martes, 8 de abril de 2008

Siete frutas

Un amigo me dijo un día, hace ya algún tiempo: "Si prohibieran las creencias yo escondería mis santos en un lugar donde nadie los viera". Le dije que imposible que siempre hay un ojo que te ve... pero él se llevó el índice a la sien y me respondió sonriendo: "Aquí dentro..." y se fue caminando sin mirar hacia atrás, cantando un rezo lucumí antiguo que nunca me he podido aprender pero que se podía traducir así: "Hay que encontrar el año y recoger las frutas para desear felicidad a los vivos y descanso a los muertos...".

Tal vez estemos en el año de uno de los santos, un Orisha genuino que debe tener un día y al que se le debe hacer una ofrenda. ¿Obbatalá Las Mercedes vestido de blanco ese santo mayor que preside la sabiduría? ¿O Changó Santa Bárbara de rojo con su espada para los rayos y las centellas? ¿Será quién, quién será? Hay que acudir al registro, buscar la carta del año, entrar en el misterio común que nos corre por los poros que nos saluda de noche y nos eriza la piel, una cubierta que tenemos como sensor para establecer la comunicación con los de afuera, no los que se han ido tan solo ni los que viven en el más allá, sino con nosotros mismos los ángeles que hemos vivido esperando que nos vengan a buscar para un viaje con regreso sin pasaporte ni boleto.

A cada Santo su comida especial, sus especias, sus colores, sus cánticos, sus rezos, sus días, sus noches, sus años, su lugar, un babalao que sabe es como un libro vivo, una santera que hace ceremonias para vivos y misas para muertos sabe también poner el vaso con agua para cada cual, pañuelos y abanicos, hierbas medicinales, pases de rocío manual, ojos abiertos, manos danzando en el aire para que vengan a hablar con los vivos los que en milenios siguen regresando de entre los muertos, son telas que se mueven como fantasmas, fotos antiguas, mujeres-hombres, hombres-mujeres que custodian los cementerios, las casas de recepción, los aeropuertos y los puertos, la mar y el río, la tierra y el aire, güijes escondidos, doncellas vírgenes limpias a las que hay que amar en silencio, señales, impulsos, llamadas y consejos... se tiene todo eso cifrado en la sangre genética, sentir el tambor como acaricia, el violín, la música de 2 por cuatro, la imagen y el culto, una oración interna para saber qué hacer y cómo conducirse, un saludo oportuno, un adiós sin dar la espalda, un carnaval de collares mágicos.

Flores, comida y dinero para alegría del santo, una campanita para moverla delante del altar, el pensamiento reconociéndose como intérprete, el azúcar hirviendo en la cacerola para hacer el almíbar y una mesa gigante para que vengan a comer todos los creyentes y no creyentes del mundo, una mesa ecuménica donde se den cita todas las religiones, sus sacerdotes, sus libros, sus costumbres, sus idiomas, sus músicas, sus rituales respetando al otro, tolerando, comprendiendo. Este año necesitamos según me han dicho siete frutas escogidas al azar, frutas silvestres, si son sembradas por nuestra propia mano mejor, si no alcanzarlas, buscarlas, recogerlas, traerlas a la bandeja y a la mesa para darlas no para consumirlas.

La guayaba: sexo de vírgenes, redonda roja o amarilla, esa que tiene la corteza suave dentro de la cual habitan las semillas iguales como piedras de río, guayabas que han dejado la flor blanca esparcida en el suelo de la mata, que se han escondido debajo del follaje, dentro de sus mismas hojas mirándonos cómo hacemos la recogida, si le ponemos amor o lo hacemos con el drenaje del egoísmo, muchas guayabas para el jugo y la mermelada, para con el azúcar aprisionarla en barras, moldearla luego y brindar con la lasca de queso blanco y húmedo, pero ahora unas guayabas silvestres, frutas, crudas, cargadas de vitamina C, verdes, maduras o pintonas...

Una fruta bomba, abierta de par en par como brazos de mujeres adultas que han perdido al marido, llenas de redondas semillas babosas y pulpa cremosa que nos invita detrás de los colores rojos y amarillos del centro al convite, hasta la cáscara verde que las cubre, fruta que nada como barracuda salvaje en gestación encima de las tarimas del agro o en la propia mata exponiendo el fruto múltiple como tetas de mujeres obesas para ser arrancadas con tacto, transportadas hasta las cocinas, maduradas al natural, heridas para verlas por dentro sin abrirlas por fuera... frutabomba madura.

Chirimoyas cortadas de la mata y que conserven su tallo vivo, que se maduren en el viandero cubiertas con el fino holán tejido o sin él, para que la masa blanca marfil se abra y muestre las semillas de almendras y la mezcla arenosa y dulce que nos convoca a la mordida...

Platanitos de fruta, maduros, en manos apretadas impares limpias de puntas negras, que no tengan heridas de cuchillo, que se maduren al mismo tiempo sin desgajarse, la mano se guarda luego de ser bañada y secada sin que le dé el sol de forma tal que el plátano permanezca con su tallo firme y cortado para mostrar como trofeo único, poder contar los ejemplares y calcular cuánto ha dado la mata.

Un mamey poderoso de cáscara lijosa, de masa roja fina de hebras de hilo, con semilla negra de almendra gigante, puntiagudo y sin tallo, en sazón de primavera, castrado de la mata en su punto de almíbar y no calado para que toda la energía se guarde hasta el momento de la apertura y se ofrezca apetitoso mejor sin abrir.

Marañones y mamoncillos, esas frutas apetecidas en El Caney de Oriente, rarezas en extinción que muchos nunca han visto listas para mostrar en toda su esquisitez y energía, el marañón para que apriete la boca al morder con su semilla visible, dura y áspera, lisa como cáscara de semilla de mamey, como casa caracol de macao de playa y el mamoncillo en su manojo amarrado como catauro de hojas de yaguas de palma, con tallos y hojas diversas, escondido dentro de su débil corteza verde, con su semilla única como ojo de tiburón y su masa carnosa de la que pende el néctar congelado como semen de equino.

Con las 7 frutas que consigamos haremos una fuente diversa como ensalada de estación, las colocaremos indistintamente según el orden en que las hayamos llevado a casa y con ellas reunidas iremos hasta el mar para iniciar la ceremonia, una marcha sencilla y sin música, unos pasos firmes en la arena y luego con las frutas al pecho las depositaremos dentro del agua del norte enarbolando el pensamiento más íntimo y la promesa mejor. Todo parece indicar que este 2008 es el año de Yemayá Olokkun, orisha de las aguas, le pediremos salud y suerte para toda la familia incluyéndonos, ayuda para la sobrevivencia, fortaleza ante la muerte y mucha vida con honor para entregarla a otros si es necesario, llevar sin pena el esqueleto cubierto de carne que tenemos y asistir a otro que lo necesite...

Esto y más nos va a hacer falta hacer ante la destructiva avalancha del egoísmo y la incertidumbre ambiental, el aire tormentoso y turbulento de la invasión de la materia y el mutis del espíritu, de la incomprensible presencia de las tentaciones que nos rodean, de las pandemias que nos acechan, de las angustias que padecemos por desatinos de incapaces, el mal deberá ser detenido y la bondad (un valor que se ha perdido irremediablemente de la mente y el comportamiento de algunos) rescatada en medio de una verdadera inyección de optimismo y abnegación sin interés egoísta, para sembrar deber y honor mientras hacemos cosas y canciones bien rodeados de un manantial de amor que brote antes, durante y después de la ofrenda... Y hacerlo todo sin prisa dentro del tiempo que tiene el orisha para que sea venerado recibiendo en pago solamente una merced: la savia de la vida...

Yo pensaba que en esta fase de ancianos no se iba a dar nada nuevo, pero no, ahora estamos deletreando las canciones de los Beatles, escarbando en el sentido de las guerras y de las paces, leyendo sobre estímulos materiales y morales, de valores y de ética, de discriminación racial y de orientación sexual, las bodegas se han puesto a vender preservativos, ya las recetas de farmacia sirven en cualquier lado, es común ver un "caballo de santo" caminar por la calle con una sombrilla blanca cubriéndole del sol y lo que era un secreto de consultas de santería se ha transformado en una sesión pública... lo único que hace falta es que nos pongamos de acuerdo para llevar todo ese frutal a la playa no vaya a ser que las toneladas de coctel que hagamos tupan después las alcantarillas... Todo el mundo sabe que los cubanos o no llegamos o nos pasamos, así de sencillo.

3 comentarios:

jaad dijo...

Te puse un enlace en mi blog, y en Fogonero Emergente a través del directorio de Al Godar; no sé si querrás intercambiar enlaces. Un saludo

Aguaya dijo...

Jaad, claro!

Ya agregué los enlaces directos a tus dos blogs en Desarraigos Provocados y en éste, A empujar el almendrón.

Saludos desde Berlín!

GeNeRaCiOn AsErE dijo...

Un post delicioso, dan ganas de repasar nuestra relación con las frutas y lanzarse de cabezas en aquel recuerdo tropical que también reaparece en la lejanía en forma de fruta.
Saludos a todos,
Maylin