sábado, 16 de febrero de 2008

¿El amor se come...?

Hoy compramos un cake hecho en casa de una vecina para cuatro personas, una torta rosada adornada con un letrero de merengue encima que decía: "Muchas felicidades" como si estuviera dedicado a niños que cumplieran años. Esa frase no iba dirigida a nadie en particular sino a todo el mundo, unas letras en un mar de dulce de huevo, polvo de hornear y grajeas que la dueña del negocio dibuja para que los que coman el producto se embadurnen no solo el estómago sino también los sentimientos. En otras palabras, para que se coman un pedacito de amor.

El asunto no es fácil, ni yo mismo lo entiendo bien: comer amor en trozos alrededor de una mesa mientras pensamos qué día es hoy. Hace algún tiempo dijeron que se trataba del "Día de San Valentín", algo que se nombró así sin la consulta previa con el Santo probablemente. Como estaba asociada la fecha a una creencia es casi seguro que mucha gente haya hecho la fuerza para que no siguiera así y se le cambió el nombre por "Día de los Enamorados" pero no tuvo muchos votos porque con ese nombre las enamoradas estaban en desventaja y eso así mutilado no se vale. Hoy nos levantamos con la noticia en el ambiente de que el día en cuestión había sido nombrado por algunos como "Día del Amor" y nada mejor en ese día que hacer un regalo.

La lluvia ambiental parece que se había embullado con la polémica porque los muchachos cuando pasaban para la escuela debajo de las sombrillas estaban presurosos no por mojarse sino por llegar temprano. Y no hay nada que despierte más energía que el sentimiento de que hablamos. Un cuerpo lleno de amor se mueve como si volara en la superficie lunar, como pez en el agua, como marea que regresa, como colibrí en celo. Y era así que se estaba formando un torrente de besos y de flores muy curioso como el que no se había producido en el resto del año, un torbellino que entró a las casas y no quería salir de ellas pensando en que si se quedaba errante por las calles la gente ni se iba a dar cuenta de que estaba allí.

Hoy hicimos el ritual: pusimos un mantel, unos platos, cuatro cucharitas y el cake en el medio, un pastel tipo castillo, de un solo piso, hermoso y crujiente no solo para despertar el apetito de los seres vivos sino para recordarnos una pregunta que a muchos se nos olvida: ¿Por qué comernos el dulce una sola vez al año?. Vamos a ver... Si hoy es el Día yo puedo pensar que el resto de las fechas no lo son. Si el año tiene como el actual 365 días, los otros 364 que restan no son días del amor sino de otros sentimientos... El día de la esperanza por ejemplo, el de los besos, el del trabajo (hay un Día del Trabajo, sí señor), el de la mujer (hay también uno), el de los padres y de las madres... Pero hablando de sentimientos parecidos al amor (¿cuál es el sentimiento más parecido?) ¿por qué no tienen también su día? Nos han dejado aquí en un solo día a Mr. San Valentín, al de los enamorados y ahora enjaulado al del amor, una concentración de cariño de una sola vez para acabar con toda la oferta de cosas que nos demuestren que nosotros los humanos no nos olvidamos de eso: flores, tarjetas, llamadas, vestidos, zapatos, perfumes, regalos... para gastar todo el dinero del mundo de un solo manotazo en el contexto de las 24 horas de un intocable día en nada menos que el mes más corto del año.

Y nosotros con el cake-castillo, con el feudo de crema en los brazos debajo de la lluvia, protegiéndolo del goteo incesante, del aire desordenador, invitando a los perros callejeros hambrientos a que hicieran la cola de las limosnas para aspirar a probar un dedo embarrado de merengue rosa. Nosotros esperando para la concentración del amor encima de la mesa, para comer el trozo de amorcito escondido dentro del pastel y llevarnos la cuña de torta más allá de la laringe al viaje intestinal oscuro, cavernícola, lento, fiero, seco, un viaje que termina casi siempre en un baño cualquiera.

Al menos los muchachos que iban con sus regalos hoy no se iban a entrar a golpes como sucede en casi todos los demás días del año, sino que con los nuevos cambios del nombre del día famoso iban a probar qué sucedería, pero cuando lo supieran bien dejarían los regalos a un lado y volverían al ring de boxeo dentro de las aulas y fuera de ellas. Los golpes y los empujones son en un muchacho de primaria una necesidad lúdica. Las carreras también, porque un muchacho que no corre al menos lo piensa que es el tipo de carrera mental que todos hemos querido hacer algún día. La flor del viernes, el acto diario en el matutino, los buenos días a la maestra y a todos debíamos extenderlos al día del amor. Pero seguimos reduciendo los sentimientos ya no a las 24 horas de la vuelta de la tierra sobre sí misma de un mes cualquiera, sino al instante en que le decimos a alguien que lo queremos más que ayer y menos que mañana. Casi se ha convertido este instante en algo así como la felicidad que es un nanosegundo que le cae a uno detrás para posarse encima de la cabeza y quedarse temblando allí como aro de santo o como tembleque de cake que es más o menos lo mismo.

Hoy en el estadio de pelota, cuando se enfrenten los eternos rivales (Industriales y Santiago de Cuba) se va a aprovechar la ocasión para festejar el día, deportes con cultura, pelotazos de amor, jonrones de alegría, besos de ponche, miraditas de bases por bola. Pero el resto del año los orientales le van a decir a los habaneros amarillos y estos a los otros palestinos. Quien quiera sonrojarse que vaya al estadio a oír malas palabras cualquier día del año menos el 14 de Febrero. Y no me digan que los ampayas se salen de esos encontronazos, los pobres ampayas reciben más improperios que cualquier condenado por robo. La gente grita en el estadio como si los que jugaran sobre el terreno fueran gladiadores y uno de ellos tuviera irremediablemente que morir.

El malecón es la barra más larga del mundo, la gente compra su botella de ron y va allí a tragar alcohol como si fuera agua, sin ver la puesta del sol, bajo la lluvia o el salitre, con los calores del verano o los fríos del norte en la época del invierno, un cubaneo alcohólico rico, amoroso, lascivo, enervante todo por un día, concentrado en un momento del año en el que ya borrachos perdidos la gente ni se dá cuenta de que hora es ni a quien tiene delante y lo mismo el tipo le besa la bemba a un negro cualquiera que la muchacha abraza al primer perro callejero. Una festividad parecida a la de los romanos en tiempos de la decadencia que no nos conviene mucho porque cuando terminan la botella pasan la calle sin ver las luces del semáforo y son atropellados por los carros.

Sinceramente no creo mucho en el día mentado... Me gustaría el cake con amor a cualquier hora, de noche o de día con una sola condición: que no faltaras tú... y los demás. Un cake para otros, para ver cómo saltan los colores del merengue en la cara de las personas. Un besito mañanero contento de estar vivos. Una frase cualquiera diaria como aquel título de película: "Yo seré cualquier cosa pero te quiero". O no decir palabra alguna y escribir un graffiti, meterlo en un sobre y dejarlo que cruja debajo de la almohada para que se sienta cuando se acueste a leer la novela antes de dormir. Esa carrera del hijo o de la hija, del nieto o de la nieta hacia tí cuando se ha dado cuenta que tú estás y que descubriste su presencia no puede ser enclaustrada en un día, sino en todos los días, en el eterno decursar del tiempo infinito de vida de las generaciones. Y mientras eso ocurre, que me sirvan en el plato mi trocito de dulce, un caracol de clara batida, para que vean cuánto dura un merengue en la puerta de un colegio.

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