Hoy fui temprano a la consulta del médico, una mañana lluviosa en extremo de una primavera adelantada, un semi-invierno atrasado y rumores callejeros de que no iba a llover tanto y que después el sol irremediablemente iba a salir de su escondite a calentarnos la tierra.
Y sin embargo sucedió todo lo contrario: cayó un torrrencial aguacero desde las 6 de la mañana, un aguacero de verdad de goterones enormes y verticales, sin viento ni remolinos, un manantial celeste que no paró hasta que las calles le pidieron que por favor cesara, que amainara unos minutos para poder desbloquear las alcantarillas, hacer que los desagües se destupieran y que la gente fuera adonde pensaba ir, a pasear, al trabajo, al médico, a la farmacia, a ver la novia, a correr, a lo que fuera pero sin lluvia, sin inundaciones, sin derrumbes, tranquilamente como siempre, como todos los días...
Me refugié con mi pequeña sombrilla y mis zapatos mojados, más bien entripados en el pasillo del hospital, un pasillo atestado de gente, sentada y de pie, que entraba y salía, un pasillo rectangular con custodios detrás de los cristales, los pisos pulidos, alumbrado, pintado y reparado, me puse a mirar los falsotechos, las salidas del aire acondicionado central, me puse a ver cómo entraba y salía la gente y si éramos iguales o diferentes, me puse a contar cuánta gente estaba allí esperando la consulta y los análisis de aquella sección del hospital, yo de pie contando ovejas vestidas que saltaban la cerca del corral unas tras otras, hasta que se me acercó la abuela que atendía el baño y me dijo: "Está contando las ovejas que saltan la cerca?". Y le pregunté que cómo lo sabía y me dijo que al contar yo estaba diciendo con los labios "una oveja, dos ovejas...", me dijo que estaba perdiendo el tiempo porque podía contarlas de una sola vez y rápido y le pregunté cómo y me dijo: "En el salón hay 137 sillas fijas en el suelo, cuente los asientos vacíos"...
Había 7 asientos vacíos por lo que allí sentados estaban 130 personas y le dije: "Hay 130 personas". Y la abuela me dijo que entonces los que estaban de pie los agrupara de a 10 y calculara cuántos podría haber y calculé más o menos 200 (20 grupos de a l0, le dije) entonces ella me dijo que había que sumar 200 y 130= 330 personas y restarle 20 por si nos habíamos equivocado en la agrupación de a 10 y que con esa cifra (310 personas) la cuenta era más fácil porque los que entraban (digamos 8 y los que salían digamos 6) nos daba un promedio de 2 personas que entraban por minuto, se quedaban dentro hasta que dos horas después comenzaban a salir y el local se iba desinflando, se iba quedando vacío...
Quise decirle algo pero se me olvidó, no la pude ver más, se me confundió entre el gentío que estaba, que entraba y que salía y empecé a procuparme si habría sido cierto que la señora se me acercó y me ayudó a calcular la cantidad de personas que me acompañaban en la cola del médico... Entonces opté por dejar las cuentas a un lado y enumerar las diferencias entre personas: salvo la estatura, la vestimenta, el peso, el color de la piel, del cabello, del sexo, de la edad, la gente era igual, hablaba igual que todos en el local, movía las manos y los brazos señalizando la palabra, la gente estaba inquieta, sentada o de pie, moviendo los brazos como si fueran aspas de un ventilador ruso Orbita y en la medida que se movían los cuerpos iba creciendo el tono de la voz convirtiendo el local en un enjambre ruidoso de personas, un enjambre de avispas alteradas, discutiendo los más variados temas, un parloteo ensordecedor de todos contra todos incluyendo enfermeras, ujieres, custodios, choferes, enfermos o saludables, pacientes o no, un cotorreo ruidoso en extremo hasta que la enfermera dijo algo con un grito ensordecedor: "¡Silencio para entregar los turnos!". Y se hizo un silencio de cementerios, un silencio total como
si nos hubieran metido en una cámara de tomografía axial computarizada, un silencio no solo preocupante sino aburrido, estresante, extraño, ecuménico...
La gente fue tomando su turno numerado y se perdió en cada habitación del salón o se sentó en las sillas, en las jardineras sin flores, en los muros, los quicios o se quedó de pie frente a la puerta de los especialistas y me puse a mirar los que se quedaron en mi grupo y me di cuenta que estaba al lado de Juan Torena, alto, fornido, melenudo, sonriente y sudado, en short y camiseta con la mano escondida a la espalda y el pecho mostrando dos medallas de oro y le dije: "¡Alberto!". Como si Juan me conociera y vino a mí y me dijo: "¡Torena, cará...!". "¡Esto se está acabando... gracias a tí...!", refiriéndose a la cola de gente frente a la puerta de los especialistas y me fue a abrazar pero se diluyó allí mismo en la cola de los que habían perdido la memoria...
