domingo, 25 de noviembre de 2007

Este día debiera repetirse

(Sobre el 14 de febrero del 2007)

Hoy fue el Día de los Enamorados o de San Valentín como dicen algunos.. Aquí hay quienes lo denominan "del amor"... Otra chambelona parecida a la fiesta de cumple. Sigo insistiendo en que todos los días del año y si es bisiesto mejor, son días de los enamorados. Concentrar la fecha en un solo día para regalar cosas tiene un olorcito a marketing un poco sospechoso. No hay como un besito al levantarse, un café (Caliente, Amargo, Fuerte y Escaso) de verdad, hecho con el ánimo de tomarlo sin discutir, hacerlo para el otro, para ver cómo las fosas nasales de la otra o del otro se hinchan y se achican cuando huelen "el néctar negro de los dioses blancos", ese "chequerén" que dicen que vale millones de euros... y que no tiene precio, ni en rupias, ni en usd, ni en bolívares, ni en piastras, ni en rublos, ni en yenes, ni en dones, ni en pc o en pcc.

Nos han querido obligar a querer más a la pareja un solitario día del año, nada menos que en Febrero, el mes más pequeño y deforme, un mes "olokum" indefinido ya que en ocasiones tiene 28 y en otras 29 días y noches como escribía Konstantin Simonov. Febrero es un mes marsupial que anuncia a todos que tiene algo escondido en la enorme barriga. Si pudiéramos cambiar el calendario (los celtas lo hicieron una vez) a la vieja cuenta de antes en que era una prerrogativa de los Papas romanos entonces nos dábamos cuenta de que San Valentín no existiría y que probablemente haya desaparecido para poner un pedacito de su estrella de plata en todos los demás días fueran 14 o no... y de cualquier mes.

Estas festividades (no estoy proponiendo que las eliminemos ni mucho menos) son caprichosas. Una parte del globo terráqueo llega al 14 cuando los demás siguen en la fecha anterior o viceversa y no tiene sentido que festejemos lo mismo en días diferentes. Parece como si los que llegan antes se van convirtiendo en más viejos que los que arriban después y nos dejan menos cariño para repartir entre nosotros. No me gusta amar más a una mujer un día especial sino todos los días y sin saberlo un día la amaría tanto que no tendría patrones para saber cuánto de cada cosa, como los niños chiquitos que abren los brazos pero no tienen conciencia de la medida de cuánto quieren lo que quieren... Como mi nieta que se da golpes en el pecho desnudo diciendo que ella es Paula y luego levanta los brazos para decir que es más alta que la farola del Morro. Y todavía no sabe nada de altura física!.

A la larga un día nos sorprenden con la sabiduría popular aquella de que los hombres aman a las mujeres que desean mientras que las mujeres desean a los hombres que aman y si le hacemos caso entonces nuestro deseo prima sobre nuestro amor cosa que no entiendo tampoco muy bien. La prueba del cariño está sencillamente en la distancia ("Contigo en la distancia, amada mía, estoy...) como dice Portillo de la Luz. Es solo un segundo cuando uno se encuentra solo en algún lugar y siente que sin la pareja está condenado a ser como la nada de Hegel (mira cómo apareció la nadita que ya teníamos olvidada)...

Pero si los japoneses tocan una campana en el monte Fuji, otros regalan bombones para esperar lo mismo un mes más tarde, se envían toneladas de azúcares convertidas en caramelos de un continente a otro, tarjetas, correos, vídeos, anuncios, señales de humo, se tiran piedrecitas como los españoles, hay una arrulladera masiva, se hace el amor, la gente se abraza, se pellizca, se escribe cartas, se saluda y sin embargo lo que más desea todo el mundo es besar a alguien o que lo besen a uno y le trasmitan con el ósculo millones de virus, bacterias o le ensaliven el cristal de los espejuelos... pero con un cariño propio de los perfumes Nivea que nadie sabe ciencia cierta para qué sirven...

