En ciertas partes del planeta tener uno es como un símbolo de poder (el carro, la casa, el dinero), pero en otros lugares se dice que no es un lujo sino una necesidad. Es también conocido que en ocasiones se piensa más en el modelo que en el color, pero comprar un coche siempre entra por los ojos, a nadie se le ocurriría comprar uno de color mostaza desteñida. De todas formas, cualquiera que sea la denominación que le demos un carro, es según Ford "un sistema en el cual la parte más importante no se ha fabricado todavía" o Iacocca que decía que "el elemento insustituible en un coche es siempre el dueño". De la misma manera que conocemos a la persona por los zapatos que trae puestos, la podemos adivinar también por el carro que usa, así que la gente que va dentro depende del andamiaje que han fabricado.
Lo mejor en todo caso es sentir la fuerza irresistible del volante, la magia de la pizarra, la suavidad del rodamiento, la ingeniosidad de la música que le instalemos, el tictac del reloj que posee o la capacidad interior que permite. Cuando el feliz propietario hace el contrato de adquisición (a crédito o al contado) no piensa mucho en el deterioro futuro pasados los diez primeros años, ni mucho menos en el garaje donde lo va a poner de noche a dormir, más bien lo que le interesa es probar ese caballo, aprender a domarlo y mostrarse sonriente cuando lo vean dar la primera vuelta a la manzana.
Trabajar durante muchas jornadas, mirar cómo corren por las calles los carros de otros (o los otros en sus carros), conformarse con el metro o el autobús cuando no se tiene el timón en las manos o sencillamente suspirar por las noches de vigilia mientras se dibuja en la mente la imagen brillosa del automóvil deseado, es algo que ni los científicos han analizado todavía. Pero lo más importante es lo siguiente: nadie piensa en ahorrar para la tarjeta del combustible cuando tiene uno.
El carro hay que estudiarlo a conciencia, analizarlo de tal manera que aparezca siempre como dominado por el dueño, domado y obligado a responder por el propietario y no a la inversa como sucede a veces a ciertas personas que son encabritadamente usados por el auto. Pudiéramos decir que son auto-flagelados y en no pocas ocasiones existen personas que tratan al coche como iguales... si le falla el carburador o el inyector le dicen al mecánico que lo atiende: "A veces él me hace como que quiere arrancar pero se niega, como que le duele alguna pieza o algo le falta". Y no pocas veces los mecánicos piensan que están en presencia de un animalito o de otra persona necesitada de un chequeo médico, un electrocardiograma o probablemente pasarlo por el somatón para saber lo que tiene. De la misma manera que la medicina veterinaria es la más difícil de las ciencias médicas porque el paciente no habla sino su dueño, la mecánica automotriz se comporta de manera similar: los carros sufren la patología que los dueños son incapaces de descubrir.
Para un chofer no hay placer más grande que sentir cómo el auto se desplaza abriéndose paso por entre la madeja de otros similares, rompiendo el aire que trata de detenerlo de frente y demostrando la potencia de su motor. Y sin embargo en ese instante nadie piensa en las leyes de la mecánica clásica descubiertas por Newton ni en las de la cuántica descubiertas por Planck. Nadie se pone a pensar en el movimiento rectilíneo uniforme o en la función del odómetro... el placer de la movida no tiene comparación.
Cuando uno va en un carro nuevo las chicas le piden un aventón en cualquier esquina pero cuando uno se traslada a pie, ni lo miran. Y claro que la mejor marca es "Nueva" como esos cochecitos deportivos que han sacado como muestrario para dos personas que han decidido volar bajito un fin de semana a desafiar la fuerza poderosa de las olas cuando rompen sobre el arrecife de la costa. Un auto probablemente rojo, sin capota, pulido y ronroneante, el mejor para una pareja de enamorados. Pero cuando se tienen dos hijos lo primero que sale a relucir es aquello relacionado con los asientos para menores. Ellos no se ponen a mirar mucho si hay o no que ponerse el cinturón de seguridad, pero de lo que sí estamos seguros es de que disfrutan esas vueltas como si fueran los nuevos cosmonautas. Hasta que un día crecen y le discuten el asiento al chofer...
