miércoles, 27 de agosto de 2008

Carteros

Son un invento genuino del Siglo XIX, un oficio que apareció en medio de las guerras y los amores. Los primeros carteros a domicilio fueron poetas frustrados que llevaban las cartas de los enamorados escritas por ellos mismos hasta los remitentes porque los verdaderos amores tenían la pena guardada de no hacerlo, sentían que las amadas les iban a contestar que no lo hicieran o las familias se iban a poner en contra de las relaciones.

Entonces ellos, los amantes, confiaron en los poetas en los que nadie creía, aquellos mismos que fueron tildados de locos irremediables, los de melena complicada, mirada vaga y andar indeciso, por ello les rogaron que escribieran las cartas que nunca pudieron hacer y las llevaran con cualquier pretexto escondidas debajo de las chaquetas de vestir para entregar con manos trémulas a las destinatarias, enlutadas por los requerimientos extremos o simplemente perseguidas por el prurito de familia, los complejos mecanismos de las prohibiciones o el enclaustramiento obligado en conventos o castillos.

Eran sobres de olores, dibujados por artistas de esquina, trabajados en letras de rasgos finos hermosos, una letra practicada cientos de veces para no despertar la sospecha de los padres injustos aquellos que vivían pensando en que los amantes les iban a robar a las hijas y las iban a engañar definitivamente. Se pegaban con laca y se acuñaban como si fueran edictos reales, órdenes militares, secretos de estado o convenios secretos para hacer la guerra o la paz, pero en el fondo el papel único al abrirse solo traía un mensaje que se podía entender por cualquier enamorado: "Te amo".

No solo se utilizaba al cartero para transportar papelería personal de enamorados sino también para entregar cualquier tipo de comunicación, como avisos de cobros, citaciones judiciales, telegramas noticiosos, órdenes de desalojos, convocatoria a eventos, declaratoria de impuestos o documentos diversos. El ciclón de cartas dormía en las oficinas de correos públicos y era seleccionada por manos hábiles para repartir según las direcciones a quienes iba dirigida. El en siglo XIX no se perdía una sola carta. El que entregaba era el hombre más honesto del pueblo, aquel que sabía el valor de cada letra y que dominaba en el tablero de ajedrez de las direcciones todo nombre, apodo, lugar, número de casa o apartamento o simplemente negocio, venduta, casa de crédito, banco, farmacia, tienda de ropa, consulta médica o piquera de taxi. Era un especialista al que la gente agradecía la entrega y estimulaba como si fuera un médico, un abogado o un comerciante.

Pero un siglo más tarde el oficio fue cayendo en el descrédito... se le llegó a considerar el trabajo más indecoroso del mundo y los carteros hicieron de las suyas vaciando cuanta carta cayera en sus mochilas de cuero en el primer tanque de basura que se tropezaban. Por esas mismas razones, el nivel de ansiedad acumulada en remitentes y destinatarios subió increíblemente en la segunda mitad del siglo hasta convertirse no solo en un problema sino en un asunto sin solución. La correspondencia fue abierta, escrutada, rota y robada, fueron leídas y sabidas las confesiones y cuentas a cobrar o pagar, fueron conocidas las confesiones de personas de cualquier edad, fueron violadas las cartas, los paquetes, los regalos, los envíos, las tarjetas postales, las invitaciones para bodas, los avisos de cobro, los telegramas y mensajes hasta que todos protestaron de manera tan violenta que se incendiaron los almacenes que acumulaban la correspondencia y los carteros se vieron en la única ocasión de explicar lo ocurrido: no tenían los uniformes ni el silbato apropiado.

Los gobiernos vistieron y calzaron a mensajeros y carteros, los uniformaron con aquellos trajes grises y gorras especiales, les pusieron silbatos apropiados, mochilas de cueros lo suficientemente voluminosas para entregar no solo correspondencia sino también periódicos y revistas, les proporcionaron listas completas de direcciones particulares y oficinas y el servicio mejoró en algo, pero se siguieron perdiendo los envíos monetarios, los libros agotados, las tarjetas especiales y ya no hubo otra cosa que hacer que esperar...

Yo fui uno de aquellos carteros honestos y eficientes no solo en mi labor dentro de una ciudad increíblemente grande para recorrerla en bicicleta y lo suficientemente pequeña para conocerla a pie, sino también cartero de organismo subiendo y bajando escaleras, recogiendo y entregando envíos sin abrir nunca un sobre para saber qué rayos decía que se pudiera conocer. Un cartero sin silbato pero con la habilidad en las manos, como si estuviera repartiendo cartas de póker sobre tapete verde en cualquier casino de juego de cualquier hotel para turistas. Un oficio maravilloso en el que poco a poco la misma carta te iba graduando cuando llegaba a su destino. Y cuando no llegaba siempre era ocasión para un intercambio de palabras: "Sí señora, si me llega la voy a tener en cuenta".

Pero ese orgullo desapareció como remolino de tormenta en tiempo de ciclones... Las cartas fueron poco a poco sustituidas por correos electrónicos, la paquetería por envíos personales y hoy un cartero es un entregador de periódicos, tarjetas de felicitación y cuentas de teléfonos. La gente huye cuando ve al cartero, porque piensa que algo le va a robar. Y en los puestos de correos hasta los giros en dinero para pueblos del interior ya uno no los envía so pena de que no lleguen aunque esas oficinas dicen que están trabajando para rescatar algo que nunca han tenido: la eficiencia. Lo mejor que uno hace en estos casos es hacerse amigo de un cartero cumplidor, estimularlo como se merece para que siempre lo tenga en cuenta y comprarle a sobreprecio el periódico del día para con eso embullarlo a que le traiga la cuenta de la electricidad, la del teléfono y la del agua. Y que no le dé mucha conversación sobre las noticias o sobre los enfermos porque con todas las dificultades que tiene hoy la cartería y encima de eso que se ponga uno a oir lamentos, no es lo más conveniente... Es otra de las cosas que no tiene solución.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero un siglo más tarde llegó una plaga que acabó y aún acaba con toda esperanza.
Si en Desarraigos, que anda por Barcelona disfrutando unas merecidas vacaciones, recordaba una canción sobre esa ciudad, ahora, en A empujar al almendrón, con este post sobre los carteros me viene a la memoria algo que yo cantaba en kindergarten (poco después del descubrimiento de América) y que decía: "Yo soy el carterito, de la demarcación, que lleva las valijas con más arte y primor. Camino todo el día llevando a cada hogar, periódicos y cartas, paquetes y algo más".
Lástima que ya no exista ese carterito.
Un saludo respetuoso desde donde el servicio postal es una de las cosas que mejor funcionan.

PapasxMalangas dijo...

Agua pasa por mi blog que el este tiene un premio :)
Saludos desde Madrid

Jobove - Reus dijo...

un gusto saludarle y mandarle mis mejores deseos

una fuerte abrazada desde Reus Catalunya

Aguaya dijo...

Saludos a todos y muchas gracias por los comentarios, que ya le paso a mi viejo.
PxM, gracias también por el premio, al que le seguí la rima en mi blog Desarraigos...

AB