viernes, 18 de julio de 2008

Rockcongrí

En estos días tenemos explosión de rock por todos lados. Las catorce provincias y el municipio especial se han puesto de acuerdo y todos de una manera u otra están haciendo algo al respecto sin haberse convocado festival alguno, ni evento teórico acompañante ni convocatoria especial internacional. Mi hijo se ha involucrado de manera tal en un grupo de esa música y ritmo que ya está pensando más en terminos de conciertos que en cosas de su trabajo y eso está bien, mientras no renuncie al salario que le pagan y a la moto que tiene. Una moto aquí vale más que diez CD de cualquier cosa.

El asunto es bien serio porque no se trata de un rock and roll clásico a lo Elvis o desenfadado a lo Beatle sino un rock del patio con sabor a salsa (o a espeguettis italiano que es casi lo mismo), a melao de caña, un rockson o mejor dicho congrírock porque con las limitaciones y diferencias que tenemos con las comidas extranjeras nuestra urdimbre nacional se interpenetra tanto de nuestra propia mezcla que se nos sale la cubanía por cualquier lado cuando ensayamos o actuamos en un idioma que no es el nuestro con un ritmo que tampoco lo es.

La clave de la dificultad es que desde hace 50 años la población cubana se ha desentendido tanto del Inglés como del Ruso como idiomas, todavía no sabe Francés, no quiere aprender Árabe, menos Chino o Hindú y aunque canta cosas como "La vida en rosa" o dice "Ailofyú" o se acuerda de Mao y tiene un barrio chino con verde dragón, taichí y taekuandó, no nos acabamos de entrenar en el sentimiento rockeano. Pero la idiosincracia (Cantinflas habla de "indiosincracia" porque decía que estaba hablando en indio...) del cubano es un poco repetitiva. Téngase en cuenta que la mayor influencia cultural foránea la tiene la pelota que fanatiza a millones de personas en el país y cuyo vocabulario es un 90% en Inglés (out, strike, home run, safe...) pronunciado en Espanglish (ao, estrái, jonrón, quieto...) pero a nadie se le ocurre decir que alguien "custodia el jardín central" sino que tal fulano "está en el "centerfil"...). La palabra que más se usa en el lenguaje cultural de la pelota es "out" y la jugada más preciada el "jonrón"...

Si esta transculturación lingüística ocurriera en la música el rock tendría no solo más adeptos sino muchas más personas que entendieran lo que dicen las canciones. Eso nos sucedió hace 60 años cuando Presley se despedía de alguien diciéndole que "lo vería más tarde, cocodrilo" en el inglés chapurreado de un blanco que cantaba y se movía en la escena como un negro. Como nuestra población es un resultado de un mestizaje casi divino aquí el que no tiene de congo tiene de carabalí y aunque no siempre nos conocemos por el grosor de los labios o lo encrespado del pelo nuestro lenguaje sigue siendo hostil al lenguaje foráneo. Tanto que no nos entra el rock ni el vals, ni la jota ni la cueca... Hemos tratado pero no.

Así sucede también con los nombres... Hay un grupo de "hiphop" que se nombra "Free Holes Negros" y otro parecido pero no de hip "Aceituna sin hueso"... "Los Makumba", "Orishas", "Tate Tranquilo" y otros muchos pero ninguno como "Escarabajo" o "DHL 08". Hace algún tiempo le pusieron por nombre a un grupo "5 U 4" por la marca de un bombillo incandescente... Las cosas están actualmente tan enredadas y hay tanta diversidad de estilos, músicas, ritmos, participantes, cantautores (nunca me ha gustado esa palabrita, tengo que confesarlo), nombres e intérpretes que cuando un grupo nuevo no evaluado sale a escena y se presenta sin nombre la gente dice a toda voz: "Los pelaos". Porque tienen un cerquillo tipo servicio militar general y hasta se parecen por la forma facial de sus quijadas y la mirada inquieta que poseen. Aunque no tengan voz estridente todavía típica del rock, ni sepan que en las tablas los "roqueros" se mueven de determinada manera, estos muchachos arrastran sus instrumentos de tal forma que todo el mundo sabe que lo hacen por primera vez. Para que el grupo pegue y triunfe tiene que tener tres cosas: batería afinada, guitarras eléctricas estridentes y canciones propias fáciles de aprender en español...

