor de los que aquí vivimos sino también de mi hermana que es menor que el que esto escribe, de sus hijos y nietos y de los míos que están allende la mar tapados la mayoría de las veces con abrigos poderosos y otras buscando la forma de lanzarse por las canales de juegos hasta dar con todo el cuerpo en la arena de los parques de diversiones, siempre bajo la mirada cuidadosa de la madre y del papito. Esas cuatro personas estarán lejos pero diariamente conversamos con ellos. Los primos allá en el interior de una provincia ni saben qué es lo que sucede en las cuatro paredes de este hogar, no conocen cómo ha ido evolucionando la parentela y se acordarán de los padres tanto como me acuerdo de los míos: pensando en que están donde no quisieran haber ido nunca de cuyo lugar ahora no pueden salir físicamente y se contentan con viajar hasta nuestros recuerdos para advertir que un día como el de hoy no es un día especial sino uno de tantos en que el cariño se desborda como leche hervida a la que no se le ha puesto mucho la atención.

Porque para nosotros este día especial, si así lo queremos concebir, es el único día que no quisiéramos que existiera: un día como ese murió papá. Estábamos reunidos para felicitarlo mientras se recuperaba de una larga y penosa enfermedad pero solo pudimos contentarnos con saberlo dormido hasta que en horas de la tarde un nieto salió del cuarto con la noticia más triste del mundo: "Parece que abuelo dejó de respirar". Y estaba en lo cierto. Papá se había ido al mundo de los muertos sin habernos avisado cómo. A partir de ese minuto final ya no sentiríamos de nuevo ni sus palabras ni sus recomendaciones, aquel silbido peculiar que hacía cuando estaba acercándose a la casa, el temblor de sus manos cuando hacía algún trabajo artesanal, su fino humor comparativo y original, su letra menuda y hermosa y aquella mirada que echaba a la gente demostrativa del afecto que le tenía incluso a los que no le caían nada bien. Una mirada plana como la de las gallináceas de río, porque había perdido la visión binocular desde que era niño por un regalo que le hicieron en el barrio de entonces: el disparo de un tiraflechas.

Su última ocurrencia fue morirse precisamente el famoso y complicado "Día", una fecha contra la cual combatió toda su vida con esa parsimonia que tenía para convencernos, una argumentación bien fundamentada y bondadosa que le jugó las veces de "boumerang" como si con eso la fecha misma quisiera recordarle siempre vivo: "Aquí está Chicho, un hombre que no creía en el Día de los Padres". Un pie triste para obligarnos a no querer que nos lo recuerden mucho. Mejor siempre besos todos los días que un homenaje esa solitaria y triste ocasión en que se rompió el estambre que separa la vida de la muerte en nuestra casa...

El día anterior se había despertado mentalmente sonámbulo, me hizo señas en medio de la oscuridad más absoluta del cuarto y me dijo: "Cuando me muera no me pongan flores, mejor las dejan que crezcan en el jardín". Y así lo hicimos. Tal vez su regalo más cariñoso... es algo increíble pero nos despertó la única ambición que no tiene ni gota de pecado: la de sembrar algo en la tierra de la familia.

Aquí tenemos naranjas, plátanos de fruta, melones y calabazas, sábila y guayabas, frutabomba y orégano, frescuras y enredaderas, pero lo que mejor se da son las flores, unas caprichosas rosas amarillas y blancas, rojas intensas y rosadas de primavera que crecen junto al césped persistente, las lenguas de vaca, las malangas ornamentales y otras tantas muestras de plantas que ni siquiera sabemos el nombre, las margaritas silvestres y esos cáctus de cerca que junto al henequén y a las uñas de anta hacen competencia al flamboyán enano siempre florecido que tenemos al lado de la ventana del cuarto...

Ese sembradío se lo debemos a papá que un tarde nos dijo: "Algún día la gente vendrá a pedir aloe y seremos los únicos que lo tengamos cultivado". Y así ha sido, hemos regalado tanta sábila que al hacerlo nos ha servido para llenar el vaso de nuestra resignación, día a día, como gota de tanque de techo, un regalo silencioso y bonito de parte de papá.

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jueves, 12 de junio de 2008

Cementerios

Es curioso que para vivir siempre haya más sitios donde puede hacerse, mientras que el campo santo, la cripta, el osario, el columbario, la catacumba o Necrópolis alberga como sitio para muertos mucho menos lugar. Aquí en Ciudad de La Habana hay uno famoso no solo para los que se han ido sin regreso hoy mismo sino para los que se fueron hace mucho y que se sabe lo hicieron por estar no solo enterrados allí sino escondidos en los libros de aquella oficina que son los que dicen si fue cierto o no el enterramiento o la exhumación.

