sábado, 13 de diciembre de 2008

Rincón

El pueblito de Rincón (algunos dicen que se llama El Rincón, valga esa aclaración...) está a un cantío de gallo, un poco más allá de Santiago de Las Vegas, en las afueras de La Habana. Es algo inusitado y bucólico como todos los rincones de este país y sus habitantes no se diferencian de los del resto pero allí hay un ambiente que difícilmente se encuentre en otro pueblo de campo: un santuario y leprosorio al que acuden diariamente miles de peregrinos.

Allí nos fuimos con los tres gladiolos que se deben llevar con las flores hacia abajo y las tres velas para ponerlas en los depósitos donde cientos de personas lo hacen también a los pies de San Lázaro Apóstol, que es el santo que preside aquel lugar y junto con otros llena de ambiente respetuoso aquellos predios. El asunto es que la religión sincrética hace un símil entre este santo y el llamado Babalú Ayé del cual se dice tiene poderes especiales sobre todo para curar enfermedades, servir de soporte a las vírgenes en las que se cree y acompañar cada 17 de Diciembre las almas de los vivos que le tributan especial homenaje y pagan sus promesas.

Ellí estaban los presentes algunos de los cuales iban vestidos con tela de yute u otra muy sencilla y humilde, otros sin calzado alguno, muchos con las flores como banderas inclinadas (se dice que si se llevan las flores hacia arriba ellas recogen todas las fuerzas negativas del entorno) y las velas apagadas para encenderlas delante de las imágenes ante las cuales no pocos rezan, piden salud y suerte para familiares y amigos, o que esperan a que el sacerdote del santuario bendiga el agua que corre desde la cripta donde se encuentra la vírgen de Fátima, detrás de la iglesia. El asunto es que hoy 9 de Diciembre nos fuimos al Rincón para hacer la visita ya que desde el 15 en adelante y hasta el 18 de Diciembre difícilmente se pueda transitar por esa única calle, cientos de miles de creyentes o no caminan hacia el lugar y no pocos se arrastran o arrastran algún peso con sus cuerpos en señal de cumplimiento de alguna promesa.

Hoy estaba aquello relleno de gente, están pintando el lugar y arreglando el bacheo, no solo del acceso sino del parqueo interior, y nos dimos cuenta de que muchas casas modestas están ofreciendo algo que los ciclones no pudieron llevarse porque no pasaron por encima de este lugar: una enorme y variada cantidad de flores frescas que se ofertan a precios módicos a todos los que allí las solicitan. Y también imágenes, folletos con el horóscopo del año entrante, la letra de santeros que ya debe estar preparada para fines de año, los remedios, la historia del lugar y decenas de estampillas, medallitas y otros artículos como collares, telas, ropa e incluso zapatos que se venden en los alrededores. También existe una gama de ofertas comestibles (el suculento pan con lechón) y de bebidas como refrescos de frutas naturales las que también se venden en kioskos junto con verduras, viandas y otros vegetales.

Sorprende ver una malanga acabada de sacar de la tierra saludable y hecha, habichuelas gigantes sin atar, remolachas, tomates maduros y verdes, zanahorias y cebollas, ajos y carne de cerdo limpia y apetitosa. Algo se puede adquirir a precios módicos sin intermediarios porque muchos de los que ofertan esos productos los cultivan en el patio de su casa. Si no estuviera el pueblito tan lejos de la ciudad valdría la pena llegarse a cada rato por allí para adquirir tales productos y también para conversar algo con los habitantes, que son muy parecidos a los pinareños: saben sacarle a la tierra lo mejor y son conversadores, amables y entusiastas. Esto es algo a tener en cuenta porque en la urbe donde vivimos se ha desatado (o los ciclones han sacado a flote) una invasión de egoísmo rara que tiene su base en los mercados agropecuarios donde pululan los intermediarios, algunos especuladores y agiotistas y donde se palpa la pérdida de valores morales y de comportamientos éticos. En El Rincón nos pusimos a oler algo diferente. Allí la gente es amable, no agresiva, comunicativa, no ríspida, culta, no grosera, una cultura sin mucho nivel de instrucción, cultura viva que es lo que nos hace falta donde quiera que estemos. Ellos saben dar los buenos días, te desean salud y buen día, se ven solícitos, ingenuos y poderosamente humanos.

Menos mal, porque los negocios pequeños deben ir acompañados de esa amabilidad y no como sucede mucho aquí en Ciudad de La Habana que no solo hay mucho maltrato al cliente sino, como se ha dicho por algún periodista crítico, "una incultura del no trato": el empleado no te orienta sino te indica algo con el dedo y cuando te responde pasa algo así como lo que sucedió con aquel italiano que se quejó al dependiente del restaurante de que su pollo frito venía con "cañones" de alitas y el empleado le dijo: "¿Y qué usted quería, que tuviera escamas?". En Rincón no, de allí salimos con un buen mazo de zanahorias listas para que hiciéramos hoy mismo una ensalada con buenos y jugosos tomates de estación junto con habichuelas hervidas en la olla de hacer arroz y al mismo tiempo contentos. Incluso pasamos por el vivero y compramos dos maticas para poner en el portal, baratas y bellísimas, y el que atendía al público nos regaló una latica con dos posturas de ají. Y eso que no regresamos con agua bendita por la enorme cantidad de personas que allí estaban esperando su oportunidad para embotellar. Si al menos un poco de agua nos hubiera corrido por la frente hubiéramos salido ya más completos, digo yo. Aún así, parece que nos acompañó cierta suerte porque llegamos bien a casa, trajimos vegetales a precios asequibles para la dieta que aquí en la ciudad no se consigue y lo más importante: respiramos tanto aire puro que parece que nos va a durar un buen rato...

2 comentarios:

Rosa dijo...

Es un lugar precioso El Rincón. Fui unas tres veces, siempre acompañando a alguien, porque yo nunca hice promesa como tal, pero era muy agradable, y el mercado especial. Me alegro que hayan pasado un buen día y adquirido buenas provisiones a un tiempo. Un abrazo,

Rosa

Anónimo dijo...

También recuerdo El Rincón con agrado a pesar de que ya hace muchos años no he ido. Si mal no recuerdo la última vez que lo visité fue en el 80 y su gente era entonces tal y como usted la describe. Qué gusto saber que todavía hay lugares como ese y que ustedes hayan podido no solo visitar el santuario, sino también comprar algunas cositas.

Mi saludo y mis deseos de que pasen las fechas que se avecinan con salud y paz.