jueves, 28 de mayo de 2009

El síndrome

La ansiedad nos está comiendo las uñas, nos las está descascarando, taladrando como el comején a la madera. Ahora se dice que le cayó comején a la uña y hay que dar toda la razón a la expresión. En medio de tanta confusión sufre el corazón, el pulmón, el riñón y el espolón. Los especialistas (si tiene Ud. alguna dificultad consulte con un especialista, claro) señalan que con el estrés (¿el escuatro?), la diabetes, la obesidad, los problemas cardiovasculares, la ansiedad se han convertido en un complejo sistema (un problema sistémico como la crisis globalizadora que nos está atosigando ahora) que nos afecta y a todo eso se le ha dado el nombre de síndrome metabólico (una bola que cumple una meta), una especie de pandemia que no se puede definir realmente ya que lo mismo ocupa una región del organismo (me refiero a la parte cárnica y huesuda del asunto) como al espíritu que anida allá por el cerebro (algunos dicen que es en una región cercana a la hipófisis por donde entra el alma al cuerpo, ¡dime tú!) y que no nos deja tranquilos incluso etcétera in situ hasta después que muramos y nos entierren (¡o nos cremen!) así como se lee.

Como conocen mis amigos blogueros (¿bloguistas?, ¿bloqueros?, ¿loqueros?, ¿blumistas?, ¿bromistas?...) me gradué en la Universidad de La Calle allí mismo en la esquina caliente jugando chapitas o pelotas de trapo, en el curso por correspondencia de béisbol, aprendiendo a capar sacando huevos, a escribir escribiendo con la ayuda del más importante de todos los libros: el diccionario. Así que cuando leo sobre el síndrome no puedo dejar de comentarles algo para que al menos lo aprecien desde esta óptica (Opticas Miramar con la savia de la vida, El Almendares le garantiza sus lentes en pesos cubanos...) común y corriente, como el camarón siempre cuidándose de ella para que no se lo lleven a la mesa de los que tienen ganas de comer y dinero además.

La socita ansie es la que nos entra cuando nos enfrentamos a la solución del principal problema que tenemos: la comida. Se ha definido este rubro como el de los alimentos, insumos, input-output, out en home, chaúcha, butuba, pasta, jama, pienso, rancho, la hora de la verdad y otras denominaciones nada vulgares como la de recursos bióticos y abióticos, cárnicos y sólidos, dietéticos diversiformes nutricionales, éticos antiparanóicos, culturosos enjundiosos (la enjundia de gallina está perdida, ¡vayan a ver!), alimenticios alimentarios, agrocárnicos, hícterohemoglobinúricos, ráricos, desaparecidos y no encontrados, en fin, toda una gama de cosas (la cosística es dicen algunos una ciencia, un arte, una técnica y una forniculaderística espaciosa) que nos llevan a una conclusión inmediata: aquí no hay abastecimientos sino suministros. Y en los lugares donde uno va a buscar algo rige una máxima conocida y poco divulgada: hay pero no te toca, te toca pero no hay (Escambray o Camarioca).

Así, de esta manera, empero, no obstante, sin embargo, por ende, por cuanto y en tanto buscar comida o alimento hoy en día es un gran pedo con pellejo rojo por demás. En primer lugar porque uno hace una lista previa suponiendo (la suposición según Cicerón es un estado de preconducta social que nos orienta a seguir un derrotero) que exista la cosa en sí kantiana, pero cuando sales a buscarla tienes que tener en el bolsillo otra cosa para sí: el dinero. Si no tienes dinero puedes apetecer digamos pechugas de pollo en lascas pero no la consigues porque esa cosa hay que intercambiarla (un valor de uso) por un valor y si no lo tienes miras pero no se toca. Si tienes dinero puedes apetecer ir a almorzar lascas de lechón asado congrí y ensalada mixta pero cuando llegas con tu cosa en sí solo hay pizzas raquíticas sin sal y adúlteras (adulteradas) y regresas a home a batear de nuevo porque has cometido el grave error de tu vida: pensar que ella (la carne) se te ha declarado y que el sorprendido eres tú como dicen que dijo aquel en aquella canción. Hombre pre-cavido (cabido existe, cavido no) vale por dos. Como Dios Más Dos ese humorista genial a quien han nombrado en una crónica reciente como un Todo Terreno (TT, DDT, Tetas, Total y Transtur), una tablitatarabintintanguladora... taotaotao.