Sea cual fuere la gestión, cuando se produce el deceso y la ceremonia correspondiente, el sentido común popular tiene una expresión de despedida que no deja dudas: "Se fue a Colón". Aunque lo vayan a enterrar en Guanabacoa o en el cementerio de La Lisa.

Consuelito Vidal, la famosa actriz de la radio, el cine y la televisión cubana antes de morir pidió publicamente algo simpático y ocurrente como era su carácter y estilo: "Como voy a ser la única que vaya acostada quisiera que los que me transporten fueran a pie" no solo para que hicieran ejercicios pienso yo sino para que se dieran cuenta de que los vivos son radicalmente diferentes a los que yacen muertos. Y su público le hizo el favor de cumplirle el deseo. La velaron en Calzada y K (la más famosa funeraria de la ciudad) y la llevaron a pie hasta la Necrópolis de Colón como ella quiso.

Otros, sin embargo, lo que quieren es que los cremen en un lugar especial que han destinado para ello nada menos que en Guanabacoa, en medio de los dos cementerios que existen allí. Los comentarios no se han dejado de hacer: "Si te creman o te entierran no tienes escape". Pero el asunto es que la urna con los restos la mayoría de las veces no se deja dentro del cementerio sino que los familiares se quedan con ella. En los actos de última voluntad mucha gente ha dejado expreso que desea terminar esparcido en algún lugar menos en el patio de la casa donde vivió y escogen el mar, algún acantilado, incluso una ceiba en la Finca La Vigía en San Francisco de Paula, propiedad de Hemingway, como un tributo a tan ilustre lugar o simplemente que lo soplen en algún potrero para que sirva como abono de pangola para reses en ceba.

Por esa y muchas otras razones más se ha ido desmistificando el lugar de reposo de los muertos en el país y se han tejido cadenas de bromas y chistes que desatan la hilaridad, por aquello que escribió Villena en una ocasión: "La muerte es algo que diariamente pasa y un muerto inspira siempre cierta curiosidad". De esta manera se ha dicho que si los que están fuera no quieren reposar dentro y los que allí se encuentran no pueden salir a vivir fuera entonces nadie se explica por qué los cementerios están rodeados de cercas. O este otro que se atribuye a una convocatoria para una actividad sindical de fin de semana y que apareció en una tela colgada en sus muros exteriores: "De este centro todos iremos el domingo al trabajo voluntario".

La gente pasa por Zapata y 12 a pie o en bicicleta, en transporte público o privado sin tener en cuenta que unos pasos más adentro yacen los muertos y trabajan los vivos, esos mismos que no te conocen cuando te dicen el último adiós. Y los que trabajan dentro (choferes, ujieres, enterradores, custodios, barredores, encofradores, carpiteros, plomeros, albañiles y oficinistas) meriendan o almuerzan, toman café o agua, hacen chistes o se ríen, espantan perros o los cuidan, y hasta duermen o viven allí.

De lo que sí no tenemos dudas es de que todo el que permanece debajo o encima de la tierra en ese lugar está mucho más tiempo en menos espacio del que ocupaba en vida. Visitado o solitario, acompañado o solo, los que se fueron se quedaron. Ante el problema que implica la búsqueda y encuentro de flores apropiadas para la cantidad de decesos que ocurren no es raro advertir que las flores que se llevan para algún muerto en cuestión se trasladan en ocasiones a la tumba cercana de otro, con tanta prisa como rápido fue la retirada de los familiares de la ceremonia. Y nadie se da cuenta del asunto hasta que no se produce la primera visita. No pocas veces algún familiar recuerda al muerto en la tumba de al lado.

El algún pueblo del interior cuando pasa un transporte lentamente la gente cree que alguien se murió y lo sigue a pie. Pero cuando uno entra al pueblo imprimiendo cierta velocidad al vehículo tiene que tener cuidado o termina en una zanja de desagüe y si se muere por el accidente la gente lo entierra también a pie, según la costumbre. De ese mismo pueblo es la curiosa pregunta: "¿Dónde entierran a los muertos de cabeza?". Como la gente no sabe, se le responde: "En Mata, porque en Cabeza no hay cementerio".

