lunes, 25 de agosto de 2008

La jaula en que vivimos

Nadie sabe cómo la trajeron a casa ni quién la hizo si orfebre o pintor pero estaba allí en medio del comedor colgando de su portajaula como buscando que alguien la meciera atada con un cordel de platino que era como azogue de espejo: se unía y se deshacía. Una jaula de oro parece o plata no es, la típica jaula de encerrar las cotorras y los cateyes, los periquitos quisquillosos, los azulejos y verdones, gorriones y palomas, cernícalos y halcones, tomeguines y zunzunes, aquella jaula enorme hecha para que cumpliera su objetivo: impedir que se fueran los pájaros...

Había tres hileras de barrotes de hierros y enredaderas de cundiamores, la jaula misma, las ventanas y luego la cerca del jardín para que no entraran los ladrones ni pudieran salir las personas decentes. A veces nos parecía que era la única jaula para pájaros que existía pero todos tenían esa jaula en la casa, todos vivíamos pendientes de la amenaza de los ladrones. Una ciudad rellena de jaulas por todos los lados, puertas de hierro, cercas protectoras, en las ventanas y en los balcones, azoteas cubiertas de mallas como si alguien fuera a jugar ping pong allá arriba, cercas para criar cerdos, proteger gallinas, encerrar perros y gatos, hechas sin mucho arte sino más bien pragmáticas, utilitarias. Toda jaula necesita de un candado poderoso con sus llaves por lo que las tiendas desabastecidas no daban servicio de venta de candados, llaveros, cierres... y la gente inventaba cerrojos con cadenas de aceros fundidos, letreros de tránsito arrancados para cubrir las cercas, las
ventanas, los jardines y las azoteas.

A la gente ya no le preocupaba el enrejamiento (mucho calor entre todos no se siente), ni la ventisca (un año de ventisca constante es algo normal) por lo que se subía a las azoteas de los edificios altos para mirar desde allí con los catalejos prestados o robados el centellante espectáculo de las casas enrejadas en horas de la tarde, ver los flashes del sol dando contra las rejas como si las mismas soldaduras dijeran: "Todo bello como Acapulco". La gente se concentraba en los edificios altos y luego se miraba a los ojos diciendo lo mismo: "Estamos enrejados y no podemos salir de aquí". Incluso los mismos ladrones se preguntaban para qué tantas rejas y jaulas si ellos aprovechaban la oscuridad de la noche para entrar en las casas enrejadas y robarse todo menos las jaulas de los pájaros.

Se habían publicado crónicas en los periódicos de provincia alertando sobre el entorno y la belleza de la ciudad, hubo historiadores que dijeron en una convención que aquel enrejamiento era la muestra más palpable de que la libertad estaba enrejada, pero los periodistas por encargo defendían la idea de que lo más importante no era la libertad sino la comida. Otros que lo más importante eran los salarios, la educación, la salud pública, la ropa, el transporte, la vivienda, los teléfonos, la electricidad, el agua, el combustible, el gas para cocinar, las bibliotecas, las frituras de papapán (un queso hecho a partir del pan, insípido, moldeable y aéreo porque siempre terminaba pegado en el cielo de la boca), la reparación de calles, la restauración de las iglesias y muchos otros temas más.

Se sacó a subasta el tema más importante y fueron allí todos los intelectuales para responder cuál era el asunto que más les interesaba y se les pasó un papelito para que lo pusieran escrito y todos sin excepción escribieron lo mismo: el tiempo libre. Y fue tanta la alharaca que las gallinas comenzaron a escapar de sus jaulas, gallinas ponedoras, pensando que habían aprobado la ley contra el enjaulamiento y hubo que meterlas de nuevo en los lugares destinados a la producción y conversar con las gallinas diciendo cosas como estas: "Compañeritas, incluso, etcétera no es posible tanto revuelo". Pero fue realmente difícil convencerlas de que volvieran a las jaulas porque ellas estaban dando un alerta difícil de ser refutado: "Ustedes son los que están más enrejados que nosotras"...

¿De dónde habían sacado los aceros para hacer las rejas? Nadie podía explicar el asunto. ¿Quiénes los habían transportado a las casas desde los talleres clandestinos que trabajaban soldando con electricidad o con acetileno aquellos monstruos deformes propios del medioevo? Economistas y politólogos no encontraron explicación al problema y los facilitadores de la televisión sorprendieron a cada rato a la teleaudiencia con noticias alarmistas como esta: "Se dará una explicación convincente del asunto en próximas emisiones". Y sin embargo nunca se dijo nada ni por ese medio masivo ni por ninguna otra vía. La gente se había acostumbrado a las rejas y a las jaulas para pájaros y hubo quien soltó a los pajaritos de noche para que revolotearan por toda la casa mientras los dueños miraban desnudos las películas nocturnas prohibidas para menores...

Se había creado un cuerpo de vigilancia en el que nadie confiaba porque se nutría de antiguos ladrones o personas en vías de serlo y se había llegado a la conclusión de que el miedo se había apoderado de la mente de la gente, que no salía de sus casas de noche por temor a ser acuchillada, degollada, atacada, robada, maltratada en plena calle para que los ladrones se llevaran una gorra de pelota de los yanquis de New York, unos zapatos "popis" viejos y apestosos, un pitusa raído y nada de dinero. La mejor diversión era en el crepúsculo subir a los edificios altos para ver los flashes del sol cuando rozaban las rejas de las casas del barrio. Y los flasheros decían: "Ya que no podemos ver el flash verde de Varadero cuando choca el sol contra el agua, al menos vemos este cuando choca con las rejas". Y fueron alcanzando adeptos aquellas reuniones, silenciosas, sin alcohol, sin tabaquismo, sin drogas, unos encuentros sanos, cultos, amorosos, sin interferencias de ningún tipo y saludables porque no hay mejor salud que la que le da a la mente del ser humano sentirse dueño de una decisión importante como esa de mirar flashes cinco minutos cuando se va perdiendo el sol detrás de las montañas o viceversa que no es lo mismo pero es igual.

La gente cree en lo que confía. Cuando se pierde la confianza en las cosas, en las obras, cuando uno se da cuenta de que vive en esta cárcel psíquica enrejada y se acostumbra, pierde la confianza en uno mismo y solo le queda el recurso de los flashes silenciosos, como si estuvieran viajando en un barco dirigible por el océano mundial, hubieran escuchado aquella música de arpas tocada por las manos de las vírgenes y se hubieran dado cuenta de que cada uno es el primogénito de la sucesión de las generaciones... un destello breve pero eterno... Así nada más.

Por eso mismo los flasheros inventaron el asunto del nido de pájaros soldando estructuras de metal para colchones de forma tal que semejaran una gran quilla de barco a la deriva, clavaron en la estructura una pértiga flexible y varias argollas que se colgaban nada menos que del fondo de un enorme globo de helio que podía levantar hasta 20 personas a la vez. ¿De dónde habían sacado aquel globo?, se preguntaba la gente común y corriente y los flasheros le respondían: del mismo lugar de donde sacaron los soldadores el acero, el acetileno y el oxígeno, las cajitas soldadoras de corriente 220 y las varillas para soldar: de los almacenes donde todo eso estaba guardado para cuando llegara la guerra.

Y siguieron soldando las estructuras después del crepúsculo, mirando hacia arriba por encima de los cúmulus nimbus, las ventiscas otoñales, las grandes concentraciones ciclónicas nacidas en la inmensidad del cielo siempre acumulando más helio para los viajes con boleto de ida. Los flasheros soldaban encima de los cien edificios altos y en las noches oscuras rellenaban de helio los globos para personas, globos de un solo color como el de la vuelta al mundo en 80 días, el mismo de Matías Pérez, el famoso globo de Cantoya, globos rojos te compraré eres casi una niña y la gente de los edificios se miraba a las caras diciendo "nohaymásná" y seguían inflando los globos y montando a la gente para probar hasta donde podía un globo elevarse hasta el nelblúdipintodiblú...

Hasta que un día soltaron las amarras y al mismo tiempo comenzaron a tomar altura los globos de helio con la gente sentada en las estructuras de colchones y se elevaron perdiéndose en el infinito etcétera incluso, en el primer viaje 100 globos con 20 personas cada uno se fueron de paseo y no regresaron más. Y los que estaban en el malecón vieron los globos viajar y dijeron que eran muñecones de carnaval que como había recursos ahora se había decidido soltar en una apertura diferente parecida a la entrega de tierras de cultivo en las afueras de los pueblos pequeños del interior.

Y volvieron los flasheros a inflar globos nuevos y soldar estructuras de colchones hasta que en un término de 5 años se habían transportado hacia diversas partes del mundo nada menos que 3 millones 456 789 personas en un viaje seguro sin polución, sin los inconvenientes del mar embravecido ni los accidentes terrestres de tan desagradable recordación. Los de estadística calculaban que si se mantenían estos viajes en cuestión de 15 años más se habría transportado el total de la población del país y no habría necesidad de planes económicos, gobiernos elegidos, desarrollo agropecuario, gastadera de electricidad, consumo subsidiado ni nada por el estilo y se resolverían para siempre los problemas relacionados con el abastecimiento a la población, el transporte, la vivienda y el comercio mayorista y minorista, la educación y la cultura, la prensa y el tiempo libre y no quedaría otra cosa sobre la faz de esta tierra que un aire tibio y fresco, un olor a salitre y arrecife de costa y algún que otro barquito de papel nadando por las calles cuando vinieran los grandes aguaceros de la época de los ciclones tropicales... Así mismo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuánto me alegra volver a leer algo suyo, y como siempre, me maravilla cómo describe las realidades. Gracias por su cubanía, por ser quien es (no hace falta conocerlo personalmente) y reciba un abrazo de quien lo respeta y admira.

Rosa dijo...

De una paloma que escapó del palomar y que no piensa regresar, para el cuentero mayor de nuestra jaula (que ya ni oro parece ni plata es) toda mi admiración y cariño y un abrazo infinito de lágrimas y sonrisas.