Por mucho que ensayen "Lucy in the sky with diamonds" o "Jude..." el auditorio de tembas que asisten a estos conciertos no entiende ni papa, oyen pero siguen pensando en sones, danzones, boleros y canciones con las cuales se enamoraron alguna vez y en las que el estribillo los puso no solo a cantar repetitivamente sino a bailar de una manera a lo cubano: con sal, grasa de cerdo y orégano de mata.

A mí no me crean pero no le veo mucho futuro al rock si no cambiamos las condiciones materiales y espirituales de existencia de estos grupos. Continuarán las películas de habla inglesa subtituladas tanto en los cines como en la tv conquistando teleastas semanales, seguiremos diciendo las frases idiomáticas que sirven de etiqueta para cualquier saludo o conversación breve ("How are you?", "O.K.", "See you" y otras muchas) pero en el fondo la gente sigue "asereando" su diálogo y su música. Estos "escapaos", "volqueteaos", "mortales" o "estelares" hay que decirlos en español del patio... Al que se le ocurra un "vale" como lo dicen los españoles, un "demonios" o "diablos" como lo pronuncian en las novelas brasileñas y no suelte un "ñó" en el mejor de los casos, no tiene vía libre en un teatro más o menos lleno...

Lo otro que no encaja bien son las contorsiones roqueras, con esa música ronca y alta, los intérpretes parecen picados por una avispa rara o por un perro rabioso o inyectados contra el dengue hemorrágico o la vacuna contra la gripe aviar. Ellos
saltan y menean sus melenas hirsutas (los que las tienen) y parece que muerden el aire o le caen a dentelladas a un melón inexistente. Al menos los bailadores de reguettón se lanzan al suelo como nadadores en piscinas olímpicas pero los del rock se retuercen sin soltar la guitarra, no tienen ni un güiro a mano para liberar la energía corporal y la emprenden con el tablado del escenario con tal rudeza que un resbalón mal dado pudiera traerles problemas ortopédicos de por vida.

El asunto es que durante mucho tiempo estuvimos acosados pensando que la epidemia venía de allá bien lejos sin las cosas lindas o buenas también. En el fondo (Einstein era muy conservador y pensaba que el tal "fondo" no existía realmente sino el espacio y el tiempo infinitos, pero ese es otro tema...) arrastramos una costumbre ancestral que no nos podemos quitar de encima: eso que llaman angustia feliz generacional. Aunque nos llama siempre y nos despierta o cautiva el buen combinar de los sonidos y el tiempo cuando la ponemos en rock y comenzamos a pronunciarla en su idioma original entonces nos pasa como a Genaro cuando lo tumbó la mula... ¡Se acabó!

(Continuar leyendo...)

martes, 15 de julio de 2008

Las colas de la UTEHA

Tengo un amigo que ya está viejito y a cada rato llevo al hospital, al banco, a pasear un rato por ahí y que era el gerente general de la Editorial "González Porto", una firma de libros que funcionaba en la calle Obispo en la Habana Vieja y que respondía a la UTEHA (Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana), nombrecito que Carlos Ruiz de la Tejera utiliza mucho en sus trabalenguas actuantes en público.

Don Fermín es un diccionario ambulante todavía y cualquier cosa que uno le pregunte ahí lo tienen explicando siempre con lujo de detalles. Pero el asunto es que cuando hay que hacer la gestión de que se trate la gente se arremolina una detrás de la otra para cualquier cosa en las ya tradicionales colas que se hacen y Fermín deja su papel a otros que se convierten no ya en un diccionario sino en toda una biblioteca viva. La erudición de estas colas no tiene precio, son colas parlantes, escuelas de oratoria comunitaria, de teatro espontáneo vivo a lo griego antiguo. Y el lenguaje depurado que allí se escucha se parece mucho al mosaico de colores y mezclas de que estamos formados los cubanos.

