Ya no me pueden decir que no, que no hay habitaciones vacías, que están reservadas para una delegación que vino anoche del polo sur, una delegación de pingüinos que vienen a tomar un curso rápido de cómo caminar sin mover los brazos, de cómo saludar aplaudiendo, de cómo atender mejor al cliente en su mesa, pingüinos uniformados todos iguales como chinos de Cantón. No me podrán decir que no porque desde mañana yo voy a ser igual que cualquiera de esas aves, llevaré mi celular móvil dentro de mi bolsillo, mi tarjeta de crédito o de débito que es lo mismo, mis chancletas de estación, mi short desenfadado, mi barba de tres días, mis ojeras de amor, mi diente de oro, mis gafas para el sol, mi olor a perfume y a sudores, me dirigiré a la carpeta del hotel y me dirán señor, como a cualquier pingüino, me pedirán mi carné de identidad y me anotarán en la misma habitación de mi noche de bodas, aquella misma con mirada al mar en el piso 17...
Hay que tener en cuenta el cúmulo de sentimientos que me van a salir a flote, sentimientos de medio siglo, medio siglo esperando a que me dejen entrar, una cola de medio siglo enfadado, enjuto, con la arruga en medio de la frente, medio siglo preguntando por qué, por qué a mí no y a un español sí, a un ruso, a un japonés, a un alemán, incluso a un pingüino sí y a mí no, yo que trabajo allí, que soy de aquí, como los de Islas Caimán a los que atienden primero que a cualquier extranjero.
Probablemente saque la reservación de un día, la pague completa aunque me quede sin comer un mes, me ponga el traje de baño o la trusa que es lo mismo, pida ir al solarium, yo que vivo en uno gratis, que me rasuren o me afeiten que es lo mismo, me tome en la piscina una cerveza fría que me trae el pingüino de turno, fume yo que no fumo ni bebo alcohol, una cerveza sin alcohol, me ponga a beber tranquilamente oyendo la música indirecta con la misma canción de hace 50 años, mire por la hendija del techo pasar las nubes blancas arrastradas por el viento, mire a la gente cómo se mete poco a poco en el agua de la piscina, mire el ombligo de las mujeres que como yo han hecho lo mismo y me aburra de pronto como si el aburrimiento compactado que tengo encima se me saliera de pronto y ya no quisiera ni saber que el mismo hotel existe, que es aquel lugar extraño donde la gente piensa lo bello que es ver la tele en casa tomando té con galleticas de chocolate...
El asunto más complejo es que la gente se está preguntando por qué no podíamos reservar en el hotel, nosotros los que tenemos la plata para eso, ahora que llevamos 50 años ahorrando ya la tenemos y podemos decir que ese hotel es nuestro al menos por un día, el día de la felicidad como las bodas, como el día en que nacemos, como el segundo en que todavía respiramos, el día de la libertad de poder decirle al pingüino de turno: "Ahora que puedo, no quiero, ahora que estoy en la carpeta preguntando los precios, no quiero, no quiero entrar, me quedo fuera". Es así eso de la democracia: uno quiere votar y vota, quiere alquilar y alquila y si no quiere no vota ni alquila, se la pasa todo el día comiendo mierda paseando por el malecón y es feliz, si quiere trabaja y si no quiere se queda a dormir en el portal de la casa porque le da su irreverente gana de hacerlo, pero el asunto ese de la soberanía consiste en que yo soy alguien, Alguien Fernández Pérez, un mestizo que se ríe pa'dentro, que mueve las orejas cuando come y traga, que hace caca como cualquier suizo, que tiene voz y voto, 20 dedos en el cuerpo, un matador de moscas y mosquitos, un vago habitual o un obrero ejemplar que siente sed, que piensa, que se masturba, que corre para que no se le vaya el transporte, un lector de periódicos, un limosnero, un artista de la plástica, un actor, un comediante, un soldado, un comemierda que ahora está parado frente a la carpetera y la mira con los ojos de la buenaventura y le dice: "Yo quisiera la 1717 porque allí pasé mi noche de bodas hace 50 años". Una frase no solo llena de necesidad sino de libertad, un ruego y una orden, suave como sus ojos, como el perfume que le sale del aliento y que me roza la cara y me deja pensando que soy al menos un pingüino total, al menos por un segundo.
Me iré con la reservación en el bolsillo, el cartelito de que no me interrumpan, la llave en mano, tomaré el ascensor sin que nadie me diga la misma frase de bienvenida: "Qué desea, señor, a quién viene Ud. a ver?", porque yo soy el cliente, el más importante que ha llegado, este pingüino genuino y beduino, este señor que ahora pisa la alfombra del ascensor y dice: "El 17 por favor"... Yo soy aquel que por quererte dá la vida, el mismo que viste y calza, yo el Iván Terrible, este modesto enamorado de la vida que ahora respira dentro del ascensor y se ríe con la victoria de haber esperado medio siglo para entrar como ahora, con el gane en la mano, con el cartelito de que no me interrumpan, sin equipaje, con mi short desenfadado, mi barba de tres días, mi olor a perfume o a sudores, mi libertad conquistada, mis ganas de cagar en una taza automática que sale de la pared, mi baño de vapor y mi masaje, mi tohalla olorosa a detergente y esa música con la misma canción de hace medio siglo, mi ventana mirando al mar y las nubes blancas arrastradas por el viento, por favor a la 1717 tráigame bocaditos de jamón con queso y sin pepinos, cervezas sin alcohol y un termo de café que vamos a brindar y la cuenta en el plato, un cartoncito con la cuenta... Y si me llaman que no estoy, que me he perdido, que ya soy otro, que tengo algo, que estoy entero, que me derrito, que yo soy yo, que los pingüinos, vengo del sur, con mis canciones, yo que no fumo, me rasco un dedo, yo que no bailo, la diez y siete, aquí vivimos...
martes, 1 de abril de 2008
En este cuarto de hotel...
Publicado por Aguaya en 2:33:00 p. m.
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6 comentarios:
totalmente de acuerdo.
esto saldra manana en nuestro blog con el permiso de ustedes.
un abrazo,
tony.
Estos relatos no se si me dan mas rabia o tristeza...
Un saludo fuerte,
Lena
tony, ya te comenté en el otro: pón lo que quieras!! "Este" es tu blog!
Lena, a mí me dió tristeza, creo que esa palabra está mejor que "ganas de llorar", como puse en mi blog.
Saludos a los dos!
Eso es lo peor la cantidad de sentimientos encontrados que despieratn el cese de las prohibiciones absurdas... que lo hace pensar... pero esto... esto... esto no es lo que yo quiero...
Una empieza a cuestionárselo todo, verdad?
Un abrazo, Mede!
Me he quedado sin palabras... felicita al viejo por este post
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