Y vino de nuevo la viejita y me susurró al oído: "La mano que lleva a la espalda es la que tiene el corazón... él siempre viene con el corazón en la mano". Pero cuando quise preguntarle la vieja no estaba, ni Juanto tampoco y yo tenía dos monedas en las manos y decía bajito mirando las monedas: "Dos medallas olímpicas..." y ví como la muchacha que estaba al lado mío en la cola sonreía como si ella supiera el significado para mí de aquellas dos monedas de oro, yo un Don Juan en la cola de los insomnes.
Pasaron solo unos minutos que me parecieron 50 años... viendo entrar y salir gente del salón, de las consultas, oyendo conversaciones en alta voz, susurros, ayes y quejidos, patologías, sintomatologías, posologías y diagnósticos, medicamentos y mejunjes, remedios santos, consejos, todos iguales, dichos por enfermeras y doctores, por choferes y custodios, por mujeres y hombres, por viejos y viejas, deportistas e intelectuales, obreros y campesinos, estudiantes y militares, menos los niños que dicen solo lo que les enseñan los padres, estábamos allí quejándonos, compitiendo a ganar algo con la enfermedad más tenebrosa y difícil, la gravetomía, nosotros los hipocondríacos, los anémicos, los herniados, sordos e hipoacústicos, gastroenterologéricos, los renales, hepatográsicos, icterohemoglobinúricos, meprobramáticos, hipodérmicos, drogadícticos, hiperkinéticos, diabéticos, nosotros los enfermos que decimos que aquí la gente no trabaja y se pasa el día en los hospitales hablando de los demás y olvidándose de lo que le dicen los médicos...
"¡Juan Enfermo Torena!"... Llamaron por el altavoz y me di cuenta que era yo, el medallista, al que le tocaba entrar en la consulta, el de la dosis exacta, el tarjetónico, el recetámico, el stock ambulante de medicamentos, el pálido ejemplar, el Dr. Torena, Juanito como me dicen en casa... Ahora sentado en aquella misma silla de la consulta esperando la misma pregunta de siempre: "¿Qué se siente, Dr.?"... Mi silla... Pero lo ví todo blanco, como bata de médico, lo ví todo blanco azuloso como radiografía sobre la placa, una placa de cabeza completa que me miraba colgando de unos palitos de tender ropa que la aprisionaban a un cordel y que el otro médico tenía ahora en sus manos sin guantes, delante de los cristales de sus espejuelos de consulta, sus bifocales de especialista y me dijo: "A Ud. se le está escapando la memoria"...
Es cierto que se me olvidan cosas, que cuando me acuesto o me levanto cierto vahído me toca de cerca y hago el intento de recordar pero ni modo, el sueño o la pesadilla de la noche anterior se me olvida, se me olvidan los nombres por ejemplo de la protagonista de la película Casablanca, recuerdo a Sam, al negro que tocaba el piano, a Bogart con su saco blanco y su corbata diciéndole parado junto al instrumento: "Te dije que no la tocaras..." y Sam con un gesto de ojos y arrugas siguió tocando "Cuando pasan los años" y miró a la protagonista para desde allí comenzar la verdadera trama... Pero no logro recordar el nombre de ella... Eso me pasa Dr. una pérdida de memoria incomprensiblemente absurda, hasta que alguien que me encuentre y le cuente mi lapsus me diga sin esfuerzo ninguno: Ingrid Bergman... ¡Claro, Ingrid...! Y entonces viene la avalancha de recuerdos, que me duran semanas, yo sin poder dormir, recordándolo todo hasta el próximo vacío, hasta el siguiente agujero negro algo así como un soplido que me pone indefenso ante el peligro. Eso es muy grave médico, ¡muy muy grave!
"Si tiene insomnio, no se preocupe quédese despierto que luego va a dormir. Si se le olvidan cosas no importa, eso sucede siempre, míreme bien yo padezco también de esa especie de amnesia, si no tiene apetito quédese tranquilo que el apetito viene, apetito sin alimentos es como jicotea sin carapacho, si no recuerda a veces cuándo comió tal cosa, mejor, así su masa encefálica le va a durar más...", dijo y no me dio recetas, me pasó un número para que lo viera en la próxima consulta el mes entrante y me dijo al levantarse: "Si no llueve...".
Y salí a aquel pasillo, al salón para encontrarme con la mirada de la gente que estaban vestidos como yo, de mi misma estatura, con la misma cicatriz en la cara, gente flaca y encorvada como yo, con dos monedas en la mano aprisionándolas como medallas de ganador de campo y pista, ansiosas por saber qué me habían dicho y les dije: "Nada"... y comenzó el barullo de nuevo, un escándalo gigantesco en el que pude entender qué nos estaba pasando, habíamos hablado tanto que nos habíamos olvidado de hacer las cosas, nos habíamos enfermado de conversacioncitis y eso ni era preocupante ni grave, sencillamente era una patología con la que se podía seguir viviendo, pero altamente contagiosa, al mismo tiempo que necesaria, una especie de patología genética de la que no podríamos librarnos nunca...