En una cola de quién es el último (yo, que voy detrás del que tiene la gorra verde que está rotando y va detrás de la muchacha del "espeldrúm" que va detrás de un mulato que fue a comprar plátanos al puesto que va detrás de un jubilado que está sentado con bastón allí y que va detrás de...) se puede llegar a la conclusión de que es un espectáculo de cultura comunitaria sólida, horizontal y vertical, erudita, idiomática, costumbrista, científica y rara, probablemente única en el mundo.

En una cola te puedes enterar de la última noticia publicada en la prensa del día, de lo que están distribuyendo por la libreta de abastecimientos en la bodega de la esquina, de las bondades de las habichuelas, de lo que recomiendan los médicos para una dieta sana, de si está abierto el local del médico de la familia, de si funciona la notaría del barrio, de la frecuencia de una guagua, de quién alquila el carro, de si hay pintura blanca en la shopping, de a cómo está el cambio de usd por cuc, o de euro por cuc o de cuc por pc, de quién se divorció y quién se casó, de si están pagando o no a los jubilados, de si van a cambiar la libreta o no, de a quién nombraron como nuevo ministro, de a quién sacaron de tal cargo, de en qué consiste el diagnóstico de cáncer en el colon, de cuál es el último autor de la última novela policíaca...

El asunto es que la cola está formada por especialidades, el abanico de profesiones es el mismo que el de la plantilla laboral nacional: artesanos por cuenta propia, profesionales, obreros, campesinos, estudiantes, inmigrantes y emigrantes, hombres y mujeres, viejos y niños, militares de profesión y amas de casa, la diversidad de colores de piel y de habitantes de municipios, provincias y poblados, esa gama que se organiza cuando la persona que oferta el servicio dice: "A ver, señores organícense que voy a dar los turnos". Y como tal serpiente viva humana allí la gente habla y pregunta, se comunica y "descarga", se lamenta y enamora, sufre y goza, respira y se ahoga, transpira y se ventila, conversa de lo que sabe y oye lo que le interesa. Menos los curas y las monjas en una cola hay de todo: vendedores ambulantes locuaces y gente seria muda y mujeres con el niño en los brazos que dan la impresión de que nacieron allí.

Ese invento genuino que se nos hace insoportable en ocasiones sirve solo para una cosa importante: resolver o no una gestión y de paso ganar gratuitamente la información que no consigues en ningún otro lugar. Si pasas por la cola y no preguntas no te vas a enterar de qué sucede. Probablemente estén sacando "mosquiteros para cunas" y alguna abuelita medio sorda entienda "Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas" o si es en un palacio de matrimonios y se casan de uniforme y aplaudiendo y la gente pide a gritos que se besen, la misma viejita diga a su vez "Patria o Muerte" creyendo que se trata de un acto político-cultural.

Esas concentraciones humanas frente a un local cualquiera (una oficina, una bodega, un consultorio, un cementerio...) ya son tradicionales. Causan el malestar mental de la lástima acumulada o de la distribución de algo que no alcanza entre todos o del servicio deficiente y duran, se mueven con la lentitud de los procesos. Cuando alguien va a algún lugar y se lo encuentra vacío y la muchacha le pregunta: "¿Y Ud. qué desea?" y Ud. le confiesa que lo que quiere es comprar palitroques y ella va adentro y le trae su paquete, sin cola, sin nadie delante o detrás, Ud. sale con sus pali en la mano, en su jabita y ese día es la persona más feliz del mundo... ¡Mira qué cosa!