Mire amigo yo le recomiendo que se vaya preparando para combatir la ansiedad: con dinero en el bolsillo y con la cosa en sí (fuera de nuestra conciencia) que exista. Si no ni salga, quédese en casa y cómase (un coma per se) cualquier cosa contando carneros para dormir (¿dónde están los carneros?) o cerdos porcinos puerquitos (333: tres meses, tres semanas, tres días la cifra exacta para que nazcan digamos en un parto 10 cerditos lindos tipo Petunia la novia de Porky...) y si nacen tantos y una dama pare un niño-niña cada nueve meses por qué hay más personas que cerdos vamos a ver, quién puede responder, dígame Ud. el calvo (Calviño el de la tele) ¿por qué somos once millones y no hay 120 millones de cerdos para comer?... Ahí es donde yo digo que la ansiedad nos está recondenando las uñas, las tripas, esas que roncan cuando sienten cerca la ansiedad...

El lío de la comida es lo más vulgar que tenemos de inmediato que resolver, no hablemos de la vivienda que se ha agravado después de la andanada de ciclones que nos han afectado, del transporte nuevo que se está guardando en los talleres para reciclarle las ventanillas que han sido rotas por las broncas callejeras, de las deficiencias en la educación por la puesta en clase de profesores jóvenes que no saben la diferencia entre correr y caminar, las insuficiencias en la salud pública pues te vacunan contra la gripe normal y sigues con catarro todo el año, de la información que no llega digamos por ejemplo hoy no ha entrado el agua de la calle y no han dicho nada de eso, de los apagones que vuelven por sobreconsumo de combustible pero no por problemas de generación, de la carestía de los productos del agro y de las shops, no hablemos pero no olvidemos que todo eso está en la jaba de la problemática y como un todo sin conciencia y sin voluntad nos golpea y nos hace subir la mostaza (por cierto, también se ha perdido la mosta y también las especias) o buscar afanosamente las especias allá en la antigua Droguería Sarrá con CUC se pueden conseguir para revender, pero de cualquier manera el lío es la comida ahora mismo resolverla ya para que tengamos listo el cerebro, el esqueleto completo y hasta el alma que a eso de las 3 de la tarde (hora en que mataron a Lola) tiene eso que dicen una pena, un nosequé, un vahído, un desmayo en el mes de mayo medesmayo, un ronroneo de tripas nosotros los que vivimos en este monstruo del síndrome metabólico y tenemos con o sin dinero que salir a buscar, escudriñar, escarbar, regar y sembrar, lo que nos tenemos que comer para luego soltarlo del organismo como la cosa menos apetecida, sucia, pestilente, microbiana y repugnante que ha salido de nuestro cuerpo y que antes fue divina, suculenta y amorosa como beso de diosa candorosa sudorosa y mística del mundo...

(Continuar leyendo...)

domingo, 17 de mayo de 2009

A empujar el almendrón tiene bandera


Este blog, donde subo hechas posts las crónicas que me envía mi viejo desde la Habana, ya tiene también su bandera. ¿Quién la diseñó? El Plátano Alegre. Eso sí, ni sabemos si el autor verdadero del blog (mi papá) estaría de acuerdo con ella o no: nunca ha visto su blog, ni sabe lo que es eso... Él no tiene acceso a Internet en Cuba, no porque no quiera, eso déjenme aclararlo.

La campaña Con Todas las Banderas también la apoyamos desde este blog y ya he enviado la del Almendrón (carro americano viejo, Oldie, cacharrón, auto yuma antiguo, entre otras denominaciones) al espacio bloguero donde ondean por ahora otras muchas más de ellas: Blogs con bandera.

¿Ya tú tienes la tuya?

(Continuar leyendo...)

martes, 12 de mayo de 2009

El helio de la burbuja nos está quemando

El polvo como hemos visto enterró a la pandemia y fue a su vez desterrado por el agua y sin embargo los hombrecitos y las mujercitas de negro seguían lustrosos y sonrientes mientras trataban de convencer a los incrédulos del por qué la luna estaba suspendida en el firmamento por aquella fuerza descomunal de la voluntad. ¿Y cómo iban a imaginar el argumento los que escuchaban aquellas prédicas si una esfera mucho mayor estaba también suspendida en el dipinto di blú? Pues ahí les va el cuento del sol suspendido, perdido y encontrado, salido y entrado, naciente y poniente, el sol mayor, soldado, solivio, sol y son, solidiscupio, coperniciano y geróntico, en fin el sol amarillo y enérgético, febeo, helíaco, ultrasolar, cincunsolar, heliocéntrico, sotanero, soladura, solecismo, soledad, solemne, solera, soletar, solevantado, solícito, solidario y soez.

Estaba allí colgado el sol sin caerse con sus protuberancias y sus terremotos solares, sus explosiones atómicas calientes, esperando que algún incauto lo empezase a mirar para dejarlo ciego para toda la eternidad, que la luna misma diera una vuelta para iluminarla y que ella se encargara luego de las mareas y de su única virtud: el nacimiento de las plantas en hora buena. Un sol entero, el mismo para todas las latitudes, horóscopos, charadas, premoniciones, oráculos, espiritistas, poetas y comediantes, tribunos y dirigentes, abogados y lectores, esperando que vinieran las vacaciones de verano para quemar a los que se desnudaban en las playas y contribuir a la venta de las sombrillas y de las cremas para untar en la piel.

¿Qué pasaría, dijo el gran músico, si la música desapareciera por dos días de la faz de la tierra? Dijo que la propia humanidad desaparecería. ¿Y si faltara el sol, si un día decidiera ir a suspenderse allá en casa del mismísimo carajo y nos dejara pendientes de la brocha sin escalera para bajar? ¿Y qué si le diera por tragarse este universo que a él le pertenece pues se dice que todo gira a su alrededor que él no sale ni se oculta sino que son los constantes planetas y satélites (¿somos de verdad independientes o satélites del sol?) los que lo hacen? Díganme ¿qué sucedería si nuestro sol Juana Inés de la Cruz, ese astro rey a quien nadie puede tocar ni ver nosotros los humanos siempre agachados con la cabeza baja rindiendo pleitesía al poderoso Señor, si un día dijera a ver me voy de esta casa y arréglenselas como puedan? Es una pregunta difícil de verdad... como esas de los exámenes de ingreso a la universidad. ¿Quién sabe, digamos, qué le sucedió a la pájara pinta? ¿Cómo hacen los helados? ¿Cómo se crían en cautiverio los osos panda?

Nosotros los humanodependientes, subordinados y subalternos, súbditos y sumisos, sácopes y auxiliares, feudatarios y tributarios, sufragáneos y vasallos, inferiores y empleados, oficinistas y burócratas, vendedores y tenderos, horteras y motriles, los indefensos, los transgredidos, los viles y torpes, indignos y groseros, repugnantes y vergonzosos, los incapaces e ineficaces, infructuosos e inactivos, inertes e inútiles, ociosos y frígidos, débiles y agotados, infecundos y estériles, invalidos y exinanidos, nosotros los insolados, mustios, desirradiados, difusionados, esparcidos, disparatados, improductivos y mentecatos, los gregarios y pálidos, los draculíneos y hemofílicos, los renacuajos y enclenques subestimados por el sol, Mr. Sol que nos calienta, nos quema, nos achicharra y nos rejuvenece, los quemados y asados qué mínimos somos, qué insolados... soslayados, suspendidos, socotroquizados, sofritos, soterrados, ¡oh, sole mío!, soledigitalizados, solos como un perro callejero, como barca sin velero sólos, un solo de violín, una pizza napolitana sola a la bartola como calienta el sol aquí en la playa...

A pleno sol estábamos mirando el sol detrás de unos calobares inmensos verdes como fondos de botellas y nos estábamos convirtiendo en personas muy amables y serviciales como las empleadas de las shops de Cubalse que son soles y rayos amarillos displicentes, hacendosas y curvilíneas siempre con la verdad que es el sol de las inteligencias. Allí en las gradas bajo el sol tropical sin poder comprar nada porque nada había, ni siquiera teníamos en el bolsillo un sol peruano ni un sol naciente japonés, ni un girasol. Estábamos allí polvorientos cogiendo sol como indios, adorando a los equipos que jugaban sudorosos la pelota redonda como el sol sin sombra, hasta el anochecer en que se encienden los focos soleados y lúcidos, los luciérnicos soles nocturnos lunáticos, nuestro sol que es el que nos da la vida y nosotros aquí seguimos sin trabajar consumiendo sol y bebiendo maltas frías, pepinos de naranjita y comiendo panes con croquetas de pescado.

Tanto cuento con el sol y en el centro dicen que tiene un núcleo oscuro y unas protuberancias como si tuviera acné en la cara y lejos que está a unos 150 millones de kilómetros y 1 300 000 veces más o menos mayor que la tierra y sin embargo nosotros aquí creyendo que somos el centro del universo uno y diverso trabajando hasta los 65 años los hombres y hasta 60 las mujeres salga el sol por donde salga. Antes de Copérnico se creía (y todavía se cree) que el sol giraba alrededor de la tierra (la concepción geocéntrica del sistema) y sin embargo millones de seres humanos dicen hoy que "el sol sale todos los días" cuando en realidad es la tierra la que "entra" a su alrededor con varios movimientos (rotación, traslación, flotación y desconflautación), así que seguimos equivocados y el viejo Nicolás allí con su teoría cierta y nosotros sin hacer caso, como coloides dispersados en un líquido (sol) o la primera letra de la palabra solve en el himno de San Juan Bautista o la quinta nota musical en la escala clásica (do, re, mi, fa, sol, la, si) de la clave de sol.

