viernes, 30 de enero de 2009

La calesa de casa

Parece que somos una especie a la que le han inyectado en la sangre un germen raro capaz de hacer maravillas con las manos o de pensarlas que no es lo mismo pero es igual. Desde que nacemos nos proponemos metas, objetivos, propósitos, lo único que nos mata es la inacción, la abulia nos es repugnante y por mucho que digamos "qué bueno es no hacer nada y después descansar" lo tomamos a broma porque "nada fatiga tanto como el reposo", un reposo torpe que entumece y nos hace homúnculos incapaces de oler las rosas del jardín o dejarlo todo para mañana como sucede a veces. Pero un día nos levantamos con el ánimo y el don de revivir las cosas y se hacen, se cumplen los horarios, se saca el desecho inservible y se restaura...

Allí precisamente estaba empotrada en los muros de la casa la calesa de dos caballos, conducida por su maestre calesero con bombín cubriendo su cabeza negra y que llevaba la carga vírgen para mostrar a los presentes: tres señoritas que salían a pasear por las tardes de sol sin sombrillas, para ver los árboles crecer y los ramilletes de buganvilias colgando desde los muros de mallas, la tozuda guayaba que no se dejaba doblegar por el viento del sur, el césped verde que iba lentamente cubriendo aquel paraje donde crecían los flamboyanes enanos multicolores, las flores blancas de papayas paridas, las anaranjadas de los plátanos frutales que se mecían bajo la sombra de las uñas de antas poderosas, el oloroso orégano y las pequeñas flores que anidaban a la par de las malangas ornamentales, los lirios de estación y las diminutas clavellinas silvestres aferradas a las arecas carmelitas rebeldes que ocultaban las caracolas de patio, lagartijas inteligentes y veloces, zunzunes caprichosos y algún que otro murciélago voraz, rápido y hermoso que libaba en los rosales.

Y sin embargo nadie se había puesto a mirar la tal calesa porque estaba protegida por los árboles de enredaderas trepadoras, oculta tras la sombra del poderoso cocotero además y olvidada, preterida, somorgujada y que semejaba una jarcia muerta que es aquella que está fija y mantiene la arboladura. No era una volanta o quitrín sino una calesa de dos asientos y las señoritas estaban sentadas mirando el entorno sin sonreír parece, mientras a lo lejos como en una nube de utopía los caballeros las saludaban y se oía una música celeste anunciando la marcha de los potros domados, que sin arneses desafiaban el aire que les venía del norte, despeinaba sus crines y entorpecía su paso.

Más de treinta años estuvo allí la calesa y su tripulación luchando contra la invasión de las luciérnagas, el vuelo de los pájaros de presa, la defecación de las palomas, el ladrido de los perros callejeros, el hedor del muladar de la esquina, la lenta erosión de los criaderos de hormigas, la labor anónima de las babosas de tierra, la picada de las abejas locas, viendo cómo se edificaba la nueva casa de los vecinos de enfrente y el paso de las etapas de la construcción y vida del hombre nuevo en la zona, el cambio de las libretas de abastecimiento, la autorización de la divisa convertible, los precios en los mercados topados, el abre y cierre de los puestos de agricultura, el robo de las bodegas y carnicerías, la sacrificación ilegal de ganado mayor y menor, el comercio clandestino subterráneo, la democión de directores y su ubicación horizontal o tangencial en otros puestos similares, la otorgación de viviendas teniendo en cuenta méritos y necesidades, el bacheo ineficaz de las calles, la fumigación contra mosquitos y otros vectores, las reuniones innecesarias, la vagancia, el miedo a los ladrones, los policías corruptos, las secretarias ineficientes y cientos de cosas más que ponían en el primer plano aquellas dos fases conocidas para la edificación del conglomerado social: las dificultades del desarrollo y el desarrollo de las dificultades.

Estaba oculta la calesa allí debajo de la sombra de los mangos viendo nacer y morir generaciones las primeras de combatientes y las más nuevas de simbatientes, altiva sin amorrarse, envuelta en su tela bombasí, saludable como caprifoliáceas de primavera, descimbrada por el calesero, colgada en su escarpia y rodeada de marmolina blanca para ocultarla más a la vista de todos, frágil pero fuerte como guañil americano, hermosa en su negro color, ignorada pero amada por alguien como jade, kamichí o culto de latría, como macsura que ha sido ahora encontrada y expuesta al público luego de tenaz trabajo de pulimento y pintura, una muestra de que para algo serviría y no sólo para mostrar su figura lineal y ágil sino también para alertar al que pasara, al transeúnte, al vendedor, al periodista, al familiar, al de correos con la carta o el telegrama urgente, aquel número de calle visible ahora como testamento público notarial, ortotrópica y a la vez poseedora de una especie de parhelia en su rejilla, deslumbrante al fin, sacada de las penumbras como nacida en la villa de Santoña, indicando allí en su cifra tricentenaria la modesta teofonía que motivaba decir: "A partir de hoy estaré a su disposición ad gloriam...".

Esto es lo que hemos hecho: rescatar y restaurar el adorno de la entrada principal de la mansión y el número de la calle que le sirve de soporte y ya se ve y se muestra sin las robustas palmeras de la entrada, feliz y hermoso, como uncia, vado, wapití liberado, sinfonía tocada por un maestro en su xilófono, como yapa de regalo dada por una Diosa a un zíngaro. Una labor sencilla y humilde con el único instrumento que acepta una obra de arte de orfebrería de este tipo: el afán. Una brocha, un cuchillo de raspar y un centímetro de pintura es lo mejor. Hay que decir que a cada raspadura salía de la nada una figura mítica, sí.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa calesa de la casa de tu relato me ha llevado a reflexionar. La energía la tenemos y con ella la convicción de lo tanto y tanto que podemos hacer y que nos falta por recorrer.

Un abrazo desde mi alma!

Nora Báez dijo...

No se puede evitar entrar en escena, cuando tu viejito relata...
Yo me impido descansar, hace casi nueve años que realizo este ejercicio y no lllego...sè que no llego...

Besitos y gracias por permitirme emocionarme aquì, una vez màs.

Anónimo dijo...

Excelente post, qué lindo, Puedo ver la calesa....Por cierto que el post anterior y éste me han dejado pensando. Cómo hemos ido de la calesa al almendrón...la primera era sin dudas más eficiente y no se rompía con tanta facilidad.

Anónimo dijo...

!Qué poder descriptivo! Cada post nos hace vivr lo narrado. La calesa con la carga virgen, las flores, los olores... todo se ve, se siente. No encuentro palabras para describir cuánto disfruto todo lo que escribe, gracias mil.
Mi afecto y ademiración.