jueves, 24 de abril de 2008

Abur oriental...

Este fallecimiento no salió publicado en ningún órgano de prensa, ni en la radio, la televisión, el cine o el correo digital de Mrs. Internet. En el obituario de la segunda página no se dice que la causa de la enfermedad fuera larga, ni grave, ni penosa. Nada tampoco se consigna sobre la sintomatología clínica: repentina, accidental, súbita...

Pero su muerte ya se venía presintiendo no por vejez sino por inutilidad, por ese excesivo peso que llevaba encima en medio de una ciudad contaminada a lo que él mismo había en cierta medida contribuido obsesivamente. Una obesidad ferrosa como el amasijo de su tara y de su tonelaje, esa mezcla de aceites y de grasas, petróleo y sudores humanos, cristalería y aluminio acerado, caucho y lubricantes que nos mostraba su esqueleto encorvado, su interés por cumplir y su aseo difícil, sencillo, modesto y humilde.

Cuántas cartas de amores inconclusas transportó en vida, cuanta carga de noviazgos efímeros, de adioses de andén, de recibimientos y despedidas, se albergaron dentro de sus cuatro paredes... cuántas reyertas y alteraciones del orden, cuánta violencia acumulada, cuánta palabrería procaz y blasfema recibió el aire comprimido de sus viajes, olores humanos y animales, groserías y chistes, vómitos y perfumes, llantos de recién nacidos, quejas de moribundos, justificaciones de ciclón, incumplimientos, reuniones, arrastre pesado, en fin, que lo hicieron en vida imprescindible a lo Brecht, sonoro a lo Guillén, ríspido a lo Zumbado... Allí "El Camello", señor de las moscas, de los anillos, caballo de Atila, monstruo de la laguna, perro de presa, bestia rinoceróntica, dinosaurio vivo, águila depredadora, amor italiano...

"El Camello" ha sido junto a la bicicleta, la pizza y la pelota, el más grande y genial entretenimiento humorístico del Siglo XX y parte del actual siglo XXI... Un libro abierto, una hemeroteca ambulante, una rodante y simpática estación de policías y ladrones, una posada ocasional, un bar de bohemios, una tribuna para actores de todo tipo, tal vez la cosa más ansiada, criticada, espeluznante, increíble y tosca que hayamos visto jamás...

Se está muriendo... y morirá sin que lo entierren ni lo cremen, hay incluso quienes han propuesto que se habilite uno como ejemplo y se le monte en Expo Cuba como restaurante para bolsillos modestos, sin el estridente motor, con cristales cerrados como nunca lo fue en vida y se le ponga la musiquita indirecta típica de este medio de transporte: la última canción de los Van Van.

Habrá quienes conserven sus fotos como recuerdo de lo que fue o un vídeo sencillo y corto como los del Cine Pobre de Jibara de su figura, pero la imagen mejor es la que no tendrán los que a partir de ahora nazcan en esta parte del planeta: un Camello es aquello que nadie sabe quién lo inventó... El nombre lo pusieron por cierta joroba entre sus dos partes articuladas y algún diseñador de orilla le pintó el animal de desierto en la parte trasera por lo que, si de identificación se trata, ahí está la clave. Sin embargo hay algunos que dicen que el patronímico se le debe a sus modales parsimoniosos y su gigante resistencia a las distancias sin necesidad de agua en el radiador. De todas formas, esa figura casi mítica va desapareciendo y no quepa dudas que dentro de un siglo probablemente, cuando descubramos debajo de la tierra alguna osamenta parecida, habrá investigadores que podrán rehacer la historia de este tipo de saurio...

Hoy solo nos queda desearle paz en su descanso definitivo, buena vida en el otro mundo y como decía Chan Lí Pó (el famoso detective chino) a los que perseguía sin desmayo y resultaban luego inocentes: Secun tang, wuanbang yao! Eso significa en cantonés más o menos lo siguiente: Vaya tranquilo que el que se muere con honor buen rastro deja...

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