Hoy nos levantamos como si tuviéramos que ir a trabajar allá por 1969. Fuimos al Hospital a la cura de "quemados"... Hicimos el No. 1, después de llegar al lugar en medio de un laberinto que ni Bolívar hubiera resuelto. Dimos con un custodio que estaba más dormido que una momia egipcia, con una señora de limpieza que era todo nervios, con un ayudante de piso que parecía medio atolondrado, un destupidor de baños bastante raro él con su colita de caballo y su caminaíto, una enfermera que de tanto manoteo le viró encima el café a la doctora, una ayudante, un cuidador de baños y cientos de personas que fueron llegando no solo a quemados sino al otorrino, al dermatólogo, al urólogo, al cardiovascular, al médico general, a todas las especialidades habidas y por haber menos ginecología, psiquiatría y odontología... Pero los especialistas aquí dan turnos para esos tres.
Llegamos a las 6 y 30 a.m. y estuvimos hasta las 9 y 30 a.m. hasta que una doctora amable y mulata de paso nos atendió, curó a tu mamá, le dijo que viniera el lunes próximo y nos dió el respiro más lindo de todo el mes: de ésta no nos vamos a morir todavía... Já!!! El asunto fue que se extravió el turno y tu mamá no pudo dormir pensando que nos iban a decir que sin papeles no nos podían atender, un papelito doblado que yo metí dentro de uno de los bolsillos de la camisa y que luego puse encima de la cómoda del cuarto pero nadie sabe cómo desapareció como por arte de magia y estuvimos buscando hasta que el sueño nos rindió, debajo de todas las camas, en los tanques de basura, encima de los escaparates, en los libreros, en todas las habitaciones, en carteras, monederos, lugares escondidos y perdidos, pusimos velas y dimos chuchazos a San Dimas pero nada, el dichoso papel no apareció nunca o se fue volando atemorizado de volver al lugar de origen donde lo habían firmado los médicos de guardia y obstinadamente no quiso aparecer dejándonos a la deriva como bote en alta mar...
Pero no hacía falta el papelito... la secretaria anotaba a la gente por orden de llegada, nadie salvo nosotros estaba preocupado por aquel pedacito de papel firmado, unos entraban y otros salían por las ventanas sin cristales y las puertas sin cerrojos, por dentro de los baños a los que habían quitado los azulejos, por los boquetes del techo y los entrepaños de los pisos, en medio de elevadores, locales de limpieza, escaleras aledañas, pasillos interiores, calles, escondrijos, tugurios y lupanares hospitalarios y nosotros allí con el número 1 en las cabezas esperando que trajeran los antisépticos, las curas y los medicamentos y vinieran los doctores, el personal paramédico, los visitantes, amigos, curiosos y transeúntes de todos los municipios de la ciudad porque allí mismo en los bancos de espera nos enteramos que el único lugar donde raspaban las heridas de la piel quemada, echaban los líquidos salvadores, inyectaban desinfectando aquellos traumas epidérmicos era precisamente en aquella consulta de quemados y ya no nos podíamos ir a ningún lugar porque corríamos el riesgo de quedar paralizados por bacterias, virus, infecciones y enemigos biológicos y el peligro de quedarnos tiesos como faraones muertos, como hindúes cremados sobre piras de maderas olorosas y por cada minuto que pasaba nos íbamos aferrando a las sillas donde estábamos sentados hasta que aquel grito desgarrador de la enfermera llamando por nuestros nombres nos trajo a la vida y nos pareció que algo bueno nos iba a pasar detrás de las puertas sin cristales y sin luces de la doctora de guardia...
No te puedes imaginar la importancia que tiene un pellizco, un apretón de dedos encima de la piel para recordarnos que estábamos vivos, ya tu mamá curada, ahora sentada en el pantry sintiendo cómo llegaba el aire presuroso del jardín a traernos el olor de flores reunidas del lado de acá de aquella cerca de alambres... A ella le destaparon la quemadura, le cambiaron las vendas, le dijeron que fuera de nuevo el lunes próximo y que hiciera reposo absoluto, algo tan increíble que no sabemos cómo siguen indicando eso los médicos de todas las latitudes todavía... Un reposo que implicaría ni respirar siquiera, que no se le movieran ni las sístoles ni las diástoles del corazón, que detuviera el torrente sanguíneo y el ritmo de la presión arterial a cero completo y por supuesto que ni siquiera tuviera ojos para verle el pelo rojo a la perra Canela ni el negro a Tily la perra, ni oídos para sentir cómo choca el periódico contra el piso en horas de la tarde, ni sensibilidad en los dedos para escoger el arroz que nos vamos a comer todas las tardes, un reposo de sepulcros, de paradas de autos, de estacas de vampiros, un reposo inexistente sobre todo en esta casa donde el teléfono suena cada 5 minutos exactos, las perras ladran a cualquiera que pasa y los vendedores no te dejan tranquilo las 24 horas del día...
Nos sentamos allí, a pintar cocacolas en el aire, a hilvanar cuentos de nietos escondidos, a chismear de todo lo humano y lo divino, a leer sin páginas, a soñar palante despiertos, nosotros los homo sapiens tipo hormiga, los hormiguíticus habanerus, esos mismos que no se habían imaginado los cientos de miles de enfermos que recorren los hospitales, médicos de familia, cuerpos de urgencia, policlínicos, consultas, médicos particulares, curanderos, espiritistas y santeros, enfermeros graduados y no oficiales, medicamentosos, recomendadores, sugerenciosos y asesóricos, cientos de miles de personas enfermas y sanas que para cualquier cosa que te pase te dicen que lo mejor que puedes hacer es tragarte un paracetamol en un poderoso vaso de agua al tiempo y que encima de eso mejor acompañarlo con meprobramato, clorodiasipóxido y cualquier otro medicamento de la medicina verde u homeopática para al final consultarte personal o telefónicamente, desearte salud y suerte y dejar sentado que cuando lo necesites tienes a tu disposición su almacén personal de medicinas eficientes...
Y tu mamá ahora está en casa haciendo el reposito con la pierna levantada por unos minutos, leyendo cuanta revista le cae en las manos y eso es lo mejor de toda la semana porque parece que con la ampolla del pie, se le olvidaron los dolores de la cervical, el colesterol se le ha regulado, la presión arterial también y hasta se le ha abierto el apetito cosa que no le ocurría desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, cuando tenía 5 años de edad... No, si yo te digo!!
sábado, 9 de febrero de 2008
Odisea médica
Publicado por Aguaya en 10:59:00 a. m.
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2 comentarios:
pasamos a saludarte, tienes un muy buen blog felicidades
saludos desde Reus Catalunya Spain
Bienvenido Té la mà Maria - Reus!!
Gracias por tu comentario! Yo se lo paso ahora por email a mi papá, que vive en Cuba, seguro se pondrá muy contento! (él escribe allá, yo publico aquí)
Saludos a Catalunya desde Berlín!!!!!!!
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