Un zumbido como de invasión de comejenes, panal de abejas o avispero se había apoderado de la madrugada y entraba al jardín por el muro trasero de la casa hasta despertarnos casi al amanecer. Cuando alguien pasó con las primeras luces dijo asombrado: allá detrás están hablando mandinga y bikutsí camerunés desde anoche. No era posible porque los negros del fondo habían nacido en el país y de esta frontera no habían salido nunca aunque siempre se vanagloriaban del ancestro ghanés y congoleño que tenían. Ellos no podían desprenderse de esa herencia no solo por el color de su piel sino por la estatura, la mirada y la blancura de los dientes. Los labios gruesos los podía tener cualquier africano subsahariano pero los demás rasgos no, según ellos eran de aquellos parajes. Cuando jugaban dominó uno de aquellos vecinos confesaba que con lo que más había soñado era con un enorme árbol al que nadie le había podido medir la altura ni la cintura y que siempre se le aparecía en el sueño del atardecer, por eso al negro le llamaban "Bao" por el nombre del baobad y hasta le gustaba que le dijeran así.
Sin embargo esta imagen inicial no es el tema de hoy sino el misterio del zumbido que se había posesionado del espacio trasero de la casa y que al menos hasta media mañana no tenía intenciones de irse a otro lugar. Aparecía después de las diez de la noche y se iba antes de las ocho de la mañana. El vecindario decía que se trataba de emisiones clandestinas en onda corta de radio o de televisión de antena mal orientada pero no era eso porque en el traspatio no se contaba con tal tipo de equipos electrodomésticos. No faltaba quienes atribuían el ruido al criadero de palomas del edificio a mitad de la cuadra pero allí no se oía con la nitidez de estos bajos y el rucurrucu de las palomas cesaba en la noche cerrada mientras que era en ese horario que comenzaba el vuelo del moscardón desconocido.
No tuvimos más remedio que tocar en aquella puerta a esas horas de una noche y fue "Bao" quien nos explicó el "misterio": en su casa dormían dos estudiantes africanos que susurraban de noche en lenguas beté, fon, baoule, lingala, malinde, mina y bambara y era por esa razón que al hablar en voz queda daba la impresión de un vuelo raro de algún insecto intranquilo. Estos estudiantes eran, según ellos, familias que habían llegado buscando la parentela actual... De aquí que nos pusiéramos a conversar acerca de qué visitantes tenemos por doquier en nuestro ajiaco actual de nacionalidades y visitantes.
Increíblemente son los africanos los más visitadores sobre todo namibios, sudafricanos y angolanos, pero hay también tanzanios, congoleses, mozambicanos, zaharauíes, marroquíes y argeninos, marfileños, etíopes y tunecinos no pueden faltar por solo citar algunos. De nuestra América los hay brasileños, argentinos, uruguayos, paraguayos, peruanos y chilenos, ecuatorianos y colombianos, venezolanos y panamenos, costarricenses y nicaragüenses, salvadoreños y guatemaltecos, mexicanos y beliceños, hondureños y todos los de las pequeñas islas caribeñas (vienen de Islas Caimán y también de Nassau), dominicanos, puertorriqueños y guyaneses. Los hay chinos estudiando español y vietnamitas haciendo lo mismo, coreanos y de las antiguas repúblicas asiáticas de la ex Unión Soviética, nipones y thailandeses, indonesios y mongoles y por supuesto australianos. También visitantes europeos y por supuesto canadienses y norteamericanos (los canadienses son también norteamericanos y una parte de mexicanos lo son asimismo ya que viven en el norte de ese país). Por todo ello si sumamos los nacionales cubanos de 14 provincias y un municipio especial claro que debe haber un enorme y complicado zumbido diseminado por todo el país que en los días de calma se apodera de las casas y nos parece que hay alguien conectado a una emisora extranjera o un panal cocinándose a la sombra de alguna mata de naranjas agrias...
El asunto se complica con una sola pregunta, a saber: ¿tenemos condiciones materiales y espirituales para albergar tal cantidad de visitantes en una casa pequeña como la nuestra cuyo producto interno bruto no alcanza para satisfacer las necesidades siempre crecientes de nuestra población que ronda los doce millones de habitantes más o menos?... Si todos habláramos el mismo idioma no habrían muchos problemas, pero el zumbido en ruso, chino, francés, inglés, swahily, bantú, creole, zulú o ziglibití al mismo tiempo y en cualquier lugar puede producir un fenómeno de estática que no es nada conveniente. Por la mesa no nos preocupamos (ocupamos) mucho: donde comen 12 pueden comer 14. Ni por la ropa o el techo donde dormir tampoco, ni mucho menos por el transporte para movernos de un lado a otro. Vestidos como estamos probablemente nos confundan con uno de Guayaquil tranquilamente o un jamaicano, dígame usted. Pero el asunto se complica cuando se produzca la primera conversación con un extranjero. ¿Cómo decirle a un martiniqués que nohaymásná?... ¿Se lo decimos por señas o a viva voz?... ¿Cómo explicarle a un alemán la relación existente entre la base económica y la superestructura jurídico-política a la que corresponden diversas formas de la conciencia social si aquí casi nadie habla ese idioma?... Probablemente le diga al acompañante que le estamos proponiendo una botella de ron clandestino por la izquierda o una caja de tabacos Romeo y Julieta torcida en casa con las mejores hojas de Vuelta Abajo... ¡Dime tú!
De ahí el zumbido, una danza con lobos de lo más extraña y apacible, murmuradora y cómplice, pianísima incomprensible en voz baja hablada gesticulada y no escrita en cuyo diámetro se mueven no sólo las palabras más necesarias de nuestro vocabulario sencillo, común y corriente: comer, dormir, cantar, bailar, sino también metalenguajes complejos como algoritmos, ecuaciones, endocrinología, hictero hemoglobinuria vacilar bovina, epítome, induración, appenzell, réspice, eubolia y otras. ¿Cuántos traductores de chino tenemos en el país? ¿Quién de nosotros sabe algo de japonés?... ¿Alguien por allí sabe hablar en holandés o francés?... Y creole, ¿cómo decir carne de cerdo frita en creole?... Y guaraní, aymara, quéchua, a ver, ¡díganme arroz con pollo a la chorrera en lucumí!... ¿Es cierto que tenemos tanto de congo como de carabalí? A ver, ¿y qué del latin?... ¡"Beati possidentes"!
Si sólo fuera el vuelo del mosquito no habría problemas, pero el lío se forma cuando junto con la confusión e intercambio de lenguas y culturas idiomáticas diferentes se nos queda no sólo el olor del otro sino nuestra imagen en la retina del visitante y el olor pasa pero esta arruga en el rostro no, esta angustia auditiva y comunicativa nos va lastrando, nos aplasta todos los días segundo a segundo un poquito más. Y es lo que el otro nos pregunta desde que nos ve...
El runrún nos dice algo sobre alguna isla o aquel país que no tiene salida al mar pero nos hace desconocer al mismo tiempo la vida de todos los otros. Digo esto porque los que sabemos al menos leer y escribir podemos dar una explicación lógica del zumbido pero los que tienen desgraciadamente todavía ciertas limitaciones no le encuentran ni lógica ni sentido porque lo de ellos es a la larga casi solamente tragar. La ausencia digamos de tomates en el agro tiene una importancia exclusivamente estomacal para algunos pero para los que tienen un brochazo de cultura el síndrome no es solo digestivo sino psíquico al no poder decirle con todas las palabras a aquel que nos visita: comer tomates no es en el fondo otra cosa además que un placer estético. Y en eso andamos, tratando de encontrar algo para la ensalada diaria y esforzándonos para poder hablar de ello con los que vienen a mirar este zoológico y hacerlo en su propio idioma sin intermediarios. Un pecado grande el de esta Torre que no va a tener por ahora solución...
viernes, 3 de abril de 2009
Esta Torre de Babel
Publicado por Aguaya en 9:07:00 a. m.
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