En "Colón" ocurre también otro suceso original: la entrada de turistas en ómnibus para la visita del lugar que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad. No es raro ver junto al enterramiento de alguien a una guía explicando los detalles de la ceremonia o en un cambio de flores cualquiera oír el relato de quién famoso está enterrado en aquel recinto, como es el caso de extranjeros notables (André Voisin por ejemplo, un sabio francés) o antiguos políticos, jefes militares o decesos famosos que han tomado renombre especial, como es el caso de aquella tumba que dicen pertenece a una jugadora de dominó muy conocida que encontró la muerte en uno de estos juegos y que tiene una ficha gigante dentro de la cual descansa para siempre la dueña. O la llamada "Milagrosa" (probablemente la que más flores tiene alrededor) que fue según se dice enterrada con su hijo y cuando exhumaron el cadáver el niño estaba en los brazos de la madre y a la cual se le atribuyen poderes para arreglo no solo de enfermedades sino también de conflictos personales.

Por muchas razones no se puede hablar de la ciudad en que vivimos sin mencionar alguna vez sus cementerios. Lugares célebres o no, todo el mundo sabe dónde quedan pero nadie quiere que lo dejen definitivamente allí. Es el lugar más silencioso y humilde del mundo, menos los días de las madres. Es tal la afluencia de personas que la policía ha tenido que tomar medidas serias con el tránsito como en esta última ocasión en que las calles se cerraron en el periplo comprendido desde 26 y Zapata hasta Paseo y desde 23 hasta 14, incluyendo las interiores. Aquel recinto estaba atestado de público, como si se hubiera muerto la mitad de su población y era tal la gritería conversadora que parecía más bien una concentración frente a la Plaza de los desfiles.

Los cementerios son lugares tristes, sobre todo para los que como nosotros no nos aferramos a la idea de que aquellas personas que hemos querido estén donde están y no sigan donde quisiéramos que estuvieran, pero la vida sigue su agitado curso, el sol nos alumbra a la vez que nos quema como decía el Apóstol y no hay más remedio que pasarle a las tumbas con ese grado de nostalgia y cariño que nos hace ser aquellos amantes sempiternos que no nos olvidamos de los demás. Mirabeau decía que el amor no es un sentimiento sino una habilidad genialmente cariñosa, pero esas son ideas raras que no nos convencen mucho...

Sin embargo la gente sigue enamorándose en cualquier lugar, en calles o en casas, en cines o en parques, en fiestas o mortuorios. Porque para iniciar este paso importante de la vida, la pareja debe empezar por conocerse y la casualidad no espera, esa mirada que fulmina y le inyecta sangre al cuerpo y al alma se tropieza con uno en el más sencillo lugar de este planeta, cementerios incluidos.

Sencillo para otros pero importante para el dúo que decide lo único que se pregunta o se dice en la ceremonia nupcial: hasta que la muerte los separe. Y la declaración de amor en los recintos del campo santo será tétrica pero cariñosa, ese agarrado de manos no está muy bien definido todavía pero en aquellos lares debe ser perdurable tanto como fuera de ellos, custodiado por una guadaña callada y sorpresiva más eterna que la vida misma que nos advierte un axioma difícil: la vida es una novela que por la noche perdura y dura más una vela que lo que la vida dura...

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domingo, 8 de junio de 2008

El ahorro que murmura...

...y que la luna retrata, parodiando la famosa canción, pero de lo que se trata es de que las cosas en esta casa duran bastante. No es que seamos tacaños, caminantes de codos, avaros ni mucho menos, es que parece que en los genes que llevamos dentro hay una pizca de ahorrativos ancestrales...

Como se sabe los españoles están detrás de toda esta historia; hay también africanos, árabes de diferentes países, franceses, ingleses y norteamericanos, de las islas del Caribe por supuesto, pero los más ahorrativos son los peninsulares. Ellos quisieron inventar los zapatos y les salió la alpargata, la emprendieron con hacer una bicicleta y les salió el amolador de tijeras (de dónde habrán sacado aquella flautica de mano que tanto extrañamos hoy?) y de tanto inventar inventaron la mulata cuando trabaron contacto con aquellas negras esclavas que criaban para reproducir la especie tratándolas como a cerdos... lamentablemente el ahorro fue en estos casos repugnantemente célebre.

Pero en casa somos tan ahorrativos que hace medio siglo no vamos a las tiendas a comprarnos ropa, ni calzado. Nos hemos convencido con eso del optimismo que tenemos como nuestro Señor Jesucristo que vino a la tierra para redimirnos y andamos con una sola túnica, las mismas sandalias y sin dinero en el bolsillo. Hemos ahorrado ropas, perfumes, aretes y pulseras, collares y zapatos, corbatas y camisas de cuello, smoking no tenemos ni hemos tenido nunca, ni sombreros para salir, tengo un sombrero viejo para las labores del campo que tiene nada menos que 38 años. Me lo tejió un haitiano en 1970 y todavía lo uso, le he puesto unas plumas de paloma torcaza que vienen al jardín y allí se rascan y las he puesto en los orificios al sombrero y ahora parece un sombrero de apache, de sioux, un sombrero a lo Chaflán que es el que me gusta.

No tenemos abanicos, ni juegos de cojines, ni cuadros en las paredes, porque todo eso lo fabricamos y lo ahorramos de tal manera que podemos ufanarnos (el llamado sano orgullo) de nuestra sobriedad casera, de nuestro modesto consumo, de la austeridad familiar que nos permite no botar nada que todavía pueda ser usado, digamos unas presillas para papeles que siempre aparecen dentro de las cajitas correspondientes.

Para ponerles un ejemplo palpable y sorprendente: mi espuma de afeitar envasada y regalada me ha durado nada menos que un año completo con su correspondiente máquinita y cuchilla de doble filo. Exactamente a los 365 días de uso la he exprimido hasta las últimas consecuencias y la he colocado con medalla de oro en el tanque de la basura. Y yo me afeito diariamente, siempre por las mañanas cuando ya ha salido (salido?) el sol y no es necesario encender la luz que pende del techo del baño.

La colonia para coloniarnos nos dura una eternidad, es solo un golpe de colonia, un fuífuí detrás de las orejas que nos deja perplejos y olorosos para salir con aire de banco de ahorros a dar zapatazos encima del asfalto de la calle, un par de zapatos que lleva ya de uso 7 años seguidos. Lo mismo nos pasa con las camisetas, con los "shores", con las camisas, "pulovitos", espejuelos, relojes, calzoncillos, toallas, sábanas y fundas, almohadas, toda la ropa que usamos... Tenemos un ventilador que todavía funciona de 32 años y un coche de igual edad, una máquina de coser singer de 45 años, unos libreros viejos viejos de más de 50 años, un juego de sala de 60 años y otro de comedor de 70. Tenemos una jarra de porcelana que ya cumplió 118 años, libros antiquísimos, un escaparate de 53 años, una casa de 65 años, pero el récord del ahorro lo tenemos en una lupa cóncava gigante que tiene nada menos que 120 años, la cifra que dicen los científicos que es la meta actual para el hombre vivir en el futuro como promedio de edad...

¡Como nos duran las cosas en esta casa, madre mía!... Nos duran también los alimentos, palitroques, dulces, arroces, azúcares, frijoles, panes, atunes enlatados, aceites, vinagres, nos dura la miel de abejas de qué manera, no botamos nada a la basura que se pueda consumir, nos dura el café, la leche, las conservas, el agua hervida nos dura que no tiene igual, nos administramos de tal forma que aunque quisiéramos un día malgastar no podríamos, no estamos acostumbrados a malbaratar, no se nos ocurriría botar un platanito de frutas que se pueda comer, hasta los vegetales los sometemos a la guardería del refrigerador. Tuvimos un refrigerador que nos duró 45 años y nos quejábamos de que no enfriaba bien como pedirle a un sacristán en una iglesia que gritara la misa porque el que se sienta en el último banco no oye...

El azúcar, digamos para el café, la ponemos dentro del jarro en su medida y le echamos el líquido caliente y no se nos riega ni un granito mínimo fuera. El agua que tomamos en su medida no se derrama... También ahorramos el betún para zapatos, qué manera de durar la lata de betún. Los algodones en el armario, las medicinas, el alcohol boricado, el anís, tenemos en el garaje carbón vegetal para cuando vengan los ciclones y se nos vaya de paseo la luz eléctrica, tenemos querosene guardado, sal de comer, Santo Cielo, como tenemos sal en el closet de la cocina, pintura de uñas sin usar, lápices y libretas, sobres y papel para cartas de mano (nuestras hermosas cartas del Siglo XIX), ahorramos alfileres, botones, zíper, telitas, trapitos, tenemos tornillería, tuercas, tapas de baterías, líquido de frenos, aceites y lubricantes, grasas especiales guardadas para engrasar cuando haga falta, maderas escondidas, puntillas, puntillones y puntillitas, clavos, pinturas, brochas, latas, desodorizantes, ropa vieja, alambres, tenemos un garaje lleno de cosas que un día nos van a hacer falta...