Nosotros los soleadores (obreros) soleando la soladura, solapados bajo el sol, solos como los perros calientes, solaces y soldados al sol, solemnes y solejados o solenes (moluscos lamelibranquios llamados vulgarmente cuchillos) comiendo el dulce llamado soleta, solfeando soliviantados solícitos sólidamente como si fuéramos un solenoide solidificado. Aquí la gente no sale de compras sino a buscar algo que traer y en los timbiriches bajo el sol se tuesta como tostadas y cuando regresa a casa viene acompañado con una quemadura a flor de piel que es la prueba contundente que ha salido con su jaba, ha hecho su cola y ha traído aquello que ha podido conseguir bajo la sombra de su sol. Insumos para reponer las energías que se han gastado bajo el sol y poder seguir regando las matas con agua, sol y algo más.

Y sin embargo lo queremos y lo admiramos amarillo como es, ardiente clorofílico hermoso abrasador caliente tropical, ese que pintamos encima de la casita entre montañas, nubes y auras tiñosas que da color a las flores y hace crecer la mata de guayabas, el sol mayor a quien aprisionamos dentro de la cajita de Tomás Moro y por las noches nos permite encender la bombilla, el que convocó la rebelión de los vientos, derritió el acero y puso coto a la oscuridad. Desnudos bajo el sol montados en el caballo de Atila, volando encima de la alfombra con el ánimo solar que nos permite seguir empujando el almendrón cuesta arriba o cuesta abajo (mejor) con nuestros títulos y premios de nobleza (un premio noble) cabizbajos pero contentos mirando nuestra sombra como nos sigue o se nos adelanta gracias a él la más grande burbuja de helio que pende en el vacío sin que se sepa cómo ni desde cuándo ni por qué sigue ahí sin marcharse a otro mundo, sonriente y lleno de energía por los siglos de los siglos, amén.

(Continuar leyendo...)

miércoles, 6 de mayo de 2009

El agua llega al fin

Después que se formaron las pirámides de polvo cuatricolor el mes entró con una gota de agua clara (ríspida cárnica cónica cómica) un aguacero que llenó la calle de enfrente, se trepó por las aceras buscando cómo salir de las esquinas y se perdió por los desvíos y avenidas inmensas rumbo al mar lejano para contaminarlo al menos en las orillas rellenas de jaibas y corales. Y su dulzor se convirtió en sal allá por el beril azúl profundo en el que anidan los peces y mamíferos poderosos descendientes de los mamuts y dinosaurios gigantes que desaparecieron en las olas de calor hace millones de años.

Fue una verdadera invasión gótica que se fue acumulando después de cuatro meses de sequía y fue fiel a la fecha en que inició su llegada: una supuesta primavera. En eso de la división antigua de las estaciones del año en los últimos cincuenta se había borrado la clasificación de primavera, verano, otoño e invierno y se había sustituído por la de período de lluvias y de seca. En medio de la profunda sequía en la que había surgido la pandemia de la gripe tipo A combatida sin tregua por todos, la gente decía que más nunca iba a llover de verdad. Pero los mismos hombrecitos de trajes de astracán y botas lustrosas impenetrables al polvo dijeron que después de los vientos de cuaresma y de las festividades de las pascuas cristianas vendría un poderoso y benéfico aguacero que no acabaría sino seis meses después y que traería tanta agua como la que haría falta para llenar las presas y represas, los embalses y tanques no sólo de todo el archipiélago sino también de los países vecinos todos incluídos. Y la gente comenzó a tener de nuevo fe ya que el remedio contra la epidemia de gripe había traído resultados positivos y no se había caído la luna sostenida en el firmamento por una descomunal fuerza de voluntad.

Primero fue una gota aislada única fuerte como un disparo que se alojó en cada lugar al mismo tiempo y fue absorbida por el polvo diseminado en el ambiente lo que puso en dudas el vaticinio de los predicadores. Una gota que nadie pronosticó que cayera y lo hizo con tal precisión a la misma hora en que mataron a Lola: las tres de la tarde. Hubo quien creyó que se trataba de un cañonazo para una festividad histórica que conmemoraban. Otros lo confundieron con una centella maravillosa sin nubes y a la luz del poderoso sol. Ciertos personajes adujeron el ruído a un choque gigantesco de trenes. Pero nadie se imaginó que fue una gota simple de la combinación más fértil que hubiera salido de cualquier laboratorio: una molécula de oxígeno y otra de hidrógeno.

El mismo líquido del que en más del setenta por ciento está compuesto el organismo del homo sapiens, ese que tomamos al levantarnos por la mañana reposado de la noche anterior bueno para activar el mecanismo del riñón y la apetencia sexual. El que se considera líquido vital. El que se acumula en los pozos de oasis, se embotella filtrado en recipientes transparentes, se inyecta para ligar con algún antibiótico, identificado en ocasiones con el sudor o las lágrimas. El mismo que se pide de favor y nadie osa negar. Dar de beber al sediento, al colibrí que revolotea tratando de libar el néctar de aquella flor, el agua para mitigar la sed, para asear el cuerpo, bendecir el alma, el agua del café y de la leche, en fin la que cae de la nube nimbo cargada de agua y se convierte en río y mar, en océano y glaciar glacial, un agua también turbia, enconadamente contaminada en la que se baña la gente, lava su ropa, defeca y entierra a sus muertos en ciertos lugares, un agua que nadie tiene y otros sí, aguapatí y aguapamí, acueducto, aguacate, aqua velva, esa que brota de manantial y da la vida o la quita.