Molestia y alegría porque cuando alguien hace una cola aquí entra con una necesidad a ella y subido en esa misma carencia se va con una jaba rellena de cultura, como si hubiera leído un grande y voluminoso libro de aquellos que vendían en Obispo y que provenían de la UTEHA, entra y sale que deja un balance trágico: la persona no sabe ciencia cierta si en la cola se ha graduado de algo o le asalta la duda de que ha dejado allí un granito de su experiencia acumulada.

Puedo dar fe de que las colas fuera de aquí son mudas, la gente mira y calla, hace su gestión y se retira, pero estas del patio son un verdadero gallinero guajiro, las colas del aboroto que lo único que exigen es que se respete el turno. Pero si la mudez se posa en la cola siempre hay alguien que dice a toda voz: "¡¡Digan algo caballeros, coño, que esta cola muda no hay quien se la espante!!"

(Continuar leyendo...)

sábado, 5 de julio de 2008

Telémaco

Fue el hijo de Ulises y Penélope, que llevó siempre encima la dicha y el bochorno de la primogenitura, el del pelo hirsuto y acaracolado, un griego de estirpe hijo de rey y reina, ptoloméico y grasiento, insular como su padre, efebo como Patroclo (primo de Aquiles y su amante hermoso), griego al fin padeciendo de amigdalitis, comedor de papasgrigoraquis, bailador de salsiliquis, musicante, odiséico, ilíaco como los anos en operaciones de colon, ese fundador de las tele comunicaciones, de los noticieros de tele visión.

Niño púber joven que estudiaba filosofía con una libretica metida en el bolsillo trasero del short que usaba, el mismo que vistió y calzó aquellos popis de regalo, el que se puso las donaciones de los viajeros que lo veían metido en sus conciertos de ábaco, estudiando teoría, solfeo y música de cámara a lo romeu, Telémaco el Príncipe primo hermano del Príncipe de Asturias (hijo de la reina griega española con el rey de turno) y que viajaban a la Magna Grecia para reunirse con los Aristóteles Sócratis Onassis y las María Callas y que ahora estaban allí todos mirando a Telémaco y diciendo: "¡¿Quién se encargará de domarlo ahora que Ulises se ha ido palcarajo en una lancha, casi una batea, remando hacia el norte brutal que nos desprecia?! ¡¿Quién le impondrá el castigo de quitarse de la oreja ese arete colgante y ese colmillo dorado que le reluce dentro de la boca"?!

Telémaco ("el que ha crecido solo"), aquel mismo que pronunció ante el oráculo las palabras mágicas que le acompañarían durante toda su vida: "Tata, papa, mama, caca" y que el adivino interpretó que una musa (Tata) le dijo: "Tu padre y mierda es lo mismo, según tu madre". Y que Telémaco creyó cuando la vió salir con aquel negro de viaje a Jibacoa luego que su progenitor regresó de sus fechorías por el viejo mundo y vino con el cuento de que los de la aduana le habían quitado el dinero y los regalos para la familia. Su padre, el tunero, que estaba buscando un almendrón barato para irse por carretera a buscar centenes.

Él, que asumió la jefatura de la casa en ausencia del padre, convirtiéndose en un tribuno de esclavos, metecos y ciudadanos, intentando cambiar la moneda, acabar con la corrupción, la ineficiencia productiva, los altos precios de los productos agrícolas, las programaciones televisivas faltas de calidad, las novelas mal actuadas, la violencia familiar, el lenguaje incomprensible de muchachos callejeros, los merolicos clandestinos, el trabajo por la izquierda, las asambleas aburridas, los exámenes comprados, los profesores superficiales. Aquel que un día quiso reestructurar el gobierno, proponer que se aceptara la doble nacionalidad, que se eliminara la libreta de abastecimiento, que se congelaran los calamares de la carnicería, que dejaran de manipular los panes, que no robaran en las tiendas ni en las bombas de gasolina, Telémaco el incorruptible, el ejemplar, el promiscuo, el que contrajo sida por no hacer caso a las recomendaciones de su propia madre que le dijo: "Usa condón Telemacón".