Por donde quiera que se le mire, adquirido después de un trabajo fatigoso durante años o conquistado también a puro esfuerzo meritorio, tener un auto propio es una especie de ubicación laboral diferente en el status social asumido. Las ventas de coches aparecieron siempre precedidas de un terremoto comercializador en el que el comprador ("Usted...") afirmativamente ("Sí...") hacía gala ("puede...") de capacidad adquisitiva ("tener...") una marca preferida ("un Buick..."). De tal suerte, hoy, con la adquisición de ese transporte sistémico, nos igualamos no solo a cualquier dinastía de reyes o sultanes sino de taxistas, funcionarios gubernamentales, probadores de taller, corredores profesionales, gente de mundo, policías e incluso ladrones de bancos al por mayor. Al tener la posibilidad real de conducir y frenar en el primer semáforo uno puede pensar que es cualquier cosa, hasta ese músico, poeta y loco de quien cualquiera habla un poco.
No obstante el mejor chofer siempre es una dama y si es elegante, mejor. Nada como ver bajar de un auto nuevo a una de esas mujeres ejecutivas de pelo suelto encaracolado hablando por su celular mientras lleva el maletín con la agenda del día. Ese es el único momento en que no nos fijamos en el auto que ha parqueado. No pocas declaraciones de matrimonio o piropos serios se han hecho a ese tipo de dueña y no a ese tipo de carro. Y en todos los casos el señalamiento no se hace al artefacto sino a la señorita. Si el coche pasa en estos casos a un segundo plano la mujer se ve reivindicada en su lugar de honor. Por desgracia estos casos no abundan mayoritariamente. Son más las expresiones de asombro ante el cruce de un auto de lujo que ante el bamboleo de una mujer inteligente y hermosa.
Cuando nos dijeron la noticia del auto comprado en esa casa de virtud que es la de la familia, la antigua angustia de la carencia desapareció de repente y en su lugar apareció una nueva: la del síndrome de tenerlo. Si el almendrón que estamos empujando cuando se rompe o lo están reparando nos deja con fiebre y dolor de cabeza, ¿qué sucedería si el carro marca Nueva desapareciera de la vista por la tozuda labor de los ladrones?... No sabríamos qué nos faltaría además del coche. ¿Y qué dirán los muchachos ahora que se compró?... Cuando se acostumbren a montarse en él no van a querer bajarse de los asientos. Pero que no se les ocurra subir al perro en el delantero sin que hayan otorgado la propiedad. Eso sí que no... al perro se le quiere pero siempre es más importante el asiento que cualquier ser vivo. Eso lo dijo el Rey Luis XV cuando le trajeron por primera vez un juego de sala para poner en uno de sus castillos: "Es una maravilla el tapiz de los asientos y una lástima sentar el trasero en uno de ellos". Le tomaron la frase tan al dedillo que los juegos de ese estilo solo se ven ahora en los museos... ¡Dime tú!
jueves, 22 de enero de 2009
El carro
Publicado por Aguaya en 9:46:00 a. m.
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5 comentarios:
me puedo quedar con el segundo párrafo?
que buen post, el auto es sin duda parte importante en la vida de un hombre.
Te espera un premio en Amanecer en la Habana.
Premio "Luz en el Alma"
Felicitaciones!!
:)
Hace parte de la vida. Son consumismos que hay que tener, así como casa, electrodomésticos... el mundo que nos hemos creado y las comodidades que nos gusta tener.
Muy acorde tu entrada.
Besitos amistosos y con buena vibra para este 2009!
Excelente!!!... coincido, lamentablemente el carro es la priodidad en la sociedad de hoy. Prevalence mas "EL TENER" que "EL SER". Saludos.
Y lo dificil - imposible en la mayoría de los casos - que es tener uno allá en la Infinita...
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