(Complaciendo peticiones, según tema solicitado en un comentario)
Esta historia es tan antigua como el dinero mismo, hecho monedas o papel, sal o cueros, ganado o metal, la gente se fijaba en quien lo poseía o en el que no lo tenía, pero siempre salía a flote la misma pregunta: ¿De dónde sale este dinero?
No me voy a meter en la cueva donde lo tengo escondido, ni en esta región de mis parietales donde está su imagen fosforescente porque no tenemos mucho tiempo para ello. Sencillamente voy a tratar de responder las interrogantes de un amigo(a) que preguntaba acerca de los cumpleaños, los quince, los santos, los fines de año y algún que otro desengaño, momentos en los que la gente gasta, compra, vende, trafica con algo, mercadea, hace algún intercambio en que de alguna manera u otra interviene el dinero, cosificado en algo o como medio de circulación, ese mismo que nos pagan cuando cobramos la chequera de jubilado(a), el salario como trabajador(a), el pago por haber realizado algún servicio o por haber ganado en alguna apuesta, aquel billete o moneda que llega a nuestro bolsillo como resultado de haber dado alguna cosa a cambio, de haber entregado un valor de uso para mí por una cuota determinada de valor que tiene otro...
Yo puedo entregar una mano de plátanos (un valor de uso) a otra persona y recibir de ella 15 pesos cubanos (un valor) si la mano tiene 15 plátanos y cada plátano vale digamos 1 pc cada uno, porque si los precios o los plátanos son diferentes, pueden valer menos o más. Mejor no sigamos en eso o caemos en el lugar donde no quería caer por falta de tiempo... Vayamos a la pregunta: ¿de dónde sale ese dinero?
En mi modesta opinión en las condiciones actuales aquí y ahora, la procedencia de esa peculiar mercancía que llamamos dinero tiene 8 vías fundamentales originarias (en cierto sentido podemos decir sin lugar a dudas que el dinero actual tiene su origen en las ocho vías...). Debo aclarar que desde mi punto de vista el orden de los factores no altera el producto en esta explicación concreta, claro. Dejemos de dar vueltas y vayamos al relato concreto... de las vías.
Primera vía: La existencia de un dinero atesorado es un dato que encontramos en la caja familiar desde cuando nacemos, que alguien depositó allí y nunca sabemos ni quién lo hizo, ni cuándo, ni por qué... del cual nos damos cuenta cuando lo descubrimos o nos dicen que está, esperando a que lo saquen de su atesoramiento que viene a ser una caja-baúl parecida a la que usaban corsarios y piratas y que tal vez un día enterraron en una cueva extraña, con un mapa, una cruz señalando el lugar... Por regla general este dinero siempre existe en monedas de oro, un metal reluciente, dúctil, maleable, resplandeciente y atractivo, como los dientes de oro que hoy se usan cubriendo dientes de dentaduras o de prótesis... unos dientes para damas y caballeros, niños y ancianos que son un primor y que tienen la misma pregunta flotante: ¿de dónde sale el dinero para ponerse un colmillo de oro? Como que nadie sabe cómo apareció este tesoro en la caja familiar, el origen de esta vía permanece hasta ahora en el baúl de los recuerdos, como uno de sus tantos misterios.
Segunda vía: El envío remesado de alguna cantidad de dinero contante y sonante ya sea por intermedio de un visitante (amigo o familiar), a través de una agencia bancaria, una tarjeta de crédito o de débito que es lo mismo aunque no es igual, un cheque de viajero, una transferencia bancaria, un fax, una llamada telefónica o cualquier cosa que huela a eso, digamos como una carta a mano, una notica, un nosequé que es la vía más usada últimamente y es otro dato. Casi siempre el asunto comienza con un mensaje recibido: "Oyeeee, pallá va un amigo que te lleva 50 lechugas".
El tipo viene, vamos con nuestra jabita a buscar las lechugas, él las entrega, firmamos el papel con el número del carnet de identidad y nos metemos las lechugas en el bolsillo para comprar algo en alguna shop. Pero por mucho que le preguntemos a quien nos envía el mensaje nos entrega las lechugas o a las lechugas mismas ni el que nos las manda ni ellas mismas pueden responder a ciencia cierta: ¿de dónde salieron estas frescas, verdecitas, apetitosas y sin sal, lechuguitas de mi vida? Parece que el (la) que envía (el remitente, la remitente) no quiere contestar o no puede hacerlo y las lechugas mismas tampoco, así que la respuesta sigue escondida debajo de ese montón de hojitas encrespadas buenas para ensaladas. Y sin embargo, este es el único dinero que viene envuelto en una cremita de amor, como mayonesa, una cremita para envolver dinero, amorconfé (familia en el exterior), como el caféconchí que nos entregan con amor en la bodega de la esquina...