Total, ¿qué otra cosa iba a hacer para llamar la atención del padre que ni le rascó la cabellera enroscada cuando lo vió en la sala de su propia casa el día del regreso? ¿Cómo iba a comportarse él que no fumaba, no ingería bebidas alcohólicas, ni tomaba café, practicamente ni desayunaba soportando las calamidades de aquel período especial con su padre ausente combatiendo en los prostíbulos de Troya, fumando marihuana entre putas y bastardos mientras ellos aquí esperaban pacientemente que les otorgaran una visa que nunca vino por aquella supuesta teoría de darle calor a la olla para que aumentara la presión y explotara como siquitraque? Telémaco el premiado con la medalla del aguante, del autodidactismo moral, del sacrificio comunitario, despreciado y perseguido por sus inclinaciones homosexuales, su amaneramiento intelectual y su larga melena de roquero noctámbulo maleconero, ¿qué otra cosa habría podido hacer que no fuera militar en el equipo de la promiscuidad consuetudinaria? "A ver, díganme qué otra cosa podemos hacer" repetía a sus congéneres y compañeros de aventura a quienes les había pasado lo mismo...

"Y encima de toda esa desgracia su madre sacrificada, austera y casi señorita ahora bañándose desnuda con un negro en Jibacoa, díganme señores, ¿qué otro destino tengo como príncipe que no sea el de seguir vagando por las noches tocando esta guitarra desafinada mientras espero que me lleven para Los Cocos allá por el camino que conduce al leprosorio del Rincón? Y mientras pasa el tiempo ¿qué otro remedio mejor que no sea el de asistir al monólogo de Llauradó en esa oscura y calurosa sala de teatro para descubrir por qué Ulises vino y se fue, Penélope acabó desmenuzada como el picadillo de soya y este pecador desorientó su rumbo y ahora no quiere ni que le hablen ni de barquitos, ni de chalanas, de buques y de submarinos para ir a navegar por el ancho mar? ¿Yo aquí esperando a que descubran la vacuna salvadora? ¡Qué Odisea ni qué carajos, Odisea es esta, el maremágnum es este tifón que se nos viene encima en la mismísima familia real, vengan a verlo!"

(Continuar leyendo...)

viernes, 4 de julio de 2008

Penélope

Estábamos hablando del esposo hace unos minutos, el que se fue y volvió de sus viajes por el mundo a reconquistar tres cosas: Su mujer, su trono y su ínsula, esa misma porción de uno mismo que no se le separa nunca y que tiene una esencia sin peso y sin espacio, una idea vagando en la cabeza de cualquiera que no significa otra que irse o regresar.

Ahora vamos a hablar de la esposa, la amada fiel, la trasquiladora, esa obrera amorosa tejedora hilandera, ansiosa de placer y de marido, única y diversa, madre ejemplar, solitaria en el andén con sus zapatos de charol, aquella mirada vaga buscando en el horizonte la cabellera del león marino que después de diez largos y azarosos años, vencedor de una guerra, inventor de un caballo gigante de madera, héroe supremo, aquel que podía tensar el arco divino, desafiar a los Dioses mismos, lleno de virtud ante la invitación del pecado, que blandía su daga y su maza, su espada y su tridente le traería al regreso solo una cosa de regalo: el beso de bienvenida y las flores para su cabello.