La mejor agua es la insípida e inodora y aquello de que el agua cae es muy relativo porque también sube convertida en vapor o se queda quieta cuando se hace hielo y la que nos cautiva es la de azahar, la que nos perfuma es la de Colonia que es el lugar del mundo que sigue siendo tal y no reclama un nuevo estatus independiente. Parece también que hay tejados que tienen dos aguas por las que baja el torrente mientras que hay otros por el que corre una sola gota dimensionada. El más sabroso es el refresco hecho con agua de limón, el más frío es el rascarasca confeccionado con agua sin hervir y servido en cucuruchos de papel sin higienizar. También agua es dinero y si el niño se hizo agua es que se hizo pipi. O cuando el barquito de papel se va a la ancha mar deja una estela de aguas detrás. Y las hay medicinales y pesada cuando se combinan el deuterio y el oxígeno que tiene utilidad como moderador de neutrones y otras aguas que disuelven hasta el oro y el platino, fíjense ustedes.

Aquella que hace burbujas y que se sirve por el cantinero para disfrute del cliente, el agua de Seltz y también la que viene embotellada de la misma familia y que se muestra como digestiva (¿cuál agua no es digestiva?), agua salada y agua dulce como la famosa calle de nuestra ciudad la misma que confluye o se inicia en varias calles y que nadie sabe a qué municipio tributa cuando se inunda, el agua dura y el agua gorda, el agua muerta y la estancada, la tofana venenosa (habría que preguntarle a los mismísimos italianos), la oxigenada para blanquear o teñir, la de socorro que es un bautismo de corre-corre, las aguas minerales y las fantasmales, el agua del babalawo y la santera para el despojo, la potable y las albañales o residuales, las aguas termales y las territoriales que pertenecen siempre a algún país.

Pero las aguas de borrajas son las que desvanecen las esperanzas (esto debe quedar claro como el agua) pues la que pasa no mueve molino, aguas calientes mexicanas, aguamarina como tus ojos y aquella joya, ese líquido que hierve a la temperatura de cien grados Celsius cuando la presión que se ejerce no es superior a una atmósfera, la misma que se solidifica a cero grado Celsius (que es valga decir la mejor temperatura para cualquier país pues con esa medida no hay ni frío ni calor=cero grados, una anécdota que se le atribuye a cierto dirigente sindical que aseveró tal cosa en una reunión pública), dicen los gerentes de las shops que un centímetro de agua a cuatro grados Celsius pesa un gramo (eso para la venta de líquidos como el ron) pero a mí no me crean. Y de cualquier manera no hay agua pura (sin sales, gases, microbios, etcétera incluso in situ) a la que Guillén llamó en uno de sus poemas "pura mierda" (y en el que se refirió de paso a la pureza falsa "del virgo nonagenario") y en fin para terminar con Pequeño Larousse Ilustrado, el agua es lo que no nos puede faltar para llenar el cántaro en la fuente o la múcura que está en el suelo y mamá no puedo con ella.

Sin embargo la más sabrosa es la del melón rojo por dentro y verde por fuera como ciertos socialistas de los primeros años que no podían identificarse públicamente como defensores de esos ideales, el agua con azúcar que es divina como cierta cerveza dulce de Súsdal en las cercanías de Moscú, quien la toma vuelve algún día allí en cuerpo o en alma. La que si no vas a beber hay que dejar correr y la impúdica que le corre por el cuerpo a la bañista desnuda y lo hace sin pena y con gloria. La que compramos con dinero y la que damos gratis. Esa incolora vino el primero de mayo ("agua, que va a llover") a sepultar la polvareda de los meses de sequía con el aviso de que vendrían los ciclones. Comenzó con una gota convertida en cañonazo de las nueve en plena tarde y se fue transformando en chinchín ("tilín, el agua cayó") llovizna, niebla mañanera, chubasco, aguacero, torrente, diluvio, maremoto, tsunami, tifón, cataclismo, rompiendo diques y formando cataratas, saltos y cavernas para peces ciegos o trajo las inundaciones de ciudad que se producen por la incompetencia de las alcantarillas ineficientes combinada con la acumulación de desechos sólidos en las esquinas de las calles.

