lunes, 16 de junio de 2008

Este Día de los Padres

Hace más de 60 años me enteré de que no existían "Los Reyes Magos" y que eran los mismos padres quienes nos compraban los regalos el 6 de Enero, sin que tuviéramos el deber de escribir cartas en las que prometíamos portarnos bien, atender a la maestra y hacerle caso a los mayores. Probablemente fui el único que estaba en posesión de aquella verdad sin ilusiones que me hizo apretar con más cariño el manubrio de mi pequeña bicicleta y ahorrar los "mixtos" explosivos en mi revólver de juguete.

Los demás pensaban que Melchor, Gaspar y Baltasar vendrían por la noche el día antes y dejarían sus sacos con regalos mientras el sueño se posaba tranquilo en el aeropuerto de nuestras cabezas, pero yo sabía que eran los besos de mamá los que me hacían refugiarme bien debajo de las sábanas y la sonrisa de papá la que me hacía dormir seguro de que no me iba a pasar nada mientras ellos estuvieran despiertos.

Al otro día los demás abrían sus paquetes mientras la inmensa mayoría no y yo salía victorioso la tarde anterior montando aquel artefacto que un tío me había traído desde La Habana robada de un jardín de un dueño importante. Muchos decían que en mi caso los Reyes Magos se habían adelantado y yo tomaba la iniciativa de decirles que de mago nada y menos de reyes, que eran los padres los que hacían el laboreo de hormigas para buscar el regalito en aquella fecha del año.

Así fui creciendo convencido de que no había fecha de festejos sino de recordaciones porque todo el cariño del mundo había que vivirlo a diario y darlo sin pedir nada a cambio para que creciera poderoso como los cedros y caobas del monte y se mantuviera firme dentro de nosotros. De tal suerte desde pequeño ya nadie creía en casa ni en el día de los enamorados, ni en el de las madres ni en el de los padres, porque esas tres conmemoraciones las hacíamos desde que nos levantábamos hasta que nos dormíamos todos los días del año, sin regalos mediantes, con un desinterés cercano al de los misioneros, orgullosos de querer y ser queridos no por la figura que teníamos sino por la obra y la bondad que respirábamos.

De eso se encargaron mamá y sobre todo papá a los que agradezco tres reglas de conducta que guardo todavía como joyas para ser dadas a quien más lo necesite: Hablar menos y oír mucho, buscar la valía de la persona antes que la del dinero y no creer nunca que hemos sabido todo por aquello que Sócrates decía: "El conocimiento es la virtud y solo si se sabe se puede divisar el bien". Un apotegma que hoy saca a la luz semanalmente una programa de crítica de cine televisiva.

Por eso este "Día de los Padres" es en casa una fecha que observamos en otros pero no en nosotros. En esta familia ya los viejos se han ido muriendo y por esas casualidades necesarias el más canoso y arrugado ahora soy yo, este imperfecto ciudadano del mundo que no hace otra cosa que trabajar, escribirle mensajes a la hija y a los nietos y aspirar a que crezcan las calabazas del jardín para ver qué tienen dentro esta vez de diferente.

Tengo que reconocer que estoy muy satisfecho del cariño que me tienen en casa no solo mi esposa que es la mayor de los que aquí vivimos sino también de mi hermana que es menor que el que esto escribe, de sus hijos y nietos y de los míos que están allende la mar tapados la mayoría de las veces con abrigos poderosos y otras buscando la forma de lanzarse por las canales de juegos hasta dar con todo el cuerpo en la arena de los parques de diversiones, siempre bajo la mirada cuidadosa de la madre y del papito. Esas cuatro personas estarán lejos pero diariamente conversamos con ellos. Los primos allá en el interior de una provincia ni saben qué es lo que sucede en las cuatro paredes de este hogar, no conocen cómo ha ido evolucionando la parentela y se acordarán de los padres tanto como me acuerdo de los míos: pensando en que están donde no quisieran haber ido nunca de cuyo lugar ahora no pueden salir físicamente y se contentan con viajar hasta nuestros recuerdos para advertir que un día como el de hoy no es un día especial sino uno de tantos en que el cariño se desborda como leche hervida a la que no se le ha puesto mucho la atención.