Tercera vía: El dinero encontrado por casualidad... Encontrarse dinero, en la calle, en la casa, dentro de alguna ropa colgada, en un bar, en la basura, dentro de un carro, en un hospedaje, en un techo, en el mar, debajo de la tierra, en una tienda, en fin, en cualquier lado, es una de las alegrías más grandes del mundo, algo así como encontrarse con una persona conocida y afectiva al doblar de la esquina, como si el ruido de la hierba nos estuviera advirtiendo que allí está uno que hace años no hemos visto...
Es una alegría parecida a la de la lluvia repentina, a la de la ventolera que nos vuela el sombrero, a la de una mujer que de pronto te bese y te diga que se ha confundido de persona, como la de la noticia de que no tienes nada en los análisis de caca que te hiciste, en fin, un dinerito sorpresivo, mágico, que apareció porque te lo mereces, el dinerito por haberte portado bien, allí esperando en la acera a que tú pases y veas el rollito con el billete de 20 pesos sonriente, afectuoso, pródigo, salvador... Pero por mucho que hagas el cuento o le preguntes al mismo billetico, nadie te va a decir de dónde salió porque decirlo sería reconocer como encontrada algo que la gente poco a poco va olvidando: la honestidad.
Y si somos honestos tendríamos que devolverlo tal vez a aquella viejita a la que se le perdió... "Hijo mío: ¿no has visto un billete azulito de veinte pesos que se me acaba de perder?", te dice la viejita y tú con el billete en la mano en plena calle, mirando a la viejita, aquellos ojos azules como el billete buscando en la tristeza de haberlo ya perdido y no hay remedio, tendrías que entregar ese billete a la viejita, digo, si tú eres un ser honesto... O arriesgarte a no poder dormir durante el resto de tu vida. Pero si nadie te lo dice, la misma pregunta te atormenta siempre: ¿de dónde carajos salió aquel rollito callejero que me encontré ayer?
Cuarta vía: El dinero invertido... Este es un caso de malabarismo. Compramos por diez y vendemos por 20 la misma cosa, digamos una llave de lavadero... Pasamos por una tienda de oferta en pesos cubanos y están vendiendo como oferta especial las llaves de lavadero (que antier costaban 80) por 10 pesos sencillos y concretos. Y Ud. lo piensa, no es que necesite el producto sino que le sorprende la oferta... ¿Y están en buen estado?, pregunta. Y le dicen que sí, que se trata de un plan piloto que funciona los jueves una sola vez al mes en que las cosas de aquella tienda salen ese día rebajadas de su precio oficial dirigidas a personas de bajos ingresos...
Y Ud. mira la llave y se toca el bolsillo y sabe que allí está su dinero, sus diez sencillos pesos y Ud. compra la llave y la lleva para su casa allí donde Ud. vive en Calle Valle entre Valladolid y Malleta y le dice a su mujer: "En la calle del callejón vendían esta llave en diez sencillos pesos"... Y su mujer le dice: "Pero aquí no tenemos necesidad de llaves sino de zapatillas". Y le dice el vecino, que estaba ahí esperando a oír algo interesante: "Te la compro en 40 pesos, si no te hace falta". Y Ud. se la vende y se gana 30 pesos... Y Ud. piensa: "Con estos 30 pesos voy a comprar 3 llaves más y venderlas por 40 cada una", pero cuando llega a la tienda de la oferta especial se acabaron las llaves y Ud. espera un mes... y ese día se acabaron las llaves y Ud. necesita una llave para sustituir una en el lavadero que se dañó completamente y la va a buscar por 10 y no la encuentra y tiene ahora que pagarle 40 al vecino que se la había comprado...
Lo que ha ganado por un lado lo ha perdido por otro... Y la pregunta sigue: ¿De dónde sale este dinero para comprar las llaves que venden en las tiendas?
Quinta vía: Es la vía de la alegría (La Gran Vía), en la que uno compra el boleto de la rifa, el billete semanal, apunta el número, tira los dados, apuesta en la ruleta, juega la carta, juega a las tapitas, juega a la bolita, a la charada (20 tibor, 37 gallina prieta), saca como pistola del cinto su dinero para jugar un número cualquiera y acierta... Es el dinero del triunfador, del rey de la jugada, puede hasta ser la quiniela (la primera carrera en un juego de pelota), la chapa de un auto, el perfume de una dama, cualquiera cosa a la que Ud. le juegue, un dinero que viene rápido a la mano como bumerang o no viene nunca si es el caso en que Ud. no acierta, no viene nunca aunque deja intacta la esperanza de que una tarde regresará... Pero ni el que jugó ni el que gana viene con la respuesta de: ¿de dónde salió ese dinero que prometen al que gane?
