Nos hemos convertido en bineurónicos, unos binarios vivos con dos principales neuronas: la de comer y la de dormir. Cuando dormimos soñamos que comemos y cuando no comemos no podemos dormir. Comer para dormir y no al revés, para mantener la obsesión latente, presente, omnipresente, consecuente, constantemente, como entes que somos. Es una ansiedad por rellenarnos las tripas con algo, sólido o líquido, algo en tubos o compactados como el jabón de lavar, ingerir alimentos como los cosmonautas, como los cerdos, los pollos de crianza... y luego podrir como los grandes reptiles, somos como boas, majáes santamaría con el estómago lleno, ahítos, el hombre es un animal que come decía Aristóteles, dejar de comer por haber comido no hay nada perdido era la frase predilecta de Heliogábalo...
Yo no como carne, atestiguan los vegetarianos puros, esos que se ufanan de no deglutir cadáveres, solo hierbas, vegetales del cantero, un yerbazal inmenso como la amazonia, langostas humanas de esas que se comen un baobad entero con raíces, tierra, flores, mientras nosotros los carnívoros los heterocárnicos digerimos todo tipo de carnes, masas, pellejos, huesos, grasas, los metemos obligados en la máquina de moler y tragamos, embutimos el organismo, nos enorgullecemos de acabar con las montañas vivas (todo lo que vuele que no sea un avión, lo que flote que no sea un barco y lo que camine que no sea un tanque)...
Es hora ya de que meditemos qué realmente somos los terrícolas (debían llamarnos acuícolas porque es mayor la superficie de las aguas que de la tierra, eso sin contar los glaciares, esa poderosa máquina de hacer helados de todos los sabores) de qué estamos hechos de una sustancia cósmica con más del 72% de agua, por qué comemos, por qué dormimos, qué es lo que realmente hacemos (despiertos dormidos?), soñadores, dormilones, despiertones, nosotros realmente no hacemos nada, solo transformamos la materia prima inicial en un output como decía Althusser unos días antes de volverse totalmente loco y entrarle a hachazos a las puertas y ventanas de su casa...
Nos levantamos de noche con el insomnio estomacal y andamos directo hasta la nevera, como los osos polares que van a buscar su cuota de pescado en la alacena de un iglú natural, si logramos dormir se nos despiertan los ojos no por la claridad del ambiente sino por el hambre ocular, la esclerótica pide agua y sal, ver el amarillo del huevo hervido no es otra cosa que el síndrome del hambre del ojo, ver tostarse una rebanada de pan... nuestros sentidos olfativos nos exigen oler una fritada, una leche hervida que se desborda del jarro, nuestras huellas dactilares sienten solamente cuando acarician un trozo de chocolate, degustamos el dulce, la mermelada, solo oímos la semilla dentro del aguacate, una semilla de mamey resbalosa, azucarada, lista para oler y comparar con el olor de las almendras... son almendronas pero más grandes.
Las tiendas no satisfacen la demanda, pedimos más, queremos más, necesitamos toneladas de quesos, de mariscos, de animales muertos, de campos sembrados, nosotros los depredadores, los devoradores de todo, nos estamos comiendo nosotros mismos en un ejercicio de canibalismo fervoroso, como si trituráramos la cáscara de millones de panes para empanizar la chuleta más grande del mundo, solicitamos hamburguesas, en los desayunos frugales y opíparos, en las meriendas, el café de media mañana, las donas de policías, los almuerzos gigantescos, el té de las tardes, las comidas generosas, las cenas inventadas, las madrugadas apetitosas... De todos los órganos internos del cuerpo humano el intestino es el más largo y voluminoso y sin embargo la neurona del cerebro es casi invisible, tenemos veinte mil millones más o menos que gastamos y nos duran para toda la vida, las gastamos y no las recuperamos... una célula que come algo para producir nada, una nada ayúnica, estéril, una imagen ideal sin estómago, que no es la cosa misma sino su reflejo, esa es la neurona que se excita por las dendritas y los axones, una microcélula que nadie sabe a qué rayos sabe ni cuándo se llegó a formar... probablemente a partir de los ácidos.