Tenemos el espíritu de almacenero eficaz debajo de la piel del cuerpo, un ahorro de abridor de compuertas de agua, de controlador de la luz, el ahorro de los que tienen el sentido del ahorro, de los que no sienten la necesidad de botar sino de guardar, tenemos esparadrapo, agujas, flores y floreros, cordel para amarrar el ahorrito que nos dejaron los que nos enseñaron a ahorrar y una enorme yagua de palma joven para hacer el catauro con que vamos a aprisionar el ahorro para que no se nos vaya aun cuando nos muramos de tanto ahorrar.

Ya lo que ahorramos no nos sorprende sino sorprende a otros, los que vienen a buscar azúcar para crecer y la tenemos, una pizca de pimienta y la hay, un cariñito de algo y lo encontramos porque lo que nunca hemos podido ahorrar ni meter guardado en ningún lugar es ese oro que tenemos dentro que cuanto más damos más nos queda y que ustedes también nos han regalado como tesoro de familia, como cualquier gastrónomo que lleva dentro un astrónomo, cualquier cavernícola que lleva una caverna llena de cola dentro, cualquier camposanto que tiene un santo dentro del campo y así cualquier palabra lleva en la barriga el ahorro metido como si fuera la bolsa de un canguro con un arcoiris relleno de pieles de castor, tarros de venados y anillos de compromiso.

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viernes, 6 de junio de 2008

Zapatero

Nadie sabe por qué pero este oficio junto al de carpintero es el más mencionado en sesiones de psicólogos y test de inteligencias. Incluso cuando de animar reuniones se trata, el oficio sale a la luz siempre en la primera ronda de intervenciones. Lo acompaña el refrán conocido: "Zapatero, a tus zapatos", una sentencia que casi nadie cumple y que significa no obstante "cada uno a juzgar solamente de lo que entiende"...

Aunque nos parezca raro el nombre no solo es el del oficio (persona que hace, repara o vende zapatos) sino también hace referencia a legumbres que se encrudecen por haber parado de hervir el agua de la olla antes de que estén cocidas. Se dice además que significa aquella aceituna que empieza a podrirse o un pez marino de América tropical pero en nuestro comentario de hoy no me voy a referir al oficio mismo ni sus resultados sino a la figura existente en el mercado laboral.

El asunto es que de fábricas de zapatos no podemos hablar mucho por cuanto en la mayoría de los casos las muestras de esas piezas que tenemos en estantes visibles vienen del exterior. Hace 50 años o más no era así pues todos recordamos aquellas marcas "Ingelmo" o "Amadeo" que según nuestras observaciones parece que se fabricaban o montaban aquí mismo. No hay dudas de que proliferaban los "chinchales" de pequeños fabricantes no solo de zapatos sino también de tabacos. Sorprende que como un proceso de negación dialéctica estos chinchales han vuelto a aparecer. Hoy mismo se confeccionan chancletas, zapatos de salir, botas y botines (de hombre o de mujer, de niños y niñas) de una diversidad increíbles y todavía se utilizan esas ballestas de madera conocidas como hormas de zapatero...

No se ha podido determinar con exactitud quiénes las hacen, dónde están ubicadas las pequeñas fábricas, cuántas personas trabajan por su cuenta (se habla de trabajadores por cuenta propia pero en el caso de los zapateros ni siquiera pertenecen a un gremio organizado legalmente) en este oficio, pero a decir de muchos ese mercado laboral existe, crece y es muy socorrido ("No hay nada más socorrido que un día detrás del otro" como recordó Isaac Delgado en una entrevista con Carlos Otero antes de irse de viaje sin regreso hace no mucho tiempo), solicitado, buscado y útil. Hay quienes me han dicho que los zapateros están organizados en la Ecochinches (Empresa Consolidada de Chinchales y Timbiriches) pero no dejan de ser rumores callejeros sin confirmar...