El nostálgico Ulises, el semidiós al que habría que convencer sin hacerle el amor sino arrullándolo como a un pequeño del significado de la nostalgia, reconociéndolo tras su barba copiosa, oliéndole el cuerpo salitroso, las manos de callos y heridas, su dentadura de viajero, aquel torrente de voz que sirviera para detener al Cíclope, ahuyentar a las sirenas, permanecer incólumne ante el pecado de Calipso, el marinero y conquistador, el cabalgante vencedor, el epónimo rey de Itaca, el isleño que soñaba despierto encima de su hamaca de oro y contaba las filas infinitas de estrellas en horas de siesta, aquel que le dijo el día sagrado: "Penélope, amor mío, ¿vámonos hasta Nueva Paz a comer camarones?". Y ella le dijo a cambio: "Sí, caballero de Pogolotti, contigo pan y cebolla". Y se dejó arrastrar por entre el zarzal de aromas florecidas, el marabusal relleno de calabazas maduras hasta el río portentoso de Itaca cuyas aguas bautizaban el Mar Egeo, el Prometeo, el Imeneo, el Ptolomeo, el Orimeo, el Pataleo y allí mismo hicieron el amor encima de una laja caliente y burbujeante mientras todas las ánimas del bosque cercano participaban del festín y un león salvaje dijo ante Zeus: "Lo están haciendo de verdad desnudos y sin dinero".

Penélope es de esos casos insólitos, de las que se quedó guardando el honor en una vasija de cristal mientras sufría el asedio de amigos y enemigos y el otro estaba ausente, un asedio de tirios y troyanos, de árabes musulmanes y blancos rubios franco italianos, ella púdica incapaz de saltar de alegría como la Reina Sofía ante el gol salvador de "El Niño Fernando" contra los teutones, euforia secreta como la de las monjas inmutables de los conventos, la antijinetera, la pulcra y virtuosa laborante Penélope, embarazada de aquel único hijo que era la copia exacta de su padre, menos la cabellera que heredó en ADN magistral de sus abuelos turcos, negreros del áfrica y chinos de ultratumba, la gran reina madame señora zarina santa Pene, Penelopita, que sirviera de inspiración a su heróico esposo cuando en sus momentos de lucidez entre combate y combate cantaba aquello que decía más o menos así: "Yo no quiero jamón, yo quiero gasolinaaaa, gasolinaaa, en tiempo y espacio de reguettón".

Ella allí sola, triste, amamantando a Telémaco, tejiendo y destejiendo, ensartando y mirando el horizonte, sin dormir, sin comer, sin ir al baño, la reina Pene más macho que su marido, aguantando como una leona con ganas de salir encuera por la primera puerta en invierno y decir a toda voz: "¡Vengan señores que tengo la crica caliente!". Pero no, ella era una lápida, un esqueleto momificado faraónicamente embalsamado y protegido porque sabía (ya se había leído la historia) que él volvería, regresaría ancianito viejito y pellejudito pero vendría al lar, para comerse una pierna suculenta de cordero de loma aderezado con especias exóticas, tajada a tajada como aguacates santa catalina de estación o rebanadas de plátanos maduros fritos y congrí mantecoso.

Y sin embargo, cuando el marido volvió nadie se acordaba de él, ni ella misma, él entró por la cocina con un hambre grandísima, oliendo a pescao frito y no trajo ni un perfumito mierdero de regalo, vino preguntando dónde se podía hacer una prótesis barata porque allá por Troya eso costaba mucho, ni le preguntó cuántos culeros desechables tuvo que resolver para que el muchacho no se meara encima del colchón del cuarto, ni le dijo un carajo de por qué no le escribió ni una sola ni jodida nota en un papel de envolver, ni le mandó ni un dinerito para ir tirando mientras ella tejía el vellocino y le pasó por el lado con un nerviosismo de viajante de colchones y le dijo a un tipo que estaba en la puerta: "Coño asere, búscame un botero que tengo que ir a Las Tunas mañana mismo a visitar a la vieja". Y a ella nada, no le dio ni uno de sus pellizcos en las nalgas, ni le quitó el bajichupa que llevaba puesto, ni la invitó a la catarata a bañarse con ella desnuda, ni le tocó el arpa, ni la espalda, ni las tetas y ella le dijo cuando él preguntó dónde se podían comprar cuatro laguers Bucanero: "Mira cojones sigue por ahí pallá y no regreses más nunca que yo me voy a echar ahora un negro de marido".

