sábado, 5 de abril de 2008

Un día de paseo, una señora...

Parece que hoy nos levantamos con el deseo de romper con nuestros sombreros las farolas de la Calle 100 que estaban poniendo nuevas, lo nuevo (decía Hegel) es aquello que es y no es, es el sustrato del concípere gestado... cosas del viejo Hegel, aquel mismo que tenía un establo en medio de Berlín hoy rodeado de pinos que sirven para orinar cuando no está cerca el baño público y el líquido en el riñón no nos perdona la necesidad de la micción...

Están montando las farolas de la calle 100 y también las de la calle 51, esas que llegan hasta el túnel de Línea, un túnel breve (el bretúnel) que conecta el barrio de los ricos de Miramar con el de los ricos del Vedado, el túVedado un túnel que va en sentido contrario desde el Vedado a Miramar por debajo del agua (más bien de la ría) del Almendares, ese brazo de río pequeño si lo comparamos con el Orinoco o el Amazonas, un Almendrón (digo, un Almendares) que ya no tiene tanta malangueta, rellenado de mosquitos nobles y poco agresivos, un Almen que no tiene botes de alquiler y que posee los jardines colgantes más suculentos de toda la ciudad (pasto de los animales que comen de ellos como chivos y cabras, jamelgos y caballos), un Almendares igual al equipo de pelota que tenía color azul y un alacrán pintado para lidiar a muerte contra el Cienfuegos (elefantes verdes), Habana (leones rojos) y Marianao (tigres carmelitas), un río que es el orgullo de las parejas de casados que todavía van a fotografiarse por allí, oyendo el ronronear de las aguas albañales que corren espumosas plácidamente, esas mismas que fertilizan las plantaciones de plátanos de las orillas, que crean humedales y sirven de prueba contaminante para multas de empresas incumplidoras...

Hoy nos levantamos con la mirada sociológica de la estepa, esa mirada que descubre cosas que existen ahí pero no son notadas por el mirador ingenuo, común y corriente, digamos las mariposas que están volando y pegan contra el cristal del carro cuando pasamos por el puente de hierro encima del Almendares, botes de motor que se van a la desembocadura para ahuyentar a los peces y protegerlos de la carnada quiróptera de los pescadores de orilla que ahora lanzan la cuerda con el anzuelo, encima de los arrecifes de La Puntilla con la esperanza de traer prendido al calamar los dientes de un pargo de arribazón, esos que pescan un catarro, a los que se les mete el salitre sin pólvora por la nariz y se creen que están en la punta del beril, allá a lo lejos en el oscuro azul del estrecho del norte, del amplio mar que nos rodea...

Las calles de Miramar y las casas están más limpias y pintadas que las de San Miguel del Padrón, observación que se constata a vista simple sin la necesidad de enjundioso análisis o búsqueda científica del meollo (la esencia del asunto), asimismo en esa región los negocios prosperan a diferencia de los agros de muchedumbre de la Habana Vieja, corre por el aire un olor a perfume de shopping, la gente compra sus dvd que se ofertan libremente hoy en los mostradores, calcula el precio de los televisores planos, observa las bicicletas eléctricas, los discos duros de última generación, aquellos celulares para hacer crecer la celulitis, esa oferta de pinturas de interior para casas de alquiler, allá los taxis de ocasión solícitos y dispuestos en la esquina de 42 con 5ta. Avenida, acá los murmullos del cubaneo sorbiendo los refrescos y refrigerios de cafeterías diversas, mientras una estridente música se le mete por los oídos a cuanto cliente visita aquel complejo de tiendas y unos negros parqueadores y parqueados debajo de un ciprés ofertan colchones de muelles originales y modernos sacados inteligentemente de los almacenes y puestos al servicio de los incautos en ciudadelas y pasillos ocultos como platos de ensaladas mixtas en hoteles de lujo. Los aseres misteriosos de Miramar...

Los cárnicos de 3ra. y 70 no tienen pellejos exteriores, me dice una dama vestida elegantemente con un mono deportivo de última generación. Esos pellejos los llevan dentro, como recuerdos de amor a la usanza del Siglo XIX, los pollos de ballet se muestran apetitosos y caros como toda carne de alto nivel, los guisantes hechos de chícharos jóvenes intocables al uso común se aburren en los estantes demostrando su preferencia por la mano extranjera para que les acaricie el envase en las cajas registradoras, mientras los detergentes de calidad bostezan junto a flores de plástico, herrajes de baños, losas para pisos y cementeras importadas, a la par que la oferta de mariscos congelados permanece intocable probablemente esperando el fin de año para ser consumida por visitantes extraños que no saben siquiera dónde el jején puso el huevo.