Porque para nosotros este día especial, si así lo queremos concebir, es el único día que no quisiéramos que existiera: un día como ese murió papá. Estábamos reunidos para felicitarlo mientras se recuperaba de una larga y penosa enfermedad pero solo pudimos contentarnos con saberlo dormido hasta que en horas de la tarde un nieto salió del cuarto con la noticia más triste del mundo: "Parece que abuelo dejó de respirar". Y estaba en lo cierto. Papá se había ido al mundo de los muertos sin habernos avisado cómo. A partir de ese minuto final ya no sentiríamos de nuevo ni sus palabras ni sus recomendaciones, aquel silbido peculiar que hacía cuando estaba acercándose a la casa, el temblor de sus manos cuando hacía algún trabajo artesanal, su fino humor comparativo y original, su letra menuda y hermosa y aquella mirada que echaba a la gente demostrativa del afecto que le tenía incluso a los que no le caían nada bien. Una mirada plana como la de las gallináceas de río, porque había perdido la visión binocular desde que era niño por un regalo que le hicieron en el barrio de entonces: el disparo de un tiraflechas.

Su última ocurrencia fue morirse precisamente el famoso y complicado "Día", una fecha contra la cual combatió toda su vida con esa parsimonia que tenía para convencernos, una argumentación bien fundamentada y bondadosa que le jugó las veces de "boumerang" como si con eso la fecha misma quisiera recordarle siempre vivo: "Aquí está Chicho, un hombre que no creía en el Día de los Padres". Un pie triste para obligarnos a no querer que nos lo recuerden mucho. Mejor siempre besos todos los días que un homenaje esa solitaria y triste ocasión en que se rompió el estambre que separa la vida de la muerte en nuestra casa...

El día anterior se había despertado mentalmente sonámbulo, me hizo señas en medio de la oscuridad más absoluta del cuarto y me dijo: "Cuando me muera no me pongan flores, mejor las dejan que crezcan en el jardín". Y así lo hicimos. Tal vez su regalo más cariñoso... es algo increíble pero nos despertó la única ambición que no tiene ni gota de pecado: la de sembrar algo en la tierra de la familia.

Aquí tenemos naranjas, plátanos de fruta, melones y calabazas, sábila y guayabas, frutabomba y orégano, frescuras y enredaderas, pero lo que mejor se da son las flores, unas caprichosas rosas amarillas y blancas, rojas intensas y rosadas de primavera que crecen junto al césped persistente, las lenguas de vaca, las malangas ornamentales y otras tantas muestras de plantas que ni siquiera sabemos el nombre, las margaritas silvestres y esos cáctus de cerca que junto al henequén y a las uñas de anta hacen competencia al flamboyán enano siempre florecido que tenemos al lado de la ventana del cuarto...

Ese sembradío se lo debemos a papá que un tarde nos dijo: "Algún día la gente vendrá a pedir aloe y seremos los únicos que lo tengamos cultivado". Y así ha sido, hemos regalado tanta sábila que al hacerlo nos ha servido para llenar el vaso de nuestra resignación, día a día, como gota de tanque de techo, un regalo silencioso y bonito de parte de papá.

2 comentarios:

GeNeRaCiOn AsErE dijo...

FELICIDADES!
Mis felicidades tienen su cosa, porque cada vez que le leo, me acuerdo mucho de mi viejo. A quien la distancia me le ha cuarteado las palabras, pero en nada el carino, que bien se que es doble.

Un abrazo fuerte, con tremenda admiracion,
de tony.

Betty dijo...

De esto se componen los verdaderos regalos, la herencia entrañable de un "campito", del abuelo y la abuela. La sábila, las calabazas, la manzanilla, los limoneros, también me traen remembranza, recuerdo de mis mayores, de otros que también se despidieron un día y ahí siguen gracias a su obra buena y el cariño que no muere. Entre otras cosas bajarme de la ilusión de los Reyes Magos temprano también, lo mismo que he hecho con mis hijos, que saben de donde salen los juguetes desde que tienen uso de rezón, y se portan bien porque sí. En este entorno en que vivo ahora eso se considera punto menos que sacrílego.
Espero que de todas formas haya sido un buen domingo, felicidades desde aquí.