Y le dió por empezar a romper botijas, a darle candela a todo aquel carretel kilométrico de hilo, a botar la aguja de tejer, se quitó la ropa que llevaba puesta y se fue a bañar sin ropas a Jibacoa diciéndole a todo el que preguntaba si Ulises había regresado: "¿A ese lo llevo entre las piernas, ustedes no ven lo larga que tiene la melena?". Y así chirrín chirrán se acabó este combate, se hundió en el fango la nostalgia, se jodió el juego de damas, se acabó The End, Koniec, Fin de la historia. Y Penélope se quedó sin desodorante ni perfume pero bella y libre, con su negro a cuestas, ella rubia sin pudor y él asere sonriente y altivo, allí con aquella verga negra bailando guaguancó en la playa amarilla a pleno sol, en la arena caracoleada, mañana, tarde y noche, momento en que solo se le veía la dentadura blanca reluciente y se le oía aquella risa victoriosa de haberse llevado al agua una sirena blanca pudorosa pero caliente, de esas que sirven para salir de fiesta y parir jabaos como aquellos que nacen del cruce de negro con rusa... así mismo fue. ¡Yes... Da... Ya... Sí... Ouí!

(Continuar leyendo...)

jueves, 3 de julio de 2008

Ulises, el de Itaca

La gente sigue comentando que si Ulises viviera y se tuviera que enfrentar al cúmulo de problemas que hoy tenemos, ni con la ayuda de todos los Dioses podría salir victorioso de tales dilemas.

Ulises le hizo frente no solo a las tempestades (nosotros a los ciclones), al mar embravecido (aquí, los nortes que chocan contra el muro del malecón incluso con penetraciones poderosas que llegan hasta la calle 15 en El Vedado), los monstruos (aquí, los que empujan al subir al transporte o en las colas de cualquier cosa), la embestida de las sirenas (aquí, jineteras que en cualquier lugar te "tumban" cualquier cosa o te piden otra), el enfrentamiento ante Calipso (aquí, ante el baile reguettón al que te invita la mujer y tú no sabes lo que es, la salsa, el rock duro o simplemente la balada mal cantada), venciendo fuerzas físicas lestrigónicas (aquí, los días sin almuerzo laboral o sin comidas familiares), mágicas circenses (aquí, el juego frustrante de la bolita clandestina, las tapitas o los numeritos de chapa, aquí todo se apuesta, hasta la más mínima jugada en el estadio de pelota), su lucha ciclópea (aquí, ese batallar contra el aire montado en bicicleta loma arriba), en fin, tantas peripecias y aventuras, que Ulises exhausto regresaría al hogar ya viejo y cansado pero él siempre se encontraría a Penélope (otra Fermina Daza) mientras aquí cualquiera regresa sudoroso y agotado a la casa en la que falta el agua, el gas, la electricidad o las tres cosas a la vez y tropieza con una abuelita que no ha visto a sus nietos...

Y sin embargo, de todas las pruebas que sufre Ulises ninguna como a las que hemos sido sometidos en esta ínsula, sobre todo aquella de la nostalgia (el dolor=algie y el regreso=nostos), porque hay que decir que si el semidios regresó luego de la guerra de Troya de islote en islote hasta su Itaca, soportando las pruebas impuestas por Poseidón o por sus propios compañeros o por la misma casualidad, al fin lo encontramos en los brazos de la amada que no tuvo otro remedio que tejer y destejer aquel laberinto bordado mirando siempre al horizonte imaginando la proa de aquella embarcación y Ulises victorioso con sus brazos abiertos y su melena enyerbada de león marino, todo muy bien en La Odisea pero en esta parte del universo Ulises ha partido pero no ha regresado todavía.