Se ha querido reducir el día a la pareja, pero (mientras lo mantengamos), lo mejor sería ampliarlo a todo el mundo: plantas, animales, personas, cosas... Decirle a un perro que pasa por delante: "Adios amor mío: cuánto te amo". O besar el pétalo de una rosa... de una "rosa de Francia cuya suave fragancia, una tarde de mayo... taotao". No estaría mal agarrar la primera piedra que se nos tropiece en el camino y tratar de estrujarla en un abrazo potente, colmarla de cariño, de caricias, de caraspálidas para que la piedra sienta que se están acordando de ella algún día al menos... O besarle la boca a un pescado, a un delfín vivo en un acuario cualquiera. O a cualquiera que pase no importa el sexo, tomarlo por los hombros y decirle: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo yo, fulano de tal, te amo"... O una declaratoria a la mujer ideal amada que nos pase ese día por la esquina espetarle a todo grito para que todos el mundo nos oiga, decirle a viva voz, delante del barrio: "Señora, es el crepúsculo ahora todas mis rosas las estará secando no sé qué desaliento... Yo seré cualquier cosa pero te quiero... apurrúñame mi vida antes que sea demasiado tarde".

Menos mal que no tenemos la costumbre de encontrarnos y frotarnos las narices, o sacarnos la lengua como hacen otros, porque si no seríamos el pueblo que más muecas hace en el mundo y el que menos flores regala. He dicho todo eso (y que "me perdonen por este día los muertos de mi felicidad") porque hoy precisamente me ha parecido percibir que la gente estaba más risueña que otras veces. Al menos así me lo imaginé cuando fui a llevar los papeles a la Embajada para la Visum. Sin conocernos nos saludamos en la pura acera de la verdad aclarándonos cómo llenar aquellas planillas. Nos reímos a caras destempladas cuando nos dijeron que lo que debíamos pagar (45 pesos convertibles) se había aumentado a 75... Que no se sabía si en Consultoría habían subido los precios... Que el pasaporte, el seguro, el papel económico amarillo había que traerlo fotocopiado así como la carta de invitación, la planilla de prórroga con su foto puesta y que las fotos de las planillas de solicitud debían ser nuevas, actuales y no del Siglo XX como un coterráneo que trajo fotos de cuando estaba en secundaria... Que no aceptaban menudo sino billetes en el pago y que no podían dar respuesta inmediata al SI o al NO sino después 5 días hábiles.

Inusitadamente lo aceptamos todo con un resorte de positividad propia de los yogas, los brahamanes, las artes marciales asiáticas, el optimismo sajón y lo mejor del calendario maya y solo salimos del asombro cuando alguien dijo que era "El Día del Amor" y nos caímos todos a besos y abrazos, custodios y ujieres, policías de tránsito y jineteras, funcionarios y choferes, jubilados y cuadros en activo, negros, blancos, extranjeros y mestizos, cubanos y turistas de fuera, en una amalgama propia no de diplomáticos sino de borrachos de esquina, de tocadores de tango, de bailadores de guaguancó, de pescadores de orilla, conscientes de que ni eso iba a influir en que nos dieran el papelito pegado en el pasaporte autorizándonos a entrar en aquel país europeo, pero que al menos nos iba a sacar de la mala racha que teníamos desde que marcamos el último en la cola. Una frase lapidaria dijo una de las presentes que por cierto vendía al mismo tiempo unos bizcochos a 2 pesos cubanos que eran un encanto: "Ni cojones señores, que nadie va a ser capaz de ponernos bravos... estiren la cadena hasta que venga el mantecao"...

Y así nos regresamos a casa todos, sin visa pero contentos, jodidos de cuerpo y alma pero llenos de amor que se nos salía por los poros con un olor cómplice de bizcochos caseros, elucubrando historias mentales amorosamente amorosas, pensando en convertirnos en jineteras para que nos dieran entrada pronto o en alemanes de pura cepa para no salir más nunca de Alemania y venir tal vez de vacaciones a este archipiélago algún día, imaginando que pudiera suceder que fuéramos embajadores extraordinarios y plenipotenciarios en nuestra propia casa y que sin visas y sin dinero un día nos diera por hacer cuentos en un portal de barrio rodeado de hembras desnudas menores de 2 años y varones sin pudor recién nacidos que nos escucharan el cuento de que cien años atrás pedían un librito llamado pasaporte para trasladarse un día del amor de un país a otro, con lo cómodo y rápido que es imaginarlo todo, viajar a toda la velocidad que dan los pensamientos y enredarnos a gatear con los nietos vestidos con un gorrito de payaso, una nariz de actos de circo y un bandoneón desafinado que sirva para cantar un tango argentino que lleve el título de "Volver...".

Nada, que San Valentín debía levantarse todos los días temprano y acompañarnos a que lo bombardeen de malas palabras y azuquita de bizcocho para ver si se atreve a quedarse quieto un 14 de Febrero...

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