Una perniciosa enfermedad que implicaba habernos olvidado de los apellidos de los amigos y de otras personas, de nuestros padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, de todos los apellidos de la parentela completa, de sus direcciones, del color de sus ojos, un olvido implacable que nos había rellenado una sección del cerebro con los títulos de películas y de actores-artistas y nos había borrado el de las tumbas de los familiares en los cementerios, que nos había hecho especialistas en identificar viandas, carnes, vegetales y frutas en cualquier mercado y nos había hecho olvidar las fechas de nacimiento de la familia, una patología que nos había sembrado los números telefónicos de los vecinos y nos había hecho olvidar los de la gente que nos quería...
Nos habíamos olvidado de casi todo, de leer un buen libro, de ver una buena pintura, de asistir al teatro, a la iglesia, a un museo, recordábamos perfectamente cuantos dedos teníamos en el cuerpo y no sabíamos en qué calle nacimos, nos sorprendíamos que aquel bisabuelo se llamara Eustaquio, le apodaban Paco y hubiera muerto en un accidente al tratar de cruzar una línea de ferrocarril y no cumplir con la señal de pare... Recuerdos pocos y olvidos muchos, nosotros los olvidadizos, los atarantadamente huecos, los perdidos, con lo interesante que se convierten las azoteas elevadas y el mar allí mirándonos para que siempre lo recordemos.
Pero era más grave la enfermedad de lo que decía mi amigo el galeno... Era una enfermedad hereditaria, ya los nuevos parientes nacían contaminados, nada sabían ni siquiera de sus propios padres, ni por qué dormían, por qué estaban despiertos, por qué tenían que desayunar, porque tenían que conocer la diferencia entre correr y caminar. Desde pequeños se habían olvidado de tanto que ya después no sabían ni recordar, ni sabían quiénes habían sido, quiénes realmente eran y en qué se iban a convertir... Como en el salón aquel: todos iguales poco diferentes, una sola persona-robot masiva olvidadiza que no sabía ni el día en que estaba viviendo, ni la hora, ni el tiempo meteorológico, ni las rutas de guaguas, ni el número del turno, ni el año de nacimiento de su mujer, ni el nombre de la escuela donde aprendió a leer y a escribir... que nada sabía de arte, de religión, de filosofía, de historia de las ciencias, un cero a la izquierda, un "ao" vestido de pelotero, un "ná", unos pacientes-médicos que se habían olvidado de lo más elemental en una consulta: que cada cual es diferente al resto.
Cuando me marchaba sin mirar dejando atrás aquel gentío hablando a gritos y gesticulando, la vieja me haló por la camisa enseñándome un pedazo de papel higiénico y me dijo: "No le hagas mucho caso a lo que te dijo el Dr. que a todo el mundo le dice y le manda lo mismo: meprobramato". Y me dejó el pedazo de papel para que me secara la cara mojada por el aluvión de la mañana, pero eso también se me olvidó y ya con el papel en la mano no logré recordar dónde había olvidado mi sombrilla.
jueves, 10 de abril de 2008
Me estoy olvidando de algo y no se de qué...
Publicado por Aguaya en 12:06:00 p. m.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
6 comentarios:
Tu viejo se mejora cada dia. Este es simplemente genial. Dile que aunque el no lo sepa y no salga en Granma, ahy mucha gente a las que les alegra las mañanas.
Un saludo desde Texas, Ex-Mexico del Norte
Julio
Gracias, Julio.
Yo le mando todos los comentarios y no los contesto yo misma esperando para que él lo haga cuando pueda, pero quería agradecerte antes que él.
A mí me alegra las tardes (yo recibo sus mensajes entre 2 y 2:30pm de aquí...)
Me encantó, tu relato, lo he vivido, más bien leído, como si estuviera en el lugar de los hechos. De más está decir que volveré para leerme las entradas anteriores, pues ahora debo partir a trabajar. Los deberes me llaman.
Ah! Gracias por incluir mi blog en tus enlaces, yo haré lo mismo de mi parte, pero dame tiempo que soy nuevito en esto. Un saludo.
Vidarosa, los relatos los escribe el viejo mío, que vive en Cuba. Este blog es "de él" y ni siquiera lo conoce personalmente. Ya le paso tus comentarios... Ah, puedes mandarle temas si quieres, que él irá escribiendo sobre ellos poco a poco.
El mío es el otro, el de Desarraigos y si te embullas y quieres hacer la resen~a de algún libro leído o participar en el club literario El libro itinerante, pues dáte una vueltecita por aquí.
Qué maravilla la blogosfera!
Y bueno, como te dije, la idea de tu blog me encanta!
Saludos desde Berlín!
AB
Hacia tiempo que no leia algo tan bueno. Sencillamente genial. Saludos desde Madrid.
Agua,
dile al viejo que esta pasao de liga, desparramao, como quiera el ponerle.
En conclusion, GENIAL! Increible la historia...
Disculpa la tardanza, andaba de viaje por el interior.
Saludos!
Publicar un comentario