lunes, 12 de enero de 2009

Empujando el almendrón...

Me he demorado en redactar unas líneas sobre mi queridísimo almendrón por una razón obvia: no arrancaba. Teniendo en cuenta que todo coche (auto, carro, móvil, diligencia, piragua, hierro, caballo, bicho, etcétera incluso ipso facto...) es un sistema, he llegado a la conclusión sencilla de que toda parte o accesorio del que está formado es no solo útil sino imprescindible.

Digamos por ejemplo el chiclé de baja, si está tupido con una minúscula hebra de hilo ya no arranca cuando lo necesitamos. Otro ejemplo es el de la válvula del aire de uno de los neumáticos: si se sale por el "gusanito" se desinfla la cámara y ya el aparato no camina... no hablemos de la batería que se supone compuesta por un dispositivo más-menos digamos y que si no tiene el nivel de ácido requerido ya el animal se encangreja.

Así sucede con el nivel del agua en el radiador, el alternador, un relay para el claxon, las luces de los faros delanteros, el sistema de embrague o frenaje, aquello que los rusos llamaron el ralentí y que no pudimos saber con exactitud de qué se trataba, o el aceite o un filtro, un minúsculo filtro que lleva en la entrada de gasolina al carburador y que impide la tupición de la bandeja, o más específicamente la llamada peonía del nivel de entrada de dicha bandeja hecha aguja percutora o aguila del goteo del combustible a la recámara de combustión... Sin embargo los detalles nos pueden ocultar el verdadero quid pro quo del asunto que estamos tratando. Hay más que una montaña de piezas para explicar filosóficamente qué es un almendrón.

El susodicho nombre le ha sido puesto no precisamente por ser este carruaje ese árbol rosáceo de flores blancas o rosadas cuyo fruto es la almendra que a su vez proviene del almendro que es originario de Asia y que se introdujo en Europa más o menos en el siglo XVI. ¡De eso nada! Este de que hablamos lo trajeron en ferry nada menos que desde USA y se quedó aquí cuando aquellos dueños se fueron y los que se quedaron lo conservaron como tesoro futurista.

Un almendrón es algo incomprensible para los visitantes foráneos que se quedan asombrados viendo cómo todavía los viejos carros se utilizan en las bodas y las fiestas de quince. Los hay originales con todas sus piezas rebuscadas y reparadas de cientos de almendrones en desuso similares o mandadas a traer de rastros de autos viejos que todavía sirven de piezas de repuesto, pero nada como mi queridísimo almendrón que es el único unicornio que no se me ha perdido y que mantiene el reto de una buena salud humana: con el empuje y empuje el organismo, esqueleto y osamenta que poseemos se mantiene en entrenamiento diario.

Lo más que uno admira de un almendrón que ha durado más de medio siglo y sigue caminando es su insistencia en no dejarse vencer por las dificultades, las crisis, los baches del pavimento o el pesimismo de los demás. Pueden subir o bajar los precios del combustible, de las piezas, de los aceites y lubricantes, del forro de los asientos, de la pintura o del acetileno pero lo que nunca ha bajado de categoría es el propio concepto de almendrón. Podemos decir que un almendrón que camine todavía es la muestra más palpable de que sí se puede y que un coche mejor es posible si le reparamos sus partes y accesorios disponibles.

Nadie más eufóricamente contento que un dueño de almendrón original chapisteado y pintado con los colores de fábrica que lleve cauchos (gomas, ruedas) pintadas de blanco y mantenga sus niquelados brillosos y relucientes. A carro limpio dentadura de oro... Pero lo que más se admira del almendrón no es su exterior cuidado y lustrado sino su pizarra interna. Si tiene todos los focos pequeños funcionando, si marcan sus relojes entonces podemos cantar la victoria total porque el dueño feliz lo que más muestra es ese corazón interno que ha permanecido como pieza museable por más de sesenta años... Vanagloriarse de tener un Ford del 40 es algo único que eleva la pertenencia, el sentido de la vida o el prurito interno del ser humano.

Un almendrón es también el museo ambulante de este zoológico que nuestros amigos vienen a visitar cuando se les ocurre venir a vernos. Es imposible no preguntar por el carro más numeroso y promiscuo que vive caminando por las calles de nuestra ciudad. En cualquier lugar del mundo esos autos yacen enterrados en cementerios de óxido o convertidos en chatarra derretida que se usa en el laminado de ciertas piezas. No causa asombro saber que las llaves de tal o cual cerradura han sido hechas a partir del acero logrado con la hervidura de piezas de almendrones fallecidos. Pero aquí ostentamos un récord muy difícil de igualar: ningún almendrón ha sido enviado a los hornos de fundición. Por el contrario, han luchado por permanecer y añejarse en el placer más vulgar que se conoce: servir para que la gente se les monte encima. Cuando se quiere ir a la playa con toda la familia y los vecinos incluso, in situ, ambos dos, entonces se requiere la prestación de ese servicio exclusivo que ofrece el almendrón. Algunas agencias de autos viejos tienen un lema visible: rentar una fantasía. ¡Dime tú!

No hay cuadra que no posea un almendrón, claro vamos a ver. Cuando alguien pregunta por Heliodoro, digamos, la gente responde con una pregunta no tanto ingenua como suspicaz: "¿Cuál Helio, el del almendrón?". Y acto seguido indica en qué numero de casa vive el tal o más cual. El almen es por eso un punto de referencia como la meta que es también a decir de Mario Kuchilán un punto de partida. De tal suerte el cacharro se ha convertido en un paradigma, una brújula, un status quo, un paralelepípedo, algo rebúlico, ósico, brámino y puruloxícoceo, del cual no nos podemos cohibir ni desconocer.

El almendrón es una prueba irrefutable de que lo viejo no pasa, de que la farándula carrícola tiene necesariamente que posar con ese auto viejo restaurado, rescatado, reformado o cacharreado pero vivo. El Caballero de París ambulante y móvil no ha podido ser borrado de la lista de útiles y enviado a la de inservibles. Téngase en cuenta que es el objeto más visto, más comentado, más nombrado, más usado y más criticado de todos los que existen en nuestros alrededores. Piénsese que sin su presencia la propia ciudad no tendría sentido pues, junto a esos vetustos edificios, ese malecón concomitante y consuetudinario, ese Morro y esa Cabaña, ese Cristo Redentor en la loma de Casablanca, esas lanchitas que navegan ida y vuelta, esas iglesias y esos collares entre otras muchas cosas que nos caracterizan música aparte, el almendrón se ha convertido, quiéranlo o no, en una pieza de ajedrez insustituible en este ajiaco que Dios nos permitió hacer para destacarnos de los demás pueblos del mundo.

Podremos someterlo a la crítica roedora de los ratones, condenarlo de por vida al deshonor de haber encabezado la tarea de herir el ornato público o someterlo a la trituradora labor del chapista o del mecánico, pero de lo que no cabe duda es de que él ha sido capaz, con su intransigencia y negativa a dejarse enterrar, uno de nuestros símbolos de resistencia más inequívoca y lo queremos aunque tengamos que empujar, ese deseo de seguir adelante cuesta abajo o cuesta arriba que es como mejor se desarrollan las pantorrillas, los antebrazos y el cerebro puliendo la gotica de sudor que es el mejor premio al esfuerzo cotidiano, lo queremos ya como un ser viviente de la familia, tanto como a los perros, las plantas sembradas en el jardín, el blog del mismo nombre que nunca he visto o las mismas personas que nos rodean, porque sabemos que cuando muramos el almendrón nos llevará en ese último viaje hasta el tiempo eterno en menos espacio y traerá a la gente viva hasta la mismísima puerta de la casa, le apagarán el motor, por supuesto, y luego tendrán que empujarlo de nuevo en pago a tan gallarda osadía de vivir. Y si quieren constatar lo que decimos, vengan a vernos y móntense en uno de estos ataúdes rumbeantes para que vean si tengo o no razón.

Leonardo da Vinci, aquel gigante del Renacimiento que era un grande genio de todo lo que hacía además de pintor, dijo una vez, mientras daba pinceladas finales a la Gioconda famosa, probando uno de aquellos frutos provenientes de Asia (perdonen los amigos lectores mi italiano, tal vez el hermano Salva desde Colonia pueda corregir mis errores...): "Il almendrone será la nao del futuro per atravesare el mare aperto, la provenza italiana, el sole mío, el espaguetti a la bolognesa e la pizza napolitana. Una nova revolutione dil gusto e de la relacione humana il comercio e la comunicacione". Y el maestro tenía razón, como siempre, y dicho esto cerró los ojos y se puso a pensar en ese raro invento del motor de combustión interna... ¡¿Qué les parece?!

5 comentarios:

Rosa dijo...

Magistral, como siempre, mi querido cuenta cuentos. Adelante con el almendrón, que ojalá pronto pueda jubilarse, que tiene bien merecido un descanso en el museo. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Almendrón, bonito nombre como lo es el de tu blog. La producción de tus letras me deja un aroma de fluidez verbal, grato entretenimiento al leerte.

Un abrazo renovador de energías cósmicas y mi mejores deseos para ti, en este 2009!

Anónimo dijo...

Usted, al igual que el "almendrón" son muestras palpables de eso mismo que usted explica: "no dejarse vencer por las dificultades". Y si u supiera cuánto disfruto todo lo que escribe... Nos hace llegar, de forma bien amena, la forma de vivir allá en nuestra querida Patria.
Gracias mil por ello y mis deseos a usted y su esposa, de un 2009 con salud y prosperidad.
Mi respeto y admiración.

Natho47 dijo...

Simplemente genial.Llegué acá desde el blog del encuentro de los cubanos

Anónimo dijo...

Ñooooo no sabes cuanto te entiendo. Lo que mas extraño de cuba es ami mama y mis cacharros, tuvemas de diez, los compraba, los arreglaba y los vendía. cada pieza con amor, cada tornillito con impetu forense o arqueologo. era, es un arte. un gran arte que aqui en europa lo sigo d elejos y a medias. estoy enfermo de cacharreria