Sexta vía: La de la tristeza, esa tristeza tiesa confesa y espesa que arrastra la gente que no tiene dinero, al menos en nuestras sociedades actuales, esas que dicen tanto tienes tanto vales, las mismas que no te entregan una salchicha si no la pagas, puede que un día te la regalen pero sería una salchicha regalada excepcionalmente, el asunto es pasar por los pasillos y las vidrieras, ponerse ñato uno mirando para dentro recostado a los cristales, envidiar tener aquella montaña de merengue, aquel carrito para el nieto, aquel coche de paseo, aquel sombrero, aquellas zapatillas de ballet y no poder comprarlos y mirar cómo tienen juguetes los muchachos de al lado, ¿de dónde ha salido ese dinero para comprar señora mía?, y la mujer no te responde, se ríe a carcajadas mudas de tu tristeza, te mira como amagando que te va a dar una limosna pero se queda allí escogiendo el perfume que ella se va a comprar con el dinero que ella tiene en el bolsillo de su abrigo... no te responde de dónde salió... ni siquiera te oye, ni te mira, ni te huele, ni te toca, ni te saborea...
Séptima vía: La del trabajo... es un dinero laboral. Podemos estar o no de acuerdo que no es un dinero fácil, que a veces no tiene correspondencia exacta con lo que hacemos, con nuestra productividad o nuestra calidad de trabajo, que puede estar o no normado, que nos puede o no servir para adquirir tal o cual cosa, podemos discutir si nos pertenece o alguien se lo roba después que lo cobramos, podemos cuestionar lo que querramos, pero el dinero del salario o de la pensión es exáctamente lo que cobramos por algo que realizamos con las manos o los pies o ambas cosas, con el cerebro o con todo el cuerpo, solo o en grupo, antes, durante o después de haberlo concebido pero útil, concreto, consumidor de energías, que se nos aparece como un regalo de Dios y sin embargo pervive como uno del hombre. Y tantas cosas más, podremos saber qué es nuestro salario, de dónde viene ese dinerito, pero el otro, el dinerón ese que está en los bancos, el dinero mundial, aquel dinero que no tengo, ¿de dónde sale?, ¿ese será el dinero acumulado de todo el trabajo del mundo?... Eso nadie lo sabe... Al menos si alguien lo sabe no me lo ha dicho, nunca se ha publicado, probablemente sea una verdad tan redonda y exacta que nadie se la crea el día que se diga...
Octava vía: Es la vía que nadie desea, la única que te trae la respuesta y ya no te hace falta... Estás allí acostado con los ojos cerrados, la boca para no hablar, el cristal colocado encima de tu cara donde no puedes verte, envuelto en tu último adiós, quieto, en silencio, sabiendo que la gente está hablando de ti o de cualquiera pero hablando de algo, sin poder oler el aroma del café que acaban de colar para que otro tome, sin ver las flores que se agolpan alrededor de tu espacio, ni sentir el llanto de alguien, el ladrido de un perro, la voz de una llamada, las palabras de despedida, la orden de seguir, sin saber qué día es ni a qué hora llegará la carroza... ni cuánto va a costar el taxi para llevar a la familia o a los amigos que te acompañan, ni qué van a hacer con los últimos tres meses de tu jubilación, más tiempo en menos espacio, sin un latido dentro del cuerpo ni el correr de la sangre por las venas, con una ropa que no fue tuya en vida y tantas cosas que se han quedado por hacer, dormido sin un centavo de oro en el bolsillo y aquella pregunta sin respuesta: ¿de dónde saldrá todo este dinero para pagar estos servicios y celebrarle mañana los 15 a mi nieta, para ofrendar a los santos, para los cumpleaños de los vivos y las flores de los muertos, para este fin de año que ya no voy a ver?
Por estas ocho vías se llega a Nueva Paz, un poco más y estamos allá en el "Conejito", echamos gasolina con un poco de plata, seguimos a Jagüey doblando a la derecha, buscando siempre el mar en los acantilados, allá en la cueva aquella el ruido de las olas, el sol relampagueando ya vienen los mosquitos, allá los camaleones nadan los cocodrilos, vuelan los frailecillos me tomo una cerveza, comienzas a mirarme me suben en un muro, ya me ponen la trusa qué miedo el mar qué miedo, me duermo allá en las olas se acaba la mañana, me preparan el sueño hoy sí desayunamos, comienza la llovizna duérmete niño duérmete, nace aquel arcoiris ya me traen el tesoro, estaba allí escondido una múcura llena de monedas de oro...
domingo, 13 de abril de 2008
¿De dónde sale este dinero?
Publicado por Aguaya en 6:23:00 p. m.
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1 comentario:
¡jajajaja! le quedó muy bueno eso. Ahora, yo, me quedé igual...
Gracias por tomarse el trabajo. Es un placer leerle.
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