Si Ud. no cuenta con recursos financieros lo suficientemente sólidos como para hacerse de unas buenas "gomas de repuesto" (esas marcas de tenis deportivos o zapatos de salir que se venden en las tiendas recuperadoras de divisas) o no tiene parientes, familiares o amigos en el exterior que le traigan esos "cauchos" de regalo, entonces Ud. debe acudir al zapatero remendón de su barrio que le puede resolver en cuestión de dos semanas, días u horas un par de buenos tacos para que vaya tirando... Mucho cuidado con ellos porque no estamos hablando de muestras que puedan competir en exposiciones de calidad, pero esos cascos le sirven para caminar porque son las únicas cosas que se hacen con los diez dedos de las manos para vestir y proteger los diez dedos de los pies (estamos hablando de personas que tengan completos los veinte dedos del cuerpo, claro está)... Verdaderas obras de arte moderno no por el diseño de la pieza en sí sino por los enredados laberintos por donde ha tenido que transitar el operario para hacerse de una buena materia prima con qué satisfacer su demanda.

Y esas obras de artesanía abstracta, de zapatería cubista, de inventos merolíqueos, además de haberse hecho con amor como todo fruto del trabajo de orfebres y creadores, describen figuras exclusivas que solo son identificadas cuando en algún lugar público iluminado la gente mira de la rodilla hacia abajo y exclama no solo con orgullo sino con cierto prurito de identidad rara: "Estos tacos me los hicieron en Centro Habana"... La marca se ha esfumado y solo queda aquel lustre y brillo propio del zapatero que ha dado el toque final a su obra: la prueba pública de su diseño especial.

Como se sabe, en nuestro medio actual todo ser vivo se conoce ante todo por sus zapatos... Ya no sirve de identificación ni la huella digital ni la ocular ni la gutural que se utilizan solo para comprobaciones legales, médicas o computacionales. La mejor constancia de que Ud. existe como persona y que clasifica en cualquiera de las denominaciones éticas, culturales, políticas, jurídicas, científicas e incluso religiosas es la muestra de los zapatos que lleva puesto. Si Ud. se aparece a un baile de fin de año con unos tenis de importación puede ser considerado como deportista o simplemente una persona extrovertida que gusta de las frivolidades. Si por el contrario se viste de traje negro y corbata apropiada y se pone uno de esos zapatos hechos en timbiriches clandestinos y se aparece con el atuendo a una boda de barrio puede ser identificado entonces como el jurista sobrio, modesto, sencillo y humilde que busca aumentar su inventario financiero con dádivas de clientes agradecidos.

Si un chofer de los nuevos transportes públicos chinos que se han puesto en circulación lleva los zapatos sin lustrar y además embarrados de fango o polvo ambiental, ese chofer no cuida su vehículo. Si un profesor de nivel universitario calza unos zapatos de merolico con el tacón comido por uno de los lados, o es un tacaño o probablemente la mujer le ha sido infiel alguna vez en su matrimonio. De la misma manera que el sombrero tipifica el carácter de la persona, los zapatos la identifican de la cabeza a los pies. No hay dudas de que hay gente que es idéntica al perro que tienen y eso sucede también con los zapatos. De tal suerte se puede decir: "A tal zapato tal personaje".

De aquí que cuando se encargan zapatos a zapateros subterráneos (esos de que hablamos y que se mueven en el mercado marginal) no hay dudas de que se adquieren mercancías que pueden ser idenficaciones exactas de su personalidad y que Ud. no puede ocultar por mucho que se lo proponga. Si Ud. adquiere una de esas muestras tenga la plena seguridad de que no le van a preguntar en una reunión de amigos: "¿Son italianos o franceses?", sino todo lo contrario: "¿En cuál tugurio te hiciste de esas llantas, mi hermano?". Y no son baratas, por supuesto. Digamos que unas chancletas de tiritas con recomendaciones ortopédicas para una persona que tiene los juanetes aéreos y dolorosos increíblemente pronunciados, salen a ojos vista en 25 cuc o, lo que es lo mismo, 625 pesos cubanos si Ud. va a comprar ese dinerito en cualquier Cadeca o Banco Metropolitano.

No he estado al tanto de las transformaciones que sufren los cueros, el hilo o el pegamento en el proceso tecnológico de la fabricación de zapatos, por supuesto, ya que dicha labor de operarios especializados permanece como uno de los misterios más totales de ese lucrativo negocio. Ni me he puesto a preguntar mucho no vaya a ser que los ofertantes me clasifiquen como algún agente de la policía que está a la búsqueda y captura de delincuentes. Pero lo que sí he venido observando es que la gente calza zapatos que no se consiguen en las tiendas oficialmente establecidas. Es más, si Ud. sale a pasear a un lugar tan concurrido como el malecón habanero y se pone uno de los zapatos caros que le regalaron proveniente, digamos, de Milán (Italia), es muy probable que llame poderosamente la atención y alguien lo quiera vincular con aquel sector de la sociedad que vive a expensas de otros.

Lo mejor en estos casos es echarle mano al kiko que mandamos a hacer y no levantar sospechas. Y si le cae un viajecito al exterior llevarse al milanés para trotar en alguna calle francesa, española o alemana. Allí la gente no se fija mucho en el zapato que Ud. lleva puesto sino en sus manos. Si las tiene grandes y callosas probablemente ni le quieran vender una pizza cara en cualquier lugar visible pensando en que Ud. no cuente con el dinero justo para pagarla. Mejor se queda en casa y se pone a mirar sus zapaticos, siempre dando las gracias a aquella persona que se los regaló algún día y, si regresa, venir con algún dinerito ahorrado para mandarse a hacer uno de esos zapatos especiales no solo porque puede con ello buscar cierta comodidad o un nuevo modelo sino porque con ellos puestos se pone a tono con lo que tienen los demás.

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lunes, 2 de junio de 2008

Rotondas

En esta ciudad divina hay tantas rotondas como árboles, una por supuesto muy famosa (la ceiba del Templete en la Habana Vieja) a la que se le dan tres vueltas para la buenaventura del cuerpo y la salud del alma. Una ceiba poderosa rodeada de gente que la toca y la respeta en cuyas raíces poderosas que sobresalen al aire anidan las monedas. Pero de esos árboles no voy a hablar hoy sino de otras rotondas...

La más famosa, claro, es la de Ciudad Deportiva, llamada también "el bidet de Paulina" en referencia a cierta dama pariente de un presidente de la República allá por los años 1944. Ese mismo lugar desde donde Rosita Fornés, en la década de los 50 del siglo pasado, salió del intestino de un enorme platillo volador que supuestamente había aterrizado en dicho lugar. Al final del show vino la policía, arrestó a los artistas, miles de personas salieron de su engaño y de su asombro y aquí no ha pasado nada, ni vinieron los marcianos, el platillo era de cartón y aluminio y Rosita ("La Vedette Cubana"), una "Burbujas" vestida (la original Burbujas salió una tarde-noche desnuda como vino al mundo pero cubierta con una capa de nylon transparente para buscar publicidad de un show que estaba montando en un cabaret de la ciudad) salió cantando y sonriendo como nunca ha dejado de hacer y diciendo "Muchas gracias"...

Pero es la más famosa no por estas dos ocurrencias del destino, sino porque distribuye el tránsito en viaje de ida y vuelta por 4 arterias poderosas que como venas de sangre comunican la ciudad en sus cuatro puntos cardinales. Si Ud. viene por Vía Blanca desde Guanabacoa la rotonda lo puede llevar o hacia El Vedado (por Boyeros), también hacia el mismo lugar por la calle 26 (la calle del zoológico) y hasta Boyeros por la calle del mismo nombre. Si viene Ud. desde El Vedado por Boyeros puede volver al mismo lugar doblando a la derecha por 26, si sigue recto llega al aeropuerto, pero si dobla izquierda va directo a Santos Suárez, un barrio del Municipio 10 de Octubre cuyo punto más alto es la famosa Loma de Chaple y que tiene la virtud de ser el barrio más lindo, cariñoso, afectivo y acogedor de toda la ciudad (debo aclarar que este cronista vive en dicho barrio pero nació en Calabazar de Sagua, en la antigua provincia de Las Villas, y ese sí que es el lugar más hermoso del planeta).

De tal suerte la rotonda de la Ciudad Deportiva es la más concurrida y voluminosa del país porque cuanta delegación oficial nos visita tiene que pasar obligatoriamente por allí si se dirige a la Plaza de la Revolución que es el lugar donde se encuentra el Monumento a José Martí y donde se colocan las ofrendas florales, justo a los pies de su estatua poderosa. Pero si Ud. quiere llegar a Marianao puede ir sin necesidad de darle la media vuelta a la rotonda, haciendo viaje por Wajay y por El Cano lo que igual sucede si desde el aeropuerto desea visitar El Rincón que es aquel leprosorio e Iglesia de San Lázaro Apóstol que queda en dicho lugar, unos kilómetros después de Santiago de las Vegas...

Otro acontecimiento también necesariamente rotondero es el asunto de las competencias de pelota, volibol, baloncesto, esgrima, gimnasia, ejércicios aeróbicos, tiro con arco, boxeo o maratón, entre otros, que se celebran en la propia Ciudad Deportiva o sus alrededores y que necesariamente para entrar en estas instalaciones venga Ud. por donde venga tiene que pasar por allí, porque cuando hay esos tipos de enventos cierran alguna calle y aunque Ud. no lo quiera tiene que darle vuelta a la redonda y entrar por donde le indiquen so pena de buscarse un problema con los que dirigen el tránsito...

La Rotondona no tiene nada del otro mundo, es una fuente no tan vieja como parece que en algunas ocasiones ha echado agua por algún orificio y en la mayoría de las veces no, que estaba iluminada hasta el último ciclón que se llevó los fusibles, rodeada de césped y pequeños arbustos o flores que la circundan y de un trillo irregular que han fabricado las piernas de cuantos pasan por ese predio y que comprueba una vez más que las obras arquitectónicas o ingenieriles que hace el ser humano en sus ciudades debían tomar en cuenta el criterio de trillo antes de ser diseñadas, edificadas o construidas. Si se hubiera tenido en cuenta tal criterio el trillito actual sería no solo un laberinto agradable sino peculiar, amistoso, diversiforme y nutricional como las recetas de Nitza Villapol.

Pero la vuelta a la rotonda que más estima la gente que la pasa en transporte automotriz de cualquier tipo es la que uno mismo da no solo para entrar sino también para salir de ella. Es una vuelta de timón continuada que le produce una satisfacción especial porque uno quisiera seguir la rima de la propia estructura rotondal y seguir dando vueltas como tíovivo hasta quedar mareado en un viaje montado encima de un potro de madera como los que hay en Jalisco Park, el Parque Lenin o el Coney Island de la playa de Marianao.

Es una sensación de pertenencia entrarle a la Rotonda viniendo de El Vedado y seguir dando vueltas hasta decidir salir cuando menos uno lo piense o a comer cucuruchos de maní al zoológico de 26 o seguir hasta Mazorra para ver las flores crecer o dar un timonazo y agarrar Vía Blanca para esconderse debajo de los elevados del tren en la Habana Vieja o entrar a El Cerro a subir y bajar lomeríos, pasar por la Esquina de Tejas y volver a empezar o seguir dando vueltas hasta perder el sentido de la gasolina en el tanque y salir eufórico de haber roto algún récord especial ese que no va a los libros sino que se queda entre la arteria carótida y el septum lucidum, lugares de nuestro cuerpo que nos hacen definirnos como esos locos paranóicos que en nuestros momentos de lucidez pensamos en dar vueltas como muchachos...

Hay otras pero como esta, ninguna... En la 5ta. Avenida hay dos y nadie sabe lo que tienen dentro, si monumentos o equipos eléctricos. Está la de Guanabacoa pero la gente no la quiere transitar, no tiene trillo interior porque dicen que el que lo hace se muere por un pase de brujería y le llevan los huesos a enterrar debajo de esos pinos. En Guanabo hay también una rotondita pero a nadie se le ocurre darle la vuelta siquiera porque lo tildarían de loco, célibe o escapado de la cárcel. La de la Vírgen del Camino ... allí el que pasa no se fija en la rotonda sino en la estatua, reluciente, llena de flores y de monedas en el piso, una rotonda de viajeros, transeúntes, misericordiosos y gente buena que deja la promesa para quedar bien con la santa. Una media rotonda en Malecón y Paseo (La Fuente de la juventud, divino tesoro) pero no se le puede dar la vuelta porque el tránsito lo impide. En fin, cientos de miles de rotondas si de árboles se trata y otras que no llegan a diez, válidas para un fugaz segundo que nos pase por la mente como imán de recuerdo.

De todas formas, entre Ud. o salga de ese lugar sagrado donde acude tanta gente, hace fuerza el más cobarde y hasta canta el más valiente, vaya Ud. a donde vaya, sea del campo o la ciudad, esté echando agua o no, apagada o alumbradísima, la Rotonda de la Ciudad Deportiva tiene un atractivo que te va llevando. El único defecto que se le nota es lo lejos que está para los que viven fuera y lo demasiado cerca para los que vivimos aquí. En el primer caso esa fuente luminosa se va achicando de tal manera que en cualquier momento desaparece y en un segundo, si Ud. la mira mucho cuando le da la vuelta y no atiende al timón, puede correr el peligro de chocar a alguien con el carro o que le choquen el suyo. Y sin embargo no se puede hablar de Ciudad de La Habana sin referirse a esas circunferencias únicas cuya longitud se obtiene multiplicando su diámetro por 3,1416. Así de simple es la cosa.

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