domingo, 25 de noviembre de 2007

La envidia

(También del 16 de noviembre del 2006)

Otro pecado femenino viene detrás de la lujuria: la envidia. Es sin embargo un disgusto o un pesar del bien ajeno. La doncella se ha convertido en mancebo, el viejo vicio de las almas viles, la rivalidad, el aborrecimiento, los celos, la competencia del deseo, sentir envidia de ser como eres, querer ser como tú no por tu ejemplo.

Lo envidiable sin embargo es diferente porque es digno como los que han muerto en defensa de una causa: "Ante ustedes no siento pena, sino envidia" dijo aquel poeta frente a la tumba de los mártires de guerra. Que no es lo mismo a envidiar la riqueza de otros, la opulencia de aquellos, apetecerla, ambicionarlas, desearlas en exceso. Vista pues suscintamente la envidia conduce a la infelicidad. Y se corona ella misma en el envilecimiento, que no es otra cosa que bajeza, que no enaltece sino humilla al hombre.

Hasta ahora nos han rozado la piel el orgullo y la avaricia, el primero se nos creaba dentro de nosotros mismos, el segundo intentaba inyectar desde fuera la moneda. La lujuria se nos presentaba como placer pero no lo era, como apariencia engañosa nos confundía de camino y ocultaba el amor. Pero la envidia nos corroe tanto por fuera como por dentro. Ataca el virus de la envidia el intento humano de donar algo. El envidioso está imposibilitado de la donación porque aspira a tener el bien de otro. Es infinita la lista de lo que se envidia... se envidia lo que no tenemos. La virtud ejemplar que no se tiene se puede cultivar pero no envidiar. Los celos son propios de las especies inferiores al hombre, son instintivos, corroen, anquilosan el espíritu... La opulencia se envidia por el miserable de espíritu... Envidiar la capacidad de mentir.

Arribismo, sociolismo, nepotismo, envidiar al ladrón o al inmoral. Se han perdido (no definitivamente) valores que antes de hoy existían. Otros sentimientos se han escapado o escondido. Pero tenemos envidiosos que no hacen nada más que envidiar al prójimo. Desear la mujer del otro. Ser como el otro y no como uno mismo. La envidia se padece... Es un estado emocional peligroso y culposo. Quién ha cantado alguna vez a la envidia? El que envidia no ama... sino sufre. Es un estado también de inconformidad consigo mismo. Es la incertidumbre y la inseguridad de no ser nada que valga porque aspiras a ser lo que otro vale.

Ostentación y estravagancia en el vestir, aquel peinado tipo brocha de pintar, escoba para barrer los quisiera tener!, aquellas joyas madre mía! quién las tuviera entre las manos!, quién las portara y mostrara en el comportamiento de los Reyes y Reinas (la olla reina que no han dado todavía, quién la tuviera!), lo envidio todo lo que no sea yo... son envidias malsanas de esas malas como las putas de barrio malo. Pero hay envidias no envidiosas, deseos y quereres como mentiras piadosas que no son pecaminosas sino enviditas sabrosas como el calvo con el cabello de otro (envidia capilar), el inválido con el deportista (ortopédica), el hombre que quiere parir (ginecológica), el sordo con el que oye (auditiva), el gordo con el flaco (obesidad), el flaco con el gordo (masiva) y el sinsonte con el tomeguín (musical)...

La jicotea tiene en el carapacho un tablero de ajedrez, según Esopo (el fabulista) porque quiso volar como el áquila y esta le dijo que no podía y la jico que sí... hasta que levantó el vuelo con ella la soltó en el aire y el pobre quelonio dio contra la tierra y se hizo esas heridas (una envidia aérea). Pero de todas las envidias bonitas no pecaminosas está la de ser niño: uno quisiera de nuevo regresar y caerle detrás a las lagartijas que se esconden entre la hierba del jardín. A veces lo hacemos, lanzamos una pelota a un perro para que la traiga de regreso, comer maní caliente salido del cucurucho, montar a caballo "sin bridas y sin estribos", empinar papalotes, jugar a las bolas, gritar en la puerta de un almacén: "Cornelio, te llaman por teléfono!" y tantas travesuras más pero no podemos... pecar de esa manera.

Si lo hacemos van a decir que estamos redondamente locos y no nos molestaría que lo dijeran porque realmente lo estamos. Por eso mismo siempre queremos convertirnos en sanos pecadores, regresar a nuestra edad de oro y lo podemos hacer a cada rato, pero para eso necesitamos sacar a pasear a los nietos... Esos duendes de seda! Y el que no los tenga que se los imagine... Que vengan a buscarnos los enanitos, los nuestros y los de otros, que nos arrastren y nos saquen a la calle, que nos pregunten cómo se ensarta una carnada con un anzuelo y sin que se dén cuenta los estamos envidiando, una envidia riquísima como helados unidos de la Word que luchan contra la unión sorbética. Debíamos quedarnos rezando toda la noche para que al otro día apareciera el globo de Matías Pérez, una aurora boreal, un elefante en la cuadra, un monito escapado del zoológico pidiendo pan en la ventana, un unicornio, una boa de papel, un flamenco rosado volando bajito, un trompo con música, un sombrero de mago, una burbuja de jabón... Ah!... Qué pecados!

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