viernes, 4 de enero de 2008

Confesiones de soldado raso, de marinero de cubierta

(Mi papá cumplió 65 años el pasado 1ro de enero)

A las 6 y 30 a.m. dicen que me parió mi madre, una mañana de frío en un pueblito que es un valle además y que en verano hasta neblina hay. Así que sin mucha ropita que ponerme lo único que estaba garantizado era la colcha y el abrigo de gorro porque allí quien nazca sin esos dos atributos se puede enfermar de seguro... La partera hizo bien su trabajo pero mi madre me recordaba que no lloré ni abrí los ojos como lo hicieron Paula y Diego sino que estuve acurrucado dentro de la felpa una semana hasta que cuando se fue el frente frío me dí cuenta que los pulmones se habían hecho para valerse de ellos y comencé a gritar por cualquier cosa. Ya desde la propia Navidad empezaron los dolores y esa inquietud no se me ha quitado porque el insomnio me cocina el cuerpo desde entonces por esa fecha. Ya para el 29 de Diciembre estaba nervioso por salir a respirar aire de verdad pero no me forzaron a hacerlo buscando cierto acomodo de carga y un viajecito del puerto a la economía interna que fuera favorable y único digo yo...

Los amores de mi madre y mi padre comenzaron casi un año antes, pero por la fecha del alumbramiento fue en el mes de Abril que ellos se aparearon como sinsontes en primavera. Mi padre cuando le confesó sus sentimientos a mamá no tenía ni un centavo prieto en el bolsillo del pantalón de trabajo y ella, hija de ricos se había quedado huérfana porque mi abuela había muerto siendo ella niña. Y el horfanato familiar no es nada agradable, no te dejan hacer lo que uno quiere y siempre los mayores que no te parieron ni te criaron te consideran una advenediza. Por eso sin pensarlo, enamorada como estaba de un hombre de 33 años le dijo que sí, que ella se escaparía cuando las clavellinas de primavera comenzaran a brotar en los campos vírgenes y que no regresaría jamás a la prisión infecunda salvo para enterrar a los que murieran. Así de sencillo sucedieron las cosas, se fueron a vivir en un cuarto de tablas de pino, techo de tejas francesas y ventanas rústicas, frente a una panadería propiedad de dos españoles también escapados de su tierra natal: José y Manuela.

José era tocayo de mi padre y Manuela me quería tanto sin verme todavía que le dijo a mi madre una tarde cuando la vió lavando la ropa con una pastilla de jabón amarillo: "Si nace varón lo único que quiero es que le pongan por nombre Manuel, como mi padre que yo le tengo garantizado el pan de cada día". Y así fue... no me faltó el calor del hogar de trabajo de los dos peninsulares, ni el pan salido del horno, hecho de mantecas y herido a la mitad, con una hoja de coco sin vareta que le daba una contextura original. Pero no fui el elegido Enmanuel como viene escrito en las sagradas escrituras, el creador, el que había venido al mundo para redimir a otros, sino una especie de flamenco enano de pelo castaño, que la única ventaja que tenía era su visión de los dos ojos, unas orejas puntiagudas como las de murciélago cariñoso y unas ganas de atesorar los amores de los demás dentro del corazón y no dentro de su cerebro, rompiendo la máxima científica que establece todo lo contrario. Así nací con un frío ambiental y un calor de pan horneado en medio de una mesa de madera sin pulir, acompañado por mi madre y la partera que siempre me señaló con el dedo cada vez que me veía por la calle enterando a todo el pueblo que aquel que caminaba ella lo había traído al mundo nada menos que en una fecha tan anunciada.