¿Cuándo vendrá a exponer sus poros cutáneos debajo del sol abrasador del patio de su casa? ¿En qué volanta flotará por los aires para pedir que lo transporten nada más y nada menos que a un leprosorio campesino a ofrendar tres gladiolos a una virgen o a un santo? ¿Cuándo podremos verlo buceando en bajo mar buscando camarones, langostas, langostinos, nidos de jaibas amarillas, ostiones, caracolas, mangles de orilla para curar dolencias? ¿En qué taburete lo veremos sentar para contar lo que ha visto y hecho y oír el relato del por qué no hemos dejado de visitar a los muertos ni besar a los recién nacidos a quienes hemos puesto los nombres más disímiles y raros buscando tal vez la originalidad perdida del imán aúreo de los dioses terrícolas? ¿Cómo explicaremos a Ulises en su retorno próximo lejano qué significa una mano de Orula, a quién protege Olokkún, qué significa Yemayá, quién es Obbatalá, Elegguá, Changó, Oshún, qué le diremos cuando empiecen a tocar los tambores y una negra desnuda baile a su alrededor pidiendo una manzana y un ron? ¿Cuándo terminaremos de explicarle qué es el café con leche, el pan con mantequilla, aquel boniato hervido, el potaje de negros, el arroz desgranado, la ensalada de berenjenas, el tamal en cazuela, la carne de cerdo asada, la yuca con mojo para que él lo entienda y se embarre la cara de grasa o de merengue de cake casero, o de miel de dulce de guayabas con queso blanco original?

¿Cómo le vamos a explicar qué significa el dolor del algie o el regreso del nostos? ¿Cómo vamos a entender una palabra que no tiene explicación, un deseo reprimido como aquel de andar desnudo en nuestra propia casa sin que nos miren desde la casa de enfrente? ¿La nostalgia es querer regresar? ¿O quererse ir?

En fin, ¿cómo lo convenceremos una vez que regrese y lo abracemos, lo besemos, cómo decirle que la isla no tiene importancia, ni la familia, ni el poder, ni el amor, ni el dinero, ni la mujer que teje, que lo más importante ha sido el viaje, ese viaje de ida y vuelta pasando trabajos? ¿Cómo lograremos convencerlo de que el resultado ha sido que él, Ulises, ese mismo que nació en Guaracabulla es ahora el Hombre con mayúscula, a él que solo le importaba dormir en una hamaca y cuando se despertaba a mirar el firmamento para contar las estrellas a plena luz del día? ¿Qué le diremos, qué, que no existe el infinito sino un número 8 acostado que nos importa un bledo, que la luna no es queso, que los Reyes Magos fueron los culpables de haber comenzado ese vaivén de irnos de allá pa'cá y de aquí pa'llá? ¿Es el mar, la tierra, el aire o somos nosotros mismos, esa ínsula caminante a la que deben visitar los nostálgicos o nosotros viajar a visitar con nuestro fardo de nostalgia a aquellos que se fueron? ¿Cuándo nos volveremos a ver Ulisitos, Penelopitas y Penelopitos, Herculitos, Pipisitos Nostálgicos como aquel nombrecito de aquel circulito?

Ulises sin Apellido, tú que investaste el caballo de Troya, que te hiciste a la mar y venciste a las sirenas, le ganaste la batalla al Cíclope, tu eres un niño de tetas al lado de cualquiera de nosotros que no hemos sido capaces de vencer todavía la nostalgia, la lejanía, ese mar infinito que nos traga o nos hunde, que nos salva o nos cría.

Ulisón, tu deberías venir a soplar un grande viento que pusiera a navegar por el ancho mar este islote gigante con toda la gente que tenga dentro, un soplito de amor, y con tu poderosa musculatura ponernos encima de la mesa del festín con todos los millones de cubanos que pueblan este planeta alrededor y con esa voz estruendosa que siempre has tenido decir en público: "Coño, merecen una medallón de carne, carajos, por haber aguantado más que yo". Y luego ponerte a cantar aquello que dice así: "Barquito de papel, mi amigo fiel...".

(Continuar leyendo...)