En esta región visitada no sucede como en La Lisa que la gente va comiendo cosas mientras camina y tira las envolturas en medio de la calle sin puntería ninguna hacia los tanques de basura que en ocasiones ubican en esquinas estratégicas... aquí se utiliza la servilleta para secar con sutileza los labios contagiados por el puré de las cuñas de pizzas y se enrolla el papel para depositarlo en los tambuches pintados de gris que se recogen al atardecer, en el romántico ocaso maleconero y se ubican suavemente en los pestilentes camiones de basura que no dejan rastro de desechos, como ocurre en los barrios populosos de 10 de Octubre, en los que la gritería del personal de comunales sorprende a cuanta calmada persona descansa o duerme después de una agotadora jornada de trabajo y los sólidos desechos desbordan los recipientes para atractivo de moscas y maratones de perros equilibristas...

Incluso hasta el transporte se mueve en esa zona especial sin la estridencia de los tubos de escape, no lanza el monóxido de carbono contaminante mientras fluye a velocidades de competencias y la gente habla en voz baja, no molesta al otro, es displicente y educada, se nota la ausencia de vendedores de maní ambulantes, pordioseros y alteradores del orden por broncas callejeras, arrebatadores de cadenas y carteras para guardar dinero, al mismo tiempo que el personal de tiendas conserva su imagen uniformada, los parqueadores llevan con orgullo su camiseta roja de Havana Club, los policías y agentes de civil se notan calmados y desestresados mientras los oriundos de esta región diplomática captan enseguida la presencia de forasteros no solo por su andar desenfadado y campesino sino también por sus miradas de asombro ante tanta limpieza, su insistencia en pagar con monedas de menudo y no dar propinas a quien le cobra algún servicio brindado. En otras palabras: viajar a esta zona es como salir de la letrina a cagar en un baño con sauna y cristales calobares.

El entorno invita mientras aguante el bolsillo... el que lo tenga dispuesto va a gastar en la oferta de mostradores, pero el que no, decide quedarse sin invitación a hacerlo en su barrio caluroso de amor, atractivamente promiscuo que lo invita a hablar la jerga llana y vociferante que rompe la quietud cuando a toda voz alguien grita: "Cuca, acaba de tirarme la llave coño!". Como aquella estampa de la antigua sociedad en la que dos damas de alcurnia coquetean con el idioma debajo del cocotero mientras uno de esos frutos cae violentamente sobre la cabeza de una de ellas y en medio del silencio ambiental y las buenas maneras, la accidentada exclama con júbilo y dolor: "Esta cabrona mata me ha metío un cocazo que me ha dejado tiesa carajo".

Oh Miramar!... Mirando al mar, de avenidas sin perros, zona de embajadores, de policías para asuntos extranjeros, gasolina super, exdealers de casinos, hoteleros modernos, parqueadores modestos, mujeres empleadas, políglotas ocultos, insufladores, muleteros, petimetres, redruejadores, color de urchilla, jaeceros, vocabulario de especialistas.. Hoy nos levantamos con el intento de romper farolas con el sombrero y no pagar las culpas, de dirigirle la palabra a alguien diciendo como locutor de radio: "Ud. primero señora, hace un calor que rasga el cutis", pero, mientras, mordemos con ansia este barquillo con helado de fresa que nos venden en una esquina del barrio y pasa un voceador de panes a domicilio que se ha encontrado un pito de gendarmes y nos despierta con la mismísima cantata de todos los días: "El pannnn suave, el pannnn", nos entra la gana en el cuerpo de quedarnos en la zona especial, sentimos el vaho de la hierba bajo la sombra del ateje, nos tocamos la piel para convencernos de que no vamos a decirle al director quién ha roto la farola, sino que abriremos el cucurucho, daremos palmadas para asustar palomas y nos refugiaremos en la cueva de siempre, para con una mano rascar la cabeza de la perra de guardia y con la otra soñar que estamos posando como gladiadores en el zoológico de 26...

2 comentarios:

Yvette dijo...

Que maravilla de escritura!!!

GeNeRaCiOn AsErE dijo...

muy bueno1
cuantos recuerdos y medias tengo del zoo 26.

también de ese miramar aledaño a la playita y de los regresos a pie a la salida del teatro karlmarx , terminado uno de aquellos conciertos.

es que de lejos uno tiene que acomodar las memorias, para que se agolpen unas con otras...

nos vemos, tony.