Una de esas casualidades del destino, si es que tal intento existe, comenzando el año nuevo, para que mucha gente piense no en uno sino en el día y siempre se lleve la cuenta de las celebraciones de lustros, siglos y milenios, deseando prosperidad para todos, salud y mucha suerte que es lo primero porque hay otras cosas más importantes que el dinero pero cuestan mucho... Uno nació un uno, Unamuno, unicornio, un día primero, importantísima fecha para que el que pudo respirar fuera de la piscina donde nada el ombligo, pero no más importante que las demás fechas donde otros y otras han nacido y nacerán per sécula seculorum, auditorium, Amadeo Roldán, schola cantorum coralina, runrún y otras palabras latinas extrañas como mundo latino, non plus ultra, almacenes Ultra, ultramar, up supra mencionado, ya que mi fecha es mía como mía es la cuchara de comer y el cepillo de mis dientes postizos, pero yo cambiaría mi fecha de nacer por cualquiera otra como la del 5 de Mayo, el 17 de Julio, que no son fechas de conmemoraciones históricas ni festivas sino fechas comunes en que nacieron Paula mi nieta o Diego mi nieto que vinieron al mundo con un pan debajo del brazo como los rusos y que todavía no saben ni donde queda el poblado de Güiro de Moñingal...

Pero yo estoy contento de estar vivo, con un morralito para los años que llevo encima, ahora que pasan de 65... Sesenta y cinco años y unos minutos, con unas ansias de portarme bien pidiendo serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia, mostrando algo que siempre llevamos dentro: una pizca de energía para seguir trabajando y amando a otros y a otras, amores míos que entran desde el universo infinito en mi caja de cuerpo, la traspasan pero se quedan, se queda el orgullo de tener una belleza de hija viva, con su esposo melenudo y hacendoso, un hijo rebelde y hospitalario con su esposa inmadura pero bella, una mujer que me lleva soportando más de cuarenta años y ni se dá cuenta del peso gravitacional que lleva encima, con toda una montaña de parientes y arientes, de sobrinos y primos, de familiares de vecindad, en fin rodeado de perras salchichas, camaleones y pajaritos de jardín, con un zunzún que revolotea y ni siquiera tiene tiempo de posarse para tomar miel de una flor y con todo y eso lo único que extraño a veces es el olor a pan caliente y un deseo de traerlo a casa humeante para comerlo despacito.

Lo más extraño de todo esto es que siempre en medio de esta modesta felicidad que uno siente al saberse vivo es que estoy soñando casi a diario con los muertos. Me levanto con los que se han muerto en la familia y se me aparecen danzando en mi cabeza y me acuesto pensando en ellos. El mismísimo día de cumpleaños uno no piensa en uno sino en la que lo parió, en el que lo engendró y en la comadrona. Nunca me lo he podido explicar, pero cuando menos lo pienso se me aparecen esos muertos lindísimos para darme algún consejo o para advertirme qué camino escoger mejor. Y otra cosa es que no son muertos de la familia solamente sino de todos lados, anoche mismo me desperté soñando con alguien que me estaba añadiendo palabras en portugués a mi vocabulario y yo no era yo sino José Wilker, el artista brasileño que se pasó toda la película "El amor más grande del mundo" buscando el lugar donde lo parió su madre, una madre bellísima que era la hija de la criada de la casa. Dime tú: yo soñando con los muertos brasileños que matan en Río de Janeiro y la policía los deja muertos en los basureros de Brasil. Vaya qué cosa!!!

Y sin embargo son los vivos con los que pasamos la mayor parte del tiempo físico que tenemos, nosotros los vivos parados en este espacio que ocupamos, moviéndonos de un lado para otro, respirando sin pensar ni tener en cuenta que todo nuestro cuerpo está casi lleno de agua, los que poseemos esa rarísima cualidad del pensamiento telepático. Ahora mismo que nos acaban de llamar, que hablamos con los que están más allá en el más acá que ya están disfrutando de un día adelantado, que llegaron primero al primero de Enero del 2008, ellos que piensan en nosotros, así como nosotros pensamos en ellos, estos padres de ellos que estamos en el suelo, que entregamos nuestro reino para que perviva la especie que queremos, estos imperfectos seres vivos que somos, los que vivimos gracias a otros. No, si yo les digo!. Yo estoy contento hoy como todos los días, convencido que una de las cosas que debiéramos cambiar es la fecha de los cumpleaños y convertirla en la fecha de los cumpledías, así tendríamos piñata de caramelos y un queisito para temprano desayunar, que es lo mejor de esa fiesta. Y despertarnos con ese deseo siempre escondido de cantarle felicidades a otro o a otra, rodeado de todos los que están en el más allá y en el más acá. Vaya, digo yo!

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