El bostezo no es síntoma de salud sino de necesidad alimenticia... La sangre no es otra cosa que la modalidad de los cuerpos albuminoideos... el genoma, las combinaciones químicas, los lunares, los glúteos, las uñas, las imprescindibles pestañas no son más que gotas de alimento... el ser humano es una bola de carne con ojos... fulano es un pan... está gordo como un cerdo... ella suda como un luchador de competencia... si ella no come comemos por y paella... la dieta no es limitación sino pura bobería de impotentes sexuales... un beso es un gramo de proteína... el amor entra por la cocina... te invito a comer... ostras!!!... un pan con timba y guayaba no... No hay mejor sacerdote que una pierna de cerdo... Barriga llena corazón contento... La anorexia es la obesidad al revés..
Lo mejor para muchos es seguir comiendo, desaforadamente, sin pena ni tasa, sin límites, ad libitum (a voluntad, a elección), con el orgullo de llevar dentro una carga pesada, una medalla de alimentación, una PH viva (PH es la proteína histórica), enérgica, que se muestre como valladar contra los vientos de cuaresma, ciclones y terremotos, obstáculo contra enfermedades de todo tipo, vacuna contra el hambre... Comer bien y no mirar a quién... como el manjar predilecto de Víctor Hugo (comer una naranja con cáscara, a dentelladas, de sobremesa) o el de Enrique VIII liquidar una pierna de cerdo asada con las manos como si fuera la misma naranja pelada por la famosa maquinita. Y luego dormir, ambos dormían desesperadamente, soñaban despiertos uno con escribir novelas de todo tipo y el otro con degollar mujeres, delgadas, finas, no obesas.
No existe relación probada entre la rellenez del intestino y las pesadillas. Falso completamente, las más truculentas pesadillas se sueñan en el horario del matutino cuando la digestión ya hace horas que pasó. Son pesadillas de andén de trenes, breves, pasmosamente olvidadizas, que uno mismo elabora casi al despertar y duran poco porque no están asociadas al comer sin tasa. La gula es un pecado agradablemente sazonable, una desviación de especias hacia el corredor de la mente, no hay como soñar pesadillas después de una cena deliciosa llena de fantasmas olorosos a clavos de cocina, cilantros, ajos y cebollas, frijoles dormidos con hojas de laurel y comino molido.
El cubano come de todo, hasta piedras comemos, sin algún plato en específico, un congrí por ejemplo, unas masas asadas de carne de cerdo, una yuca con mojo de ajo y ajo, unos tostones de plátanos verdes, una ensalada mixta de ocasión y luego de postre unos casquitos de guayabas con queso crema, café sin mezcla, agua bien fría y una cerveza en vaso sudado bien tarde en la noche, para soñar pesadillas de cocina, películas de sábado de gloria, de nochebuena semanal, de picnic casero, meter todo lo que encontremos dentro de los calderos y destapar a cada rato, oler y probar, deglutir, tragar, respirar profundo y luego echarse a dormir inmediatamente, boca arriba en el primer sofá que encontremos, sin que nos molesten las moscas, nos piquen los mosquitos o nos despierten los ruidos extraños de los pregoneros que nos venden cualquier cosa menos su alma, soñar así pesadillas de horror y despertarnos sobresaltados sabiendo que la misma soñadera era falsa y tuvo el mérito de despertarnos para que fuéramos directo hasta el refrigerador a consumir nuestras tres bolas de helado de chocolate con crema encima, para volver a dormir a pierna suelta, soñando entonces con volver a abrir los ojos y no hacer otra cosa que volver a comer...
Comer con adobo o al natural, al vapor, batir, blanquear, tomar un caldo blanco, cincelar las hortalizas, cocer o no, confitar, decantar, dorar, escabechar, o preparar una farsa, o mejor fondear, hidratar cociendo a la inglesa, a la francesa, a la juliana o mejor como en Macedonia o si uno prefiere macerar, marinar, perfumar, saltear en el wock chino, pero con mucha sazón y bastante sal y por supuesto sofreír, trinchar, reducir, refrescar y rehogar, mojar, revolver, cortar, picar, pelar, raspar, hacer y deshacer, voltear, en fin preparar para comer, ese verbo en el que no podemos dejar de pasar ni olvidar, para poder presumir, para ir a cenar... y no morir, sino vivir. Por todo eso y por mucho más necesitamos una nueva edición del manual de Nitza Villapol o adquirir el de Gladys Egües (algo parecido que se vendió en la actual Feria del Libro) con recetas fáciles de hacer...