De la misma manera que la invasión del polvo le ganó a la influenza A y ésta a las noticias de la crisis económica global, como si hubiera estado planificada la cosa para ocultar con una pandemia la otra del desempleo y de la crisis inmobiliaria, ahora estos aguaceros han quitado del medio el polvo al ciento por ciento y ponen el índice al comienzo dentro de poco de la temporada de los ciclones. Dentro de poco nos habremos olvidado de todo lo anterior y nos concentraremos en la tarea más urgente de todas: ir a buscar algo para comer. El polvo, el agua, la gripe y otras dolencias que puedan venir se están combatiendo unas a otras pero la gente sigue deambulando por las calles como si nada, que se sepa no trabajan mucho que digamos, los Ditú están vacíos de cerveceros y adláteres que no tienen dinero en el bolsillo para consumir escandalosamente, las tiendas shops siguen sin vender mucho, se han perdido los CUC y los PC también, y nadie sabe dónde se han metido, los que no quieren trabajar tampoco pueden inventar no sólo por miedo a la pandemia, al polvo y a los aguaceros sino a la policía que los tiene atosigados y aunque siguen los calores sofocantes al menos en el patio llevamos tres días que no tenemos que regar las pocas plantas que tenemos sembradas.

En medio de este culebrón vino al fin el agua a limpiarlo todo, a refrescar el ambiente, a dejar en el aire el olor a tierra húmeda y a fruta madura, hizo brotar la hoja escondida bajo la cáscara de los árboles y sacó a flote la verde esperanza, la fe perdida y encontrada, el sentimiento de hacer la caridad de que hablaban los hombres y mujeres de negro que salían del polvo convertido en fango, musgo, cieno, barro, estiércol acumulado, con sus botines lustrosos y sus trajes impecables y relucientes en medio de una bulla descomunal que iba convirtiéndose en helio flotante mientras a golpes de tambor vociferaban "Preise gut, Alles gut" y la gente coreaba lo mismo sin entender ni jota pero alegres y mojados como si estuvieran en un carnaval bailando conga por la calle de Infanta, saltando debajo de los potentes aguaceros vacunados contra la peste postmodernista, una pandemia de harina para hornear suculenta que resbalaba por la piel y se escondía en los meandros hecha burbujas sonajeras advirtiendo lo que el músico famoso dijo un día a un curioso periodista: si la música faltara dos horas la humanidad desaparecería. Así como lo están leyendo...

(Continuar leyendo...)

martes, 5 de mayo de 2009

El polvo al ciento por ciento

Desde que apareció la pandemia de la fiebre porcina en su variante moderna y globalizada que se trasmitía de humano a humano, la gente no paraba de ir y venir nerviosa de un barrio a otro de la ciudad. Estaban aturdidos buscando comestibles en los mercados agropecuarios pero no había nada que comprar porque los vendedores no recibían suministros del campo y cuando los tenían encima de las tarimas no querían venderlos porque sospechaban que estaban contaminados.

Lo mismo ocurría en las bodegas subsidiadas por el gobierno que distribuían alimentos enlatados o ensobrados o manipulaban y pesaban los que no lo estaban y aunque los administradores orientaban entregarlos en fecha y hora los consumidores recelaban de que estuvieran también infectados porque provenían de almacenes donde estaban guardados hacía mucho tiempo o de las reservas acumuladas para tiempos de guerra y se decía que podían contener los virus malignos, los troyanos rellenos de influenzas contaminantes mortales.

También el miedo se había apoderado de las personas en las tiendas recuperadoras de divisas en las que no existían alimentos al menudeo pero sí productos provenientes del mercado exterior que podrían estar cargados con el contagio probablemente adherido a las superficies de los contenedores o envolturas y pudieran de esa manera haber cruzado las zonas prohibidas en los establecimientos aduanales escondiéndose del chequeo exhaustivo de las inspecciones sanitarias rigurosas en las fronteras de puertos, aeropuertos, muelles secundarios o embalajes personales de viajeros que no hubieran sido chequeados en los registros de aviones o buques que arribaban.

Sin embargo, el peligro no estaba realmente en los virus sino en el polvo, una nube de polvo blanco, rojo o negro según el caso que se iba acumulando en las casas y en las calles, en los árboles y el transporte, en las cercas y techos, en las paredes y en las fosas nasales de todos los habitantes y que se trasladaba a velocidades increíbles haciendo remolinos en todas las direcciones formando cúmulos y montañas de arenisca que impedía la visión a toda hora del día y de la noche y se desplegaba violentamente por las sabanas, el mar, los montes y los ríos.

Se habían distribuido tapabocas verdes y blancos para la población mientras los inspectores llevaban unos de color naranja y el personal médico y paramédico portaba colores azules como ojos originales de alemanes rubios, y también la población salía a las calles con unos espejuelos para el sol de todos los colores y figuras mientras llevaba amarrado en la cabeza unos pañuelos tipo bucaneros en campaña que los hacían parecer marineros a la deriva preparados para el ataque de buques en alta mar o contrabando de mercancías en tierra firme, y aquellas multitudes ataviadas de manera extravagante daban la impresión de ejércitos de mamelucos o beduinos que se dirigían en caravanas a diversos lugares y se habían apoderado del país sin disparar un tiro.

Asimismo se habían suspendido las actividades productivas, educacionales, culturales y sociales que implicaran masividad para evitar la propagación de la enfermedad a grandes masas humanas a través de agentes desencadenantes como estornudos o tos continuada que pudieran generar reacciones explosivas en cadena y cuando alguien regresaba a casa por gestionar algo en la calle necesario para la sobrevivencia y se quitaba el pañuelo con que se cubría la cabeza los espejuelos oscuros y el tapabocas, el rostro empolvado tomaba la figura de un payaso de circo sin nariz ni pintura maquillado perfectamente para salir a escena y animar cumpleaños, espectáculos o diversiones de familia.

No obstante la gente seguía asistiendo a los partidos de pelota y fútbol por ese orden con sus tapabocas puestos, sus pañuelos en la cabeza y sus espejuelos oscuros pero era tal la ventolera polvorienta en esos estadios que los jugadores cuando hacían alguna agarrada de pelota se enredaban dentro de una nube de polvo en la que no veían las esféricas y los árbitros no podían "cantar la jugada" porque no veían ni al deportista ni la situación. Y sin embargo los partidarios de uno u otro equipo hacían las olas en las graderías puesto que tales situaciones se presentaban a cada bando por igual. Con esas griterías también se polarizaban no sólo las apuestas sino también las opiniones. Unos se afiliaban a la polvareda considerándola beneficiosa a la hora de los dividendos y otros negativa si hablamos de salud. Los científicos argumentaron entonces que también la vida habría provenido tal vez de una nube polvorienta arrastrada por un cometa casual y cercano al planeta y por ello si de ese polvo cósmico proveníamos debíamos sentirnos deudores y felices de tenerlo con nosotros y en cantidades gigantescas. Decían, como la canción, que del polvo hemos tenido y hasta el polvo iremos a parar. No obstante, empero, sin embargo, etcétera e incluso, lo peor de todo era la respiración debajo de los pañuelos y esas motas de polvo en la cara que singularmente igualaban a todos los transeúntes borrando con ello las diferencias sociales, de género y de color de piel.

Desde el exterior los emigrantes enviaban medicamentos de todo tipo para combatir las enfermedades y fortalecer el organismo en el combate antiviral pero no se habían dado cuenta que contra el polvo lo único que puede hacerse es lo que han hecho los pueblos árabes sometidos en los desiertos a los ciclones de arena y tierra levantada en tempestades de cuaresma: taparse todo el cuerpo con escafandras de tela. Pero ese recurso no existía ya que la gente poseía pantalones cortos llamados "short" o pitusas ajustados tipo "jeans" donados por visitantes extranjeros y cuando se cubría las carnes con ese tipo de ropa o el polvo le rellenaba el cuerpo de la rodilla hasta los tobillos o se le metía en los bolsillos en cantidades industriales y al despojarse del atuendo tenían que acumular las cantidades acopiadas en jabas de bodegas o cajas de cartón y salir a las calles a depositar aquella arena fina en los tanques de basura o en las montañas de desechos sólidos de las esquinas. Y los inspectores multaban por las noches a los que se atrevían a desafiar por el día las disposiciones oficiales al respecto.

Tampoco estaba permitido el riego porque era inútil hacerlo ante montañas de polvo regado por doquier y en medio de aquellas sequías había mermado la capacidad hidrográfica del país, se había deprimido el manto freático y si se autorizaba algún regadío con tanta polvareda ambiental el agua formaba un emplaste bueno para dar fino a una pared de cemento pero nunca para pretender que de esa mezcla naciera en los patios alguna mata de ají, cebollinos, plátanos fruta o guayabas, para poner algún ejemplo. Y la hierba estaba escondida debajo del polvo de tal manera que sólo sobresalía del suelo la punta de las pequeñas maticas sin flores lo que hacía pensar que el país se deforestaba y la aridez de los suelos había convertido en desierto lo que antes era edén y lo más grave de todo es que se había formado una conciencia polvorosa estancada que no permitía dilucidar el rumbo social hacia delante y más bien dejaba en las mentes una verdad drástica y peligrosa: nada tendría ni en el presente ni en el futuro alguna solución.

Así las cosas había que encerrarse bien para consumir algún alimento pues los vientos polvorientos insoportables penetraban las casas, se colaban por las hendijas de las puertas y ventanas e impedían ver bien lo que la gente se llevaba a la boca. En las apotecas escaseaban los suministros, la gente bachillereaba constantemente, parecían caprípedes embadurnados y mugrientos, se habían decolorado increíblemente como si los hubieran escaldado o tragado fosgeno o convertido en gerbos, humus blanco o en muchos casos iperita. La población parecía vivir en el jurásico convertida en karakul salvaje o ligur empolvado que es lo mismo o más bien roca marga, y con tal desequilibrio padecía de neuropatías y caminaba como ofiuco. Se habían deteriorado los pejugales y nada había para rellenar las quiliguas por lo que en tiempos de escasez se dedicaba a forrajear para traer los suministros y las montañas de desechos semejaban un enorme raque sequizo y térreo al mismo tiempo que la gente parecía un urú, un vencejo hecho de wad o xilotita mezclado con yaba seca.

Para combatir la nueva pandemia viral se orientó por todos los medios cómo comportarse y las autoridades tomaron las medidas convenientes a los niveles correspondientes mientras los funcionarios del consejo de defensa civil se empeñaban en cursar directrices capaces de detenerla con disciplina y acabar con ella, pero la del polvo al ciento por ciento no se le pronosticaba cura, remedio o medicamento. Hasta que aparecieron los vestidos de negro con sombrero alón y corbata de lazo cantando salmos y formando una bulla con redoblantes mientras gritaban que estaban recolectando dinero para un viaje a la luna. Parecían los tipos de la Emulsión de Scott ("el hombre con el bacalao a cuesta") o de Avena Quáquer vestidos de negro con aquellos libracos bajo el brazo parecidos a los manuales filosóficos de Konstantinov. Solo una cosa se necesitaba según vociferaban para ser salvado de la desaparición desértica: tener fe, esperanza y caridad. Esas virtudes raras que nos permiten no sólo creer en las verdades aún sin comprenderlas sino también poseer la seguridad testimonial que hace despejar dentro del torbellino polvoriento, el espacio para ver el espejismo real y encontrar el oasis, dar inclusive lo que no tenemos en bien del otro y creer en el futuro sin quitar la vista de un horizonte que nadie ha tocado todavía con las manos, parece que se convierten según decían los predicadores en una coraza protectora no sólo contra el polvo sino también contra el ataque despiadado del egoísmo personal y la neuroapatía.

Pero el remedio había que probarlo en la praxis que como se sabe es el criterio de la verdad según Gramsci y sus enamorados seguidores ya que la gente dudaba de aquellos narradores orales por una sencilla razón: decían que la luna no se caía porque estaba atada al firmamento por la fuerza descomunal de la voluntad. Sin embargo algo de los sermones quedaba siempre flotando en el ambiente y una prueba contundente relucía como estrella con luz propia: los hombrecitos mantenían sus zapatos lustrosos y ni gota de polvo en los trajes de astracán negro que llevaban puestos en medio de aquellos calores de desierto. O el remedio existía o había que creer en eso o ambas cosas a la vez.

Se necesitaba una buena fe como la que ellos profesaban para que viniera de vacaciones, nos ayudara a desterrar el polvo y nos trajera además el regalo que más apreciamos: la descendencia. Cuando se tiene esa buena fe y no la mala, se salva la gente de cualquier pandemia o invasión polvorienta. Una fe viviente lista para ser tocada y besada, dispuesta a montar caballos y con el mismo entusiasmo ir al acuario a nadar con los delfines amaestrados, empinar papalotes y cazar cangrejos en la orilla de los arrecifes respirando profundamente el olor a mar y a peces, que esté recién documentada con un pasaporte nuevo libre de polvo y que haga constar que en los poros de la piel lisitos rosaditos y olorosos a limpio el soporte viajante humano pequeñito muestre acuñada la vacuna que cubre lo que nos falta y deje como saldo positivo la claridad del agua limpia sin una mácula de nada, ni tierrita ni polvo, lo que se dice nada, digo yo. Pero había que esperar a que llegara la fe y la gente murmuraba que hasta eso se estaba perdiendo en los últimos tiempos.

De la caridad nos encargaríamos nosotros aquí mientras llegaba la visitante, porque sabemos de qué se trata ya que la hemos recibido en carne propia y también de la esperanza eterna cósmica ya la hemos conocido que es verde como los racimos de plátanos de fruta que es lo primero que se pierde después que vienen los ciclones. Y pensábamos mientras tanto que aunque se caiga la luna mañana mismo mantener la voluntad de seguir haciendo algo parece que nos ayudaría a sostener el alma y el espíritu en vilo y aunque nos entierre el polvo que se va acumulando a nuestro alrededor sería mejor así porque nos haríamos la idea que estamos jugando a la orilla del mar con los hombrecitos y mujercitas de la familia en el exterior mientras nos echan paletadas de fina arena mojada alrededor del cuerpo dejando fuera la cabeza y nos cubren la cara ardiente con esos besitos que tanto necesitamos para crecer, dormir y soñar.

(Continuar leyendo...)