En la reserva diaria debemos tener acelgas, berenjenas, calabaza, habichuela, col, maíz tierno, cebolla, quimbombó, remolacha, pimientos, guisantes, frijoles, boniatos, papa, malanga, plátano, otras viandas, arroz (sin arroz nadie se atreve a comer), zanahoria, perejil, algo de pollo Alicia Alonso, carnes, mariscos, coco, frutabomba, guayaba, mango, melón de agua, piña, aceite, mantequilla, yogur, si se puede un guanajo (en el país existen todavía muchos guanajos), codornices si las hay, una jicotea, colas de langosta, camarones, ostiones, pescados, sin pescar, carne de res, lomo de cerdo (en el país hay muchos cochinos todavía), una jaba con algo, azúcar, sal y un manual o recetario...
Vamos a experimentar: Mayonesa de vegetales y aguacate: 1 aguacate maduro, 2 cucharadas de ajo majado, 4 cucharadas de aceite, 2 cucharaditas de zumo de limón, sal al gusto. Aplasta la masa de un aguacate maduro y únele el ajo majado y la sal a gusto. Luego, poco a poco le añades las cucharadas de aceite y revuelve hasta que espese. Por último le adicionas el jugo de limón. O también una salsa de perejil y ajo: 1 taza de perejil trinchado, 2 cucharadas de ajo majado, 1/2 cucharadita de orégano, 1/2 media taza de vinagre, 1 taza de aceite y sal al gusto, 1 hoja de laurel o una pizca en polvo. Mezcla la taza de perejil con los ajos, la hojas de laurel triturada y el resto de los ingredientes, rectifica el punto de sal y revuelve. Finalmente añade el aceite...
Sin embargo siempre es lo mejor comprar la bechamel ya hecha en el grocery, las salsas de queso o de albahaca, las vinagretas cremosas, con queso, con limón y comino, con hierbas aromáticas y yogur, una salsa Maitre d'hotel, una tártara... cualquiera, aunque nunca es mejor que la que hacemos en casa, para sentir el placer de ver cómo se hace una salsa, meter paletón de madera y probar, vengan aquí a este circo de cocina a probar mi aliño criollo, mi festín de calabaza, mi almíbar.
El hambre no es una carencia física sino más bien mental, no es una queja del estómago sino del espíritu, es una voz de las masas oprimidas intestinales del cerebro y un vendaval que anuncia nuestro principal pecado: esa tozudez que heredamos del animal que nos antecedió y que más nos guste con el ánimo de emprenderla con todo lo vivo alrededor para engullirlo, aderezarlo, sazonarlo, asarlo, comerlo crudo, masticarlo, saborearlo, desaparecerlo de su existencia real objetiva y convertirlo en idea de satisfacción por aquello que recomendaba Raúl Gutiérrez Serrano: "Necesidad satisfecha no motiva"...
Comer una y otra vez la misma cosa para saber qué sabores tiene y soñar lo mismo aunque lo repudiemos o no nos acordemos de lo que soñamos... Un sueño culinario exactamente igual al que tuvieron los primeros hombres y mujeres del mundo cuando vieron aquella pizza margarita ponerse roja dentro de un horno eléctrico. Y después de comer, que vengan los terremotos... que nos cremen, que nos lancen desde el acantilado hechos polvito ensobrado como los polvos que una vez mandaron de una vieja que murió en Miami y aquí la gente creía que era una sopa ensobrada y se la comieron todita en la película "Los Sobrevivientes" de Tomás Gutiérrez Alea. Ah!... el placer!!!, como decía nuestro querido amigo Tata Güines, que en paz descanse: "Hala más que una turbina de Mig 15".
miércoles, 27 de febrero de 2008
Comer y dormir...
Publicado por Aguaya en 9